Hechos, 8, 26-40
Sal.65
Jn. 6, 35-40.44-52
Sal.65
Jn. 6, 35-40.44-52
‘¿Cómo podemos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere?’, escuchamos el otro día que le preguntaban a Jesús en su encuentro con El en la sinagoga de Cafarnaún después de la multiplicación de los panes. Y Jesús les respondía: ‘Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que El ha enviado’. Hoy nos dice Jesús: ‘Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en El, tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día’.
Creer en Jesús y tener vida eterna. Seremos resucitados en el último día. Creer en Jesús y alimentarnos de El. La fe que tenemos en Jesús nos lleva a unirnos a El para tener su misma vida. Cuando uno ama profundamente lo que desea es estar unidos a aquel a quien se ama. Creemos en Jesús, amamos a Jesús – están unidos la fe y el amor que le tenemos – y queremos unirnos a El, vivir su misma vida.
¿Cómo podremos hacerlo? Comiendo su misma vida; haciendo nuestra su misma vida. El que come, asimila el alimento que ha comido, y ese alimento le da vida. Si no nos alimentamos, nuestra vida mermará hasta morir.
Cristo quiere darnos vida para siempre, no quiere nuestra muerte. Por eso hemos de alimentarnos de El. Y para que eso sea posible El se hace alimento, se nos da en la Eucaristía, Pan de vida. ‘Yo soy el Pan de vida, el que viene a mí no pasará más hambre’, nos lo repite varias veces.
Había hablado del pan bajado del cielo y ellos habían pensado en el maná, el pan que Moisés les dio en el desierto. Pero Jesús no nos quiere dar un pan cualquiera, un alimento pasajero, que no nos alimente para siempre. Por eso les dice: ‘Vuestros padres comieron en el desierto el maná, y murieron…’ Y les insiste: ‘Yo soy el pan de vida… ese es el pan que verdaderamente bajó del cielo para que el hombre coma de él y no muera…’
Ya antes les había dicho que El era el que había venido del cielo. Ahora les concreta aún más y les dice que El es ‘el pan vivo bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo le daré es mi carne para la vida del mundo’.
Antes le habían pedido ‘danos siempre de ese pan’; como la samaritana que le había pedido que le diera de aquella agua con la que no tendría ya más sed, para no tener que ir de nuevo al pozo cada día.
Ahora no terminan de entender las palabras de Jesús y, como veremos en los próximos días, protestan porque no lo entienden.
Nosotros queremos entenderlo. Por eso venimos a la Eucaristía cada día y le pedimos con todo sentido ‘danos siempre de ese pan’. Nosotros sabemos bien lo que significa alimentarnos de Cristo, llenarnos de su vida, comerle a El, y queremos hacerlo con toda profundidad.
Que no se convierta nunca para nosotros la Eucaristía en una rutina. Que no nos acostumbremos al misterio grande que significa comer a Jesús en la Eucaristía. Que cada vez que venimos a la celebramos seamos capaces de asombrarnos del misterio y del amor inmenso que el Señor nos tiene. Que la vivamos siempre con toda profundidad queriendo alimentarnos de Jesús.
Queremos vivir a Jesús. Queremos tener vida en plenitud. Queremos tener la esperanza de la resurrección.
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