Rom. 7, 18-25
Sal. 118
Lc. 12, 54-59
Sal. 118
Lc. 12, 54-59
‘¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este ser mío presa de la muerte?’ Así se pregunta san Pablo en este texto de su carta a los romanos. Se lo pregunta por lo que ve en su propia vida y en la vida de todos. Queremos ser buenos, digámoslo así. Porque queremos hacer el bien, nunca el mal, nada que haga daño o haga daño a los demás. Pero bien sabemos cuántas veces hacemos cosas que parece irresistibles. Cuánto nos cuesta superar esos malos momentos y situaciones.
Hoy el apóstol dice en su carta: ‘El bien que quiero hacer no lo hago; el mal que no quiero hacer, eso es lo que hago’. Parece que nos sintamos arrastrados por una fuerza superior. ¿Por qué actuamos así? Es nuestra debilidad, nuestra flaqueza, nuestra inconstancia, nuestra falta de voluntad, nuestras incongruencias. Nos proponemos algo, tenemos buenos propósitos pero no los llevamos a cabo, nos sentimos como sin fuerzas.
Las tentaciones por otra parte nos acechan; el mal parece que nos engaña porque nos sentimos cautivados por él; nos confundimos tantas veces sin saber bien lo que es bueno y lo que es malo; nos vemos rodeados por tantas luces fatuas que quieren encandilarnos. El pecado se nos mete en la vida y nos esclaviza, nos llena de sombras, de muerte. ¿Seremos libres de verdad para escoger lo bueno y hacerlo o para apartarnos de lo malo?
‘¿Quién me librará de este ser mío presa de la muerte?’ se preguntaba el apóstol. Pero él también nos daba una respuesta. ‘Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, y le doy gracias’. Recordemos lo que había anunciado el profeta y Jesús proclama en la sinagoga de Nazaret. ‘El Espíritu está sobre mí porque me ha ungido y me ha enviado… para dar libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor’. Es Jesús, nuestro salvador. Jesús que nos libera. Jesús que está con nosotros, porque no estamos solos en esa lucha contra el mal. Jesús, el lleno y ungido del Espíritu del Señor, que nos da su Espíritu para que nosotros tengamos fuerzas para esa victoria contra el mal.
En el salmo hoy pedíamos ‘instrúyeme, Señor, en tus leyes’. Dejarnos enseñar por el Espíritu divino. Espíritu de Sabiduría y Espíritu de fortaleza. Aquello que le pedía Salomón al Señor. Sabiduría para saber discernir el mal y el bien. Decíamos que muchas veces nos vemos confundidos. El Espíritu de Sabiduría nos ilumine, para que no nos dejemos confundir. Porque no discerniremos lo bueno de lo malo sólo por nosotros mismos. Estamos marcados por el pecado y eso nos puede llevar a la confusión. Por eso tenemos que dejarnos conducir por el Espíritu del Señor, que nos lo enseñará todo y nos llevará a la verdad plena. Conocer sus mandamientos, saber lo que es la voluntad del Señor para poder realizarla. Tarea importante que hemos de realizar.
Abramos los ojos para saber leer las lecciones de Dios, los signos de los tiempos, que nos habla a través también de lo que nos sucede. Es lo que nos dice hoy Jesús en el evangelio. Les echa en cara a sus oyentes que saben discernir cuando el tiempo está de lluvia o de bochorno según sean los vientos o las señales del firmamento, pero ‘¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer?’ Que con la fuerza del Espíritu del Señor sepamos leer esas señales de Dios y actuemos luego siempre en consecuencia.
‘Instrúyeme, Señor, en tus leyes… enséñame a gustar y comprender… tus mandatos… mi delicia será hacer tu voluntad… jamás olvidaré tus decretos, pues con ellos me diste vida…’
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