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martes, 7 de abril de 2009

Mi salario lo tenía mi Dios

Is. 49, 1-6
Sal. 70
Jn. 13, 211-33.36-38

La profecía de Isaías que sigue presentando al Siervo de Yavé nos habla de la misión del propio profeta, mientras nos hace al mismo tiempo el anuncio mesiánico de Jesús como nuestro Salvador, pero nos señala también la misión que Dios nos ha encomendado.
Estaba en el vientre materno y el Señor me llamó en las entrañas maternas y pronunció mi nombre…’, hemos escuchado. Es el Señor el que llama. La misión del profeta no la asume por sí mismo sino por esa llamada del Señor. Algo que vemos repetido en los profetas y muchas veces casi con estas mismas palabras.
Recordamos la respuesta del profeta Amós cuando era rechazado por el sacerdote del santuario real de Betel y le mandaba que fuera a profetizar a otro sitio porque no le agradaba lo que le decía el profeta. ‘Yo solamente era pastor de vacas y cultivador de higos pero el Señor me llamó y me encargó que hablara a Israel’.
No siempre le fue fácil el cumplimiento de su misión al profeta y hay momentos en que siente la soledad en el cumplimiento de su misión. ‘En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas, pero en realidad mi derecho lo llevaba el Señor, mi salario lo tenía mi Dios’.
Por encima de todo desaliento está la confianza en el Señor. El es nuestra fortaleza. Por eso seguirá siendo fiel a su misión. ‘Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo para que le trajera a Jacob, para que le reuniera a Israel; tanto me honró el Señor y mi Dios fue mi fuerza…’
Pero decíamos que la profecía es anuncio mesiánico que vemos realizado y cumplido en Cristo. Así lo anunció el ángel a María antes de su concepción dándole el nombre de ‘Jesús, porque el salvará al pueblo de sus pecados’. Es la misión y la obra de Jesús. Es la redención que le estamos contemplando realizar en las celebraciones de estos días. Fue todo su camino en el evangelio y es por lo que ahora le vemos en lo más alto de la cruz.
También dirá, en el mismo sentido del profeta que hemos comentado, ‘Padre que pase de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya… que para esto he venido, para hacer tu voluntad…’ Pero no faltará también el grito desgarrador de la Cruz: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’ Pero bien sabemos que terminará poniendo su vida en las manos del Padre. ‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu’.
Pero decíamos también que es la misión que Dios nos ha encomendado. Todos tenemos una vocación. Todos hemos sido llamados ya desde el seno de nuestra madre, como decía el profeta, a una vocación y a una misión. Y allí donde estamos nos toca también dar nuestro testimonio. Claro que sentimos igualmente la tentación del cansancio y del desánimo, como le sucedía al profeta, como la pasó Jesús en Getsemaní, y muchas veces queremos tirar la toalla para abandonar, porque nos supera muchas veces la misión y nos falta la fuerza. Pero el Señor es nuestra fuerza y nuestro premio, como decía el profeta.

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