Is. 50, 4-9
Sal. 68
Mt. 26, 14-25
‘El Señor me ha dado una lengua de iniciado para saber decirle al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados…’Sal. 68
Mt. 26, 14-25
Dios capacita al siervo de Yavé para su misión de consolador de los afligidos. Saber escuchar y saber decir una palabra de aliento. Una hermosa sabiduría. Repartir esperanza, ser consuelo para los que sufren, tener la palabra de ánimo oportuna, saber hacernos todo oídos para el que sufre… hermosa tarea. Hermoso corazón.
No es fácil a veces aprender esta sabiduría. Por eso habla de iniciado, de los que están entrenados para saber escuchar, para saber decir la palabra sabia, consoladora y oportuna en cada momento. Decíamos antes hermoso corazón el de quien sabe hacerlo. Sólo sabrán hacerlo los que tienen un gran corazón, un corazón compasivo y misericordioso, un corazón hecho de amor.
¿Quién mejor puede consolar al afligido que aquel que ha padecido en su carne esos mismos sufrimientos? El que sabe lo que es el dolor y el sufrimiento, porque lo ha pasado en su carne, en su vida es el que mejor preparado está para consolar, para escuchar, para dar esperanza. Quien en su sufrimiento se ha visto consolado, ha aprendido también la lección para aprender a su vez a consolar al otro.
Cristo es el Pontífice compasivo y fiel, porque, dice la Escritura, aprendió, sufriendo, a obedecer. Cargó sobre sí nuestros crímenes y pecados que lo hicieron pasar por el sufrimiento de la pasión, de la cruz y de la muerte. Es el que mejor puede consolarnos, animarnos, decirnos una palabra de vida y llenarnos de vida.
Nos lo dice el cántico del siervo de Yavé proclamado hoy que es una hermosa descripción de la pasión de Cristo. ‘El Señor Dios me ha abierto el oído y yo no me he rebelado ni me he echado atrás. Ofrecí la espalda a los que golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos…’ ¿No es eso una descripción de la pasión tal como luego nos la narrarían los evangelistas?
Lo anunciado por el profeta refiriéndose al siervo de Yavé lo vemos totalmente realizado y cumplido en Cristo. También nos lo describe el salmo 68 y otros salmos. Es el maldito que nadie quiere reconocer. ‘Soy un extraño para mis hermanos, un extranjero para los hijos de mi madre… las afrentas con te afrentan caen sobre mí… me destroza el corazón y desfallezco… en mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre…’
Es lo que contemplamos en la pasión de Cristo. El que mojaba en el mismo plato con El sería quien le traicionaría por treinta monedas; más tarde los discípulos lo abandonaron y huyeron; Pedro le niega en el patio del pontífice; los que le habían aclamado con hosannas, ahora gritarán crucifícale; se reparten y echan a suerte su túnica los soldados que le crucifican; ante sus gritos en la cruz le acercaron un hisopo empapado en vinagre… Podríamos seguir recogiendo y recordando distintos momentos de su pasión.
Pero vuelve a aparecer la confianza en el Señor. ‘Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido, por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado… tengo cerca de mi abogado… mi Señor me ayuda ¿quién probará que soy culpable?...’ decía el profeta. ‘El Señor escucha a sus pobres, no desprecia a sus cautivos…’, rezamos también con el salmo.
Le contemplamos en la cruz, en su pasión, pero le veremos triunfa y vencedor en la resurrección. Es el Señor.
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