Gál. 2, 1-2.7-14;
Sal. 116;
Lc. 11, 1-4
‘Señor, enséñanos a orar’, le pidieron los discípulos a Jesús en una ocasión en que lo habían visto orando. ¿Por qué no se lo pedimos nosotros también?
‘Señor, enséñanos a orar’… enséñanos a sentirnos a gusto con Dios como vemos que tú lo haces, te extasías en El, te transfiguras en El, resplandeces de luz. Enséñanos a transfigurarnos como tú allá en lo alto del monte, porque así nos sumerjamos en Dios como tú lo haces; que como una esponja que se sumerge en el agua y queda toda ella tan empapada e inundada que luego va por todas partes chorreando agua, así nosotros cuando bajemos del monte de la oración vayamos chorreando a Dios, contagiando de Dios a todos con los que nos encontremos, desprendiendo por todos los poros de nuestra alma a Dios.
‘Señor, enséñanos a orar’ y nos llenemos de tu luz, y resplandezcamos como tú resplandecías cuando estabas unido al Padre; como Moisés que cuando bajaba del monte de estar contemplando a Dios y hablando con El cara a cara, volvía tan resplandeciente su rostro de luz que los ojos oscurecidos de los judíos se sentían heridos por tanto resplandor.
‘Señor, enséñanos a orar’ como tú lo hacías y que aprendamos a decir ¡Padre!, a gustar esa palabra y más que la palabra aprendamos a saborear en lo más profundo ese amor inmenso que brota del Dios que tanto nos ama y que es nuestro Padre. Que la saboreemos tanto que nunca nos cansemos de repetirla, de rumiarla una y otra vez en nuestro corazón; que nunca sea una rutina, que nunca la digamos con prisas, que siempre sintamos tu paz en lo más hondo de nuestro corazón.
‘Señor, enséñanos a orar’ llamando Padre a Dios y que ya nunca lo miremos de otra manera, nunca más haya miedo ni temor y porque decimos ¡Padre! sintamos en nuestro corazón una paz grande, un gozo inmenso, una alegría que nunca se apague.
‘Señor, enséñanos a orar’ y que aprendamos, sí, a decir Padre porque nos sintamos hijos para siempre, para que aprendamos a ser hijos, a comportarnos como hijos, a vivir como hijos que se sienten amados profundamente por Dios y así aprendamos a amar con ese mismo amor.
‘Señor, enséñanos a orar’ y que aprendamos a reconocerte como nuestro Padre y como nuestro Señor, nuestro único Señor y Dios al que tenemos que amar con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser, porque Dios lo sea todo para mí y ya nada pueda hacer sin Él ni al margen de El.
‘Señor, enséñanos a orar’ para que en nuestra oración aprendamos a abrir nuestro corazón a tu Palabra, a tu Reino, a tu voluntad; para que en todo sepamos agradarte, para que toda nuestra vida sea siempre la búsqueda de tu Reino, y para que siempre el nombre de Dios sea bendecido y santificado, para que todos al final lleguen a reconocerte como nuestro Dios y Señor.
‘Señor, enséñanos a orar’ y que lo hagamos siempre con la confianza y con la perseverancia de los hijos, con la humildad y con el amor de quienes se sienten amados, y que aprendamos que Dios siempre nos escucha y siempre nos dará lo mejor que necesitamos para cada día. Que aprendamos a pedir el pan de cada día y no busquemos riquezas ni grandezas, no queramos acumular cosas sino que nos des lo que necesitamos para una vida digna pero también para poder compartir con los demás y a nadie falte nunca.
‘Señor, enséñanos a orar’ con una oración pura y con un corazón limpio de maldad, con la sencillez de los pequeños pero con la certeza de los hijos que sintiéndose amados saben que Dios siempre los escucha.
‘Señor, enséñanos a orar’ para pedirte perdón pero también para aprender a perdonar, para sentir tu fuerza en la lucha contra el mal, pero para tener la voluntad de evitar y alejarme de toda tentación, para que nos veamos libres de todos los peligros y aprendamos a sentirnos siempre en tu paz.
‘Señor, enséñanos a orar’; habla a mi corazón, que allí en lo más hondo quiero escucharte. Perdóname, Señor, que con tanta insistencia te haya pedido que nos enseñes a orar, pero es que quiero orar como Tú lo hacías.
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