Santa Catalina de Siena
1Jn. 1, 5-2,2
Sal. 102
Mt. 11, 25-30
1Jn. 1, 5-2,2
Sal. 102
Mt. 11, 25-30
‘Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y los has revelado a la gente sencilla’. Dios se manifiesta y se revela a los pequeños y sencillos de corazón.
Es lo que contemplamos en las páginas del evangelio. Hay que hacerse pequeño, sencillo, humilde. Dios rechaza los corazones arrogantes. Se complace en los humildes. Hay que hacerse pequeño. ‘tomando un niño, lo puso en medio y les dijo: si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos…’ cuando los discípulos quieren hacer grandes e importantes, les dice también que tienen que hacerse como niños, que tienen que hacerse los últimos y servidores de todos.
La espiritualidad de las pequeñas, podemos llamarla. Nos enseña a valorar lo pequeño. El reino de Dios es como una pequeña semilla… como el grano de la mostaza… como el puñado de levadura que nunca será grande. Nos enseña a ser fieles en lo pequeño. ‘El que es fiel en lo poco, será de fiar en lo mucho…’ Si sabemos hacer bien una cosa que nos parece insignificante, sabremos hacer bien las cosas grandes. Porque no nos pide cosas grandes, sino las pequeñas y sencillas de cada día.
Es lo que hizo Jesús. ¿Con quién estaba y de quien se rodeaba? De la gente humilde y sencilla. Dios se hizo pobre y nació en Belén. ‘Siendo de categoría de Dios… se hizo uno de tantos…’ Se hizo hombre, se hizo el último, se hizo el esclavo de todos. Haciendo el servicio de los esclavos le vemos lavando los pies a los discípulos en la cena. ‘El Hijo del hombre no ha venido a que le sirvan, sino a servir y dar su vida por todos’. Como el último, como el esclavo, el más vilipendiado y maltratado le vemos caminar con la cruz hasta el Calvario y morir en la muerte más ignominiosa.
Sólo los que saben leer y recorrer ese camino de lo pequeño, del dolor y del sufrimiento, de la cruz, podrán descubrir el misterio de Dios, que así se nos revela y manifiesta. El centurión romano, que era pagano y que estaba al pie de la cruz ejecutando la sentencia, al ver morir a Jesús en la cruz le reconoce. ‘verdaderamente este hombre es Hijo de Dios’.
No podemos ir hasta Dios desde el orgullo de nuestros propios saberes, sino que tenemos que dejarnos sorprender por la sabiduría de Dios. Y esa sabiduría se manifiesta en lo pequeño, en lo humilde, en el dolor y sufrimiento, en la locura de la cruz. Tenemos que aprender la lección. No nos gusta humillarnos. No nos gusta que no nos tengan en cuenta. No nos gusta que nos hagan desplantes. No nos gustan los desaires. Nos sentimos heridos y humillados. Tenemos que aprender. Descubrir su valor y su significado que sólo podremos aprender mirando a la cruz de Cristo. Pasamos por muchas situaciones dolorosas en la vida, pero miremos a la cruz. Necesitamos purificarnos, llenarnos de luz.
Es así cómo podremos al final reconocer que Jesús es el Señor. Los discípulos tuvieron que pasar por el escándalo de la cruz y toda la crisis interior que para ellos significó. Pero luego lo contemplaron resucitado y pudieron proclamar ‘es el Señor’. Dios lo levantó, lo exaltó, le dio el nombre sobre todo nombre, y toda rodilla se dobla, y toda lengua proclama ‘Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre’.
Es el Dios que nos acoge en nuestra pequeñez, y también aunque estemos manchados por el pecado. ‘Venid a mí… encontraréis vuestro descanso…’ la paz, el perdón, la gracia, la vida nueva, el amor para siempre.
Estamos hoy celebrando a una pequeña mujer que contemplando el misterio de Cristo, y sobre todo su pasión, se hizo grande y de una profunda espiritualidad. Se encerró en un monasterio de clausura, pero su luz brilló por toda Europa. Vivió pocos años, pues murió a los 33 años, e influyó en Papas, Obispos y reyes. Bajo su impulso el Papa volvió a Roma desde Aviñón. Su espiritualidad trasmitida en sus escritos sigue iluminando los corazones de muchos. Hoy la celebramos como doctora de la Iglesia y como patrona de Europa. Nos referimos a santa Catalina de Siena.
Ella es la mujer sabia y prudente que salió al encuentro del Seños con las lámparas encendidas. Que desde nuestra pequeñez salvamos al encuentro del Señor para que el Señor se nos revele y se nos manifieste a nosotros también. Que sepamos leer el misterio de la cruz que tantas veces vemos en nuestra propia vida, para que descubramos todo lo que es el misterio del amor de Dios.
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