Hechos, 7, 51-59
Sal. 30
Jn. 6, 30-35
Sal. 30
Jn. 6, 30-35
‘Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo y seréis mis testigos, comenzando por Jerusalén… hasta los confines de la tierra’, fueron las palabras de Jesús antes de la Ascensión. Y hemos escuchado en estos días una y otra vez a Pedro y los Apóstoles repetir: ‘testigos de esto somos nosotros…’
Hoy la Palabra de Dios en los Hechos de los Apóstoles nos presenta a un testigo que llegó hasta el final en su testimonio derramando su sangre y dando la vida. Mártir, decimos, testigo hasta dar su vida, como lo es el amor más grande, aquel que es capaz de dar la vida por aquellos a quienes ama. Es el Protomártir san Esteban, el primero que dio su vida por la fe en Jesús y por el evangelio.
Como hemos venido escuchando en estos últimos día al crecer el número de los discípulos, al crecer la comunidad fueron surgiendo nuevos servidores de esa comunidad. Así nació la institución de los diáconos para el servicio de la comunidad, sobre todo de los más débiles e indefensos, los huérfanos y las viudas. Un servicio necesario en una comunidad que todo lo sabía compartir y que ponía a los pies de los apóstoles el valor de sus posesiones y bienes para el compartir y nadie pasase necesidad.
Esteban es uno de esos siete diáconos escogidos ‘hombres de buena fama, llenos de espíritu de sabiduría…’ Pero pronto veremos a Esteban que no se reduce a este servicio de diaconía sino que con toda valentía y sabiduría hace el anuncio de la Buena Nueva de Jesús. ‘Esteban, lleno de gracia y de poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo… no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba’.
Lo que motivó que lo prendieran y lo llevaran a presencia del Consejo, terminando, como hemos escuchado hoy, condenado a ser apedreado. ‘Se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo’. Un martirio que repite muchas señales de la muerte de Jesús, porque Esteban está impregnado del Espíritu de Jesús y repetirá los gestos y las palabras del mismo Cristo en la Cruz. ‘Señor, no les tengas en cuenta este pecado… Señor Jesús, recibe mi espíritu’.
Es el testigo que nos está enseñando muchas cosas. Un testimonio que nos impulsa a nosotros, que impulsa a la Iglesia a ser testigos en el servicio, en el anuncio de la Buena Nueva y en la fortaleza para vivir tiempos difíciles y que se pueden convertir en persecución.
Testigos de Cristo resucitado desde el amor y desde el servicio, como hemos reflexionado muchas veces. Es así como tiene que manifestarse la Iglesia frente al mundo. Siempre. Pero en los momentos difíciles para muchos por la situación de crisis que se vive en el momento presente en nuestro mundo, ha de ser un testimonio claro el que ha de dar. Una Iglesia servidora, en espíritu de diaconía. Una Iglesia que manifiesta su solidaridad y una solidaridad viva y efectiva con todo el que sufre. Tiene que ser testigo, rayo de luz que despierte el amor y la solidaridad entre los hombres. Y cuando digo la Iglesia, lo podemos decir como institución, como comunidad cristiana y como actitud fundamental para todos y cada uno de los cristianos.
Pero una Iglesia llena del Espíritu para anunciar el nombre de Jesús, para hacer llegar la salvación a todos los hombres. Y una Iglesia que se siente fuerte, pero no con su fuerza a lo humano, sino con la fuerza del Espíritu del Señor frente a un mundo adverso y que quizá nos pueda llevar a la persecución, aunque sea de forma sutil. Tenemos que estar preparados y sentirnos fuertes en el Señor.
Creo que es el hermoso testimonio que hoy nos da Esteban. Es nuestro compromiso de ser testigos.
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