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viernes, 10 de abril de 2009

Se convirtió en causa de salvación eterna para todos


Is. 52, 13-53, 12;

Sal. 30;

Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9;

Jn. 18, 1-19,42



‘¿A quien buscáis?’ Fue la pregunta con que Jesús les salió al paso en el huerto de los Olivos a quienes venían a prenderle.
‘¿A quién buscáis?’ Puede ser la pregunta que se nos haga, que nos hagamos, a los que venimos en esta tarde a esta celebración. ¿Qué es lo que buscamos o a quién buscamos?
La Iglesia hoy en su liturgia nos invita y nos dice: ‘Mirad el árbol de la cruz…’ La Cruz está hoy en el centro de toda nuestra celebración litúrgica. Hacia la cruz tenemos mirar sin miedo ni temor. Con todo lo que significa de pasión y de muerte. Pero con todo lo que significa para nosotros de vida y salvación.
Mirad el árbol de la cruz donde estuvo colgada la salvación del mundo’, termina diciéndonos la invitación litúrgica. Miramos a la cruz porque miramos al que en ella estuvo clavado. No nos quedamos simplemente en el madero. Miramos a la cruz porque miramos a quien es nuestra salvación. Eso lo sabemos ya por nuestra fe.
Pero con lo primero que tropiezan nuestros ojos cuando miramos a la cruz es con dolor y muerte. ‘Muchos se espantarán de él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano… lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres… como un hombre de dolores ante el cual se vuelven los rostros…’ No puede tener otro aspecto quien ha pasado por todo el tormento de lo que fue la pasión que sufrió Jesús en su camino hasta llegar a ser clavado en la cruz. ‘Soy la burla de todos mis enemigos, la irrisión de mis vecinos, el espanto de mis conocidos: me ven por la calle y escapan de mí…’ que rezamos en el salmo.
Hay gente que no le gusta mirar a la cruz. ¿Le repugna o le tienen miedo? Recuerdo en una ocasión que una madre quería evitar hablar a su niño pequeño del dolor de Cristo crucificado porque decía que eran imágenes crueles que podían herir la sensibilidad de su hijo. No entro ni salgo en los criterios de aquella madre en la educación de su hijo. Pero ¿no será el reflejo de lo que en el fondo nos sucede a nosotros porque no queremos reconocer la parte que tenemos o podemos tener en esos sufrimientos de Jesús en la cruz?
El profeta nos ha dicho en el cántico del Siervo de Yavé: ‘El soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes… el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes…’
Allí en la cruz de Jesús está nuestra vida: la vida, el dolor, el sufrimiento de toda la humanidad. Está nuestro pecado que El quiere expiar y del que quiere liberarnos. Pero está el dolor y el sufrimiento de todos los hombres, del que El quiere hacerse solidario. ‘Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, y él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores’.
Pero, ¿en la raíz de todo ese dolor y sufrimiento de toda la humanidad no estará también nuestro pecado? Es nuestra maldad, nuestra injusticia o nuestra insolidaridad, nuestros egoísmos y nuestros orgullos que discriminan, que nos hacen insensibles, que nos aíslan porque no queremos saber del dolor de los otros.
Pero Cristo se hace solidarios con todos. Cristo quiere que cuando le miremos a El traspasado en la Cruz por el sufrimiento aprendamos a mirar el sufrimiento, la soledad, la angustia de los demás para que también los hagamos nuestros. Cristo solo, clavado en lo alto de la cruz entre el cielo y la tierra quiere tenernos junto a sí con nuestros dolores, sufrimientos, soledades, angustias pero también con nuestro pecado. Ahí quiere El salvarnos, liberarnos de todo ese mal que llevamos dentro de nosotros, hacernos un hombre nuevo lleno de vida y llenos de un amor nuevo porque nos dignifica, porque dignifica también a toda la humanidad con su salvación ganada en la cruz. ‘Llevado a la consumación se ha convertido en autor de salvación eterna’.
Miramos el árbol de la cruz y ya no nos repugna tanto porque al mirar a Cristo nos vemos a nosotros, nos reconocemos a nosotros.
Miramos el árbol de la cruz y ya vislumbramos vida y salvación que es lo que Cristo nos ganó, nos regaló al derramar su sangre, al dar su vida por nosotros.
Miramos al árbol de la cruz y a su sombra queremos acogernos para que su sangre caiga sobre nosotros, cure nuestras heridas, lave nuestras manchas, nos redima de nuestros pecados, siembre en nosotros la vida nueva de la gracia.
Quedémonos hoy contemplando en silencio la Cruz y a Cristo clavado en ella. Veamos en su muerte la semilla de la vida y de la resurrección. Es el grano de trigo que cae en tierra y muere, pero muere para que resurja la vida. Muere Cristo para danos vida, para darnos su salvación.
Es un día hoy para quedarnos a la sombra de la cruz, sentados junto a la entrada del sepulcro en la espera de la resurrección. Es lo que la iglesia quiere que hagamos desde que termina esta tarde la celebración de la muerte de Cristo hasta que en la madrugada del día primero resucite la vida, resucite Cristo glorioso saliendo victorioso del sepulcro. Es la esperanza que queda en nuestro corazón tras la contemplación de la cruz de cristo y de la celebración de su muerte.
‘¿A quién buscáis?’ ¿A quién buscamos? ‘A Jesús Nazareno’, el crucificado, el que en la mañana del domingo ya no encontraremos en el sepulcro porque ha resucitado, como le dirán los ángeles a las mujeres que irán muy de mañana al sepulcro. Porque es el Señor. Porque es el Hijo de Dios . Porque es nuestra vida y salvación.

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