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jueves, 9 de abril de 2009

El signo (sacramento) del amor más grande


Ex. 12, 1-8.11-14; Sal. 115; 1Cor. 11, 23-26; Jn. 13, 1-15

Hay momentos que se viven con una especial intensidad, en los que se manifiestan los sentimientos más profundos del corazón y donde sale a flote aquello que llevamos en lo más profundo de nuestra vida y que ha sido como el motor, la motivación más honda de nuestro actuar y nuestro existir. Son momentos de entrega sin límites, donde nada se reserva uno para sí mismo, sino que todo es la donación más grande e intensa de nuestro ser.
Así podemos ver y palpar hoy lo que sucedía en aquella especial cena pascual en aquella memorable tarde de Jerusalén. Momentos de mucha intensidad, de mucho amor. ‘He deseado enormemente comer esta pascua con vosotros’, les dice Jesús según nos cuenta san Lucas, ‘porque les aseguro que ya no la volveré a celebrar hasta que sea la nueva y eterna Pascua en el Reino de Dios’.
Y así era. Comenzaba una nueva Pascua. La definitiva y eterna. El Reino nuevo anunciado por Jesús llegaba a su momento culminante con la entrega de Jesús. Por eso sucedieron tantas cosas en aquella cena pascual. No era ya la celebración de la pascua de la salida y liberación de Egipto, aunque ese era el rito en medio del cual se estaba celebrando aquella cena. Algo nuevo estaba comenzando. Había llegado la Hora. La hora del amor, la hora de la entrega sin límites. ‘Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo…’
Era el día del amor y parecía que había prisa para manifestar todo lo que era ese amor. Los gestos y los signos se van sucediendo. Todo era una manifestación de amor. Un amor que quedaba allí palpable y visible de muchas formas para que nosotros aprendiéramos a amar, para que nosotros comenzáramos a amar de la misma manera. Será el amor que es nuestro distintivo: ‘en eso conocerán que sois discípulos míos’, había dicho Jesús. Será el amor nuevo que tiene que expresar nuestra fe y nuestra entrega. Será el amor nuevo que manifiesta que nosotros hemos entrado ya de una vez para siempre en la órbita del Reino eterno de Dios. Es el amor de la Alianza nueva y eterna del Cuerpo entregado y de la Sangre derramada.
Se quita el manto y se ciñe la toalla, Jesús comienza a lavar los pies de los discípulos. Asombro, sorpresa. El Maestro está a los pies de los discípulos en el oficio de los esclavos, lavar los pies a los huéspedes e invitados que se sientan a la mesa. ‘No me lavarás los pies tú a mí’ porque tú no eres mi esclavo sino el Maestro y el Señor, se atreve a oponerse Pedro. ‘No tendrás parte conmigo… ya lo entenderás más tarde’, le dice Jesús.
‘¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?’ ¿recordáis lo que os decía cuando os peleabais por los primeros puestos? ‘Si yo el Maestro y el Señor – así me llamáis, ¿no? – os he lavado los pies…’ ya sabéis lo que tenéis que hacer, ‘tambien vosotros debéis lavaros los pies los unos a los otros’.
Es una forma concreta y hasta plástica de decirnos y enseñarnos cuál sería su principal mandamiento, tan principal que sería nuestro distintivo: ‘Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como yo os he amado’.
Es el día del amor. Esto no ha hecho sino comenzar. Llegará a su plenitud cuando mañana le veamos en lo alto de la cruz. Pero antes quiere dejarnos el gran signo de su entrega, sacramento de su presencia y de su redención para siempre, sacramento que es vida para nosotros y que alimentará nuestra fe, y que tenemos que repetir en memoria suya a través de los siglos, que será el memorial permanente de su pasión, muerte y resurrección.
Nos lo cuenta hoy san Pablo como una tradición que él a su vez también ha recibido. ‘En la noche en que lo iban a entregar…' Dentro de poco en Getssemaní se iba a consumar esa entrega. Pero El quiere decirnos que no lo entregan sino que El se entrega. Nos dará su Pan que es su Cuerpo entregado. Nos dará la Copa que será la Copa de la Alianza nueva y eterna en su Sangre derramada. ‘Esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros… éste es el Cáliz de la Nueva Alianza sellada con mi Sangre… cada vez que lo comáis… cada vez que lo bebáis, hacedlo en memoria mía’. Por eso, cada vez que comemos de este Pan y bebemos de este Cáliz anunciamos la muerte del Señor hasta que vuelva.
Es el día del amor, de la entrega, de la Eucaristía, del Sacerdocio de la Nueva Alianza. Son momentos de especial intensidad para nosotros también. Cristo está aquí en medio nuestro en su entrega y en su amor. Es el memorial de nuestra redención. Aquí se está actualizando, haciendo presente en esta tarde todo el Misterio de la Redención de Cristo.
Aquí estamos sintiéndonos nosotros también rebosantes de amor. Nos contagiamos de su amor. Nos dejamos empapar e inundar por su amor. Queremos también nosotros comenzar a amar con un amor nuevo. No perdamos la intensidad de lo que estamos viviendo y que crezca más y más nuestro amor.
El Sacerdote se postrará en el suelo para repetir el gesto de Jesús de lavar los pies. Es Cristo mismo que está entre nosotros. No es sólo el sacerdote, somos nosotros, todos, los que tenemos también que abajarnos, postrarnos para comenzar a amar con un amor como el de Jesús. Es nuestro compromiso de amor nuevo. Es lo que tiene que ser nuestra vida de ahora en adelante. Tenemos tanta oportunidad de hacerlo cada día. No nos quedemos sentados e insensibles ante el hermano que pasa a nuestro lado. Ciñámonos también la toalla del servicio y del amor. Jesús nos ha dado ejemplo. ¿Qué vamos a hacer nosotros?

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