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martes, 5 de octubre de 2010

No te olvides del Señor, tu Dios

No te olvides del Señor, tu Dios
Dt. 8. 7-18;
Sal.: 1Cron. 29, 10-12;
2Col. 5, 17-21;
Mt. 7, 7-11

No te olvides del Señor tu Dios que te sacó de Egipto, de la esclavitud… en sus manos está la fuerza y el poder…’ nos recuerda hoy la Palabra de Dios.
Una celebración, la de las témporas, a la que nos invita la Iglesia en este día, pero que puede ser un motivo grande de reflexión sobre nuestra vida, lo que hacemos, el lugar que Dios ocupa en nuestra existencia, de donde tendrá que surgir nuestra alabanza y nuestra súplica, nuestra acción de gracias y el reconocimiento de nuestro pecado también para pedirle perdón al Señor.
Tenemos hoy una tentación que es la tentación que han sufrido todos los hombres desde el mismo momento en que Dios creó a Adán: creernos dioses, todopoderosos y autosuficientes, orgullosos de las obras de nuestras manos y prepotentes. Vemos lo que somos capaces de hacer, contemplamos las obras de nuestras manos, de nuestra inteligencia o nuestro saber; pueden surgir bellas obras de arte y complicadísimos sistemas de ingeniería que hace pocos años casi ni podíamos imaginar; con los avances de la ciencia y de la técnica se logran maravillas que cada día se ven superadas por otras en lo que parece una carrera sin fin.
Y nos encandilamos con todas esas cosas. Y al final se crea una confusión en el espíritu del hombre porque nos creemos tan autosuficientes por nosotros mismos, por nuestra ciencia o nuestro saber, que ya nos parece no necesitar a Dios. Todo nos lo creemos poder hacer por nosotros mismos. Nos creemos dioses. La tentación de Adán en el paraíso y la tentación de todos los hombres. Y nos puede llegar y de hecho nos está llegando una confusión semejante a la de la torre de Babel donde el hombre pretendía escalar el cielo. Es la confusión de que a pesar de esa carrera vertiginosa de los avances técnicos de nuestro mundo, sin embargo la carrera de la humanidad del hombre, de todo hombre y de todos los hombres no corre con el mismo ritmo.
Sigue habiendo abismos inmensos que nos separan y nos dividen; siguen existiendo los abismos de la pobreza y de la miseria y que separa y divide a los hombres y los pueblos en primeros y segundos y terceros mundo. Es tal la inhumanidad que destruyéndonos unos a otros cuando no valemos o servimos, destruyendo la vida impidiendo a los inocentes nacer, pensamos que es la solución de humanidad para nuestro mundo.
No te olvides del Señor, tu Dios... cuando llegues a una tierra que te produzca abundantes cosechas, vivas en casas fabricadas con tus manos o seas capaz de extraer oro, hierro o metales de las entrañas de la tierra, le prevenía Dios a través de Moisés antes de entrar en la tierra prometida. No te olvides del Dios que te sacó de la esclavitud y te condujo por el desierto para darte esta tierra que mana leche y miel.
¿No será eso lo que también nosotros tenemos que reconocer? ¿No será por todas esas cosas admirables que Dios nos permite hacer cuando nos ha dotado de inteligencia y voluntad, por lo que tenemos que sentir la admiración que nos lleve al reconocimiento del Señor, a la alabanza y a la acción de gracias?
En este día la liturgia de la Iglesia a eso nos invita. Una alabanza y una acción de gracias porque en todo hemos de saber reconocer la mano del Señor. De El es el poder y la gloria; en El está la fuerza y la vida. Alabamos, bendecimos al Señor, damos gracias a Dios por tanto bueno de lo que nos ha dotado cuando nos ha dado tales capacidades. Que no nos olvidemos del Señor nuestro Dios.
Y porque muchas veces lo olvidamos, porque muchas veces nos dejamos arrastrar por ese orgullo tenebroso porque en el fondo nos llena de sombras y tinieblas, también hoy es día de reconciliación, día de petición de perdón. ‘Dejaos reconciliar con Dios’, nos decía san Pablo. Y es que Dios viene a nuestro encuentro para ofrecernos la reconciliación. Dejemos que esa gracia del Señor llegue a nuestra vida.
Y oremos y pidamos al Señor, por nosotros y por nuestro mundo, por los que están cercanos a nosotros con los que compartimos nuestra vida en la familia, en los lugares donde convivimos o en el trabajo, y por todos los hombres; y pedimos por nuestros gobernantes y pedimos por nuestra Iglesia. Son muchas las cosas por las que hemos de pedir sin cesar. A eso nos invita Jesús hoy en el Evangelio.
Vivamos el profundo sentido que tienen estas témporas, no olvidemos al Señor, nuestro Dios y nuestro Padre, que tanto nos ama y que nos ofrece la salvación al entregarnos a su Hijo Jesús y darnos la fuerza de su Espíritu.

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