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jueves, 22 de octubre de 2009

He venido a prender fuego en el mundo…

Rom. 6, 19-23
Sal. 1
Lc. 12, 49-53

En una primera impresión quedándonos sólo en la literalidad del texto las palabras de Jesús nos pueden resultar desconcertantes. Parecieran excesivamente violentas y hasta aparentemente contradictorias con otros textos del evangelio.
Pero precisamente vamos a hacer una lectura en este comentario en paralelo con otros textos y situaciones del Evangelio. ‘He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!’ Recordemos lo que fueron las primeras palabras de Jesús al comienzo de la cena pascual. San Lucas nos relata: ‘Cuando llegó la hora se puso a la mesa, y los apóstoles con El. Y les dijo: Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer…’ Y por su parte Juan en su evangelio nos dice: ‘Viendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo’.
Ahí contemplar arder el corazón de Cristo en amor, un amor hasta el final. Un amor hasta la muerte, tal era el deseo de Cristo. Sabía Jesús lo que significaba aquella pascua cuya celebración se estaba iniciando. Ya era cruento, podíamos decir, comer aquel cordero pascual, que era un signo del paso de Dios en medio de su pueblo liberándolos de Egipto; pero ahora era el verdadero Cordero Pascual el que se inmolaba, ‘el Cordero que quita el pecado del mundo’.
No nos extrañan, pues, las palabras ‘tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla!’ Entendemos bien que el bautismo al que se refiere es precisamente su pasión y su muerte, su entrega. Recordamos que cuando los hermanos Zebedeos le piden los primeros puestos, Él les pregunta: ‘¿Estáis dispuestos a beber el cáliz que yo he de beber, a bautizaros en el bautismo con que yo me voy a bautizar?’ Ese bautismo del que les habla es precisamente su pasión. Lo que ahora escuchamos de nuevo.
Optar por seguir a Jesús exige radicalidad en los planteamientos, en su seguimiento. Con Jesús no podemos andar a medias tintas, aunque nos cueste la incomprensión e incluso la persecución de los que nos rodean. Unos optarán por seguir a Jesús, otros por ponerse en contra. Cuando la presentación de Jesús niño en el templo el anciano Simeón anuncia que aquel niño va a ser un signo de contradicción. ‘Está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten. Será una bandera discutida’.
Ahora nos ha dicho: ‘¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división’. Y nos habla de división en las familias. El anuncio y vivencia del Evangelio no va a ser comprendido ni aceptado por todos de la misma manera. Y habrá quienes nos hagan frente. Ya lo anunció Jesús cuando envía a sus discípulos a predicar. Les anuncia incluso persecuciones. ‘Os entregarán a los sanedrines y en las sinagogas seréis azotados, y compareceréis ante los gobernadores y reyes por amor de mí para dar testimonio….El hermano entregará a muerte al hermano, y el padre al hijo, y se levantarán los hijos contra los padres y les darán muerte, y seréis aborrecidos de todos por mi nombre. El que perseverare hasta el fin, se salvará’. Pero ya promete la asistencia y fuerza del Espíritu Santo que pondrá palabras en nuestros labios. Es de lo que ahora nos ha hablado en el texto hoy proclamado.
Es lo que sigue sucediendo, porque muchas veces hasta de los más cercanos a nosotros vamos a encontrar oposición. Es la historia de los mártires de la Iglesia a través de todos los tiempos. Mártires que hoy siguen dando testimonio de Jesús y del evangelio en medio de nuestro mundo. No suelen ser noticias de las que nos hablen los medios de comunicación habituales, pero en distintos lugares del mundo sigue habiendo mártires que derraman su sangre, dan su vida por su condición de cristianos.
Pero sin llegar a eso también en nuestro propio entorno muchas veces y de maneras algunas veces bien sutiles se siguen sufriendo descalificaciones, burlas, desprecios, oposición y hasta una larvada persecución cuando se quiere dar un testimonio auténtico de la fe, o se quiere proclamar la verdad del evangelio.
En nombre de ese laicismo que va imperando en nuestra sociedad contemplamos como se quiere acallar la voz de la iglesia, el testimonio del evangelio. Cualquiera puede expresar su opinión o su manera de concebir la vida o la sociedad, pero cuando habla la Iglesia, cuando un cristiano habla en nombre de su fe, vemos cómo se le quiere acallar, se manipulan sus palabras o se le ridiculiza, porque la verdad del evangelio y los valores cristianos a muchos le molestan.
Que el Señor nos ponga ese fuego divino en nuestro corazón para que con coraje y ardor proclamemos su nombre. Que nos contagiemos con el fuego de su amor y con él prendamos nuestro mundo para en verdad hacerlo mejor. Que el fuego de su Espíritu nos inunde – pensemos que una imagen precisamente que nos habla del Espíritu Santo son las llamaradas de fuego que aparecieron sobre las cabezas de los apóstoles en Pentecostés – y que incendiemos nuestro mundo con una vida nueva de amor y de gracia.

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