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sábado, 22 de noviembre de 2025

Afinemos nuestra fe y démosle verdadera hondura aunque por lo tan apegados que estamos a lo material tantas veces nos cueste abriéndonos a una órbita de vida eterna

 


Afinemos nuestra fe y démosle verdadera hondura aunque por lo tan apegados que estamos a lo material tantas veces nos cueste abriéndonos a una órbita de vida eterna

1 Macabeos 6,1-13; Salmo 9; Lucas 20,27-40

Vivimos apegados a la vida, a lo que ahora hacemos y de lo que ahora disfrutamos, pero algunas veces más parece que a lo que estamos apegados es a las cosas, y queremos tenerlas para siempre, no queremos desprendernos de lo que conocemos y disfrutamos y nos parece único, queremos que dure para siempre y cuando nos imaginamos un futuro parece como si solo quisiéramos vivir en lo que ahora tenemos, en lo que ahora poseemos, de lo que ahora disfrutamos; y o imaginamos que ese futuro será disfrutar con mayor intensidad de lo que ahora disfrutamos, o tenemos miedo ante lo que nos parece incierto de ese futuro; negamos la trascendencia que pueda tener nuestra vida por lo desconocido que se nos presenta; tenemos miedo al momento en que todo lo que ahora tenemos se acabe porque nos puede parecer que vamos a caer en un vacío, lo que haría o que la vida no tiene sentido, o lo otro que muchos piensan disfrutemos y gocemos de lo que ahora tenemos porque para allá no nos vamos a llevar nada.

No quiero crear dudas ni incertidumbres con estas palabras que me han ido surgiendo, pero que puede ser un poco lo que a todos en un momento o en otro se nos ha pasado por la cabeza; lo que nos hace dudar, lo que nos puede llevar a perder un sentido superior de la vida, un sentido y una visión más espiritual y más sobrenatural. ¿Lo tendremos realmente claro? ¿En el fondo no vivimos muchas veces como ateos porque aunque decimos que creemos en Dios sin embargo hay cosas que no terminamos de aceptar, no terminan de iluminar realmente nuestra vida? ¿No lo estamos expresando con el pesimismo y con el materialismo con que vivimos muchas veces la vida?

Hoy en el evangelio se nos habla de los saduceos y de las preguntas y cuestionamientos que le hacían a Jesús. Ya de entrada para que comprendamos el sentido de sus cuestiones el propio evangelista nos recuerda que los fariseos no creían en la resurrección. No creen pero se lo cuestionan en su interior, como se manifiesta en que vayan a plantear esas cuestiones a Jesús. ¿De verdad, de verdad tenemos nosotros una fe clara en la resurrección, tal como confesamos cuando proclamamos el credo de nuestra fe? ¿No estaremos nosotros imaginando una vida futura pero según los mismos parámetros con que vivimos ahora la vida, con las mismas cosas?

Es lo que viene a aclararles Jesús. No podemos pensar en la vida futura con casamientos y matrimonios, les viene a decir Jesús desde las cuestiones de la ley del Levítico de la que le hablan los saduceos. La plenitud en Dios es algo muy distinto a la plenitud de nuestros goces y felicidades temporales que vivimos en el aquí y ahora de nuestro caminar sobre la tierra. No podemos entrar en la onda de la imaginación para ponernos a pensar en lo que es esa vida futura, esa vida eterna, esa vida de resurrección de la que nos habla Jesús.

¿Lo que disfrutamos en el ahora de nuestra vida se queda solo en lo material o en lo corporal? Pensemos como tantas veces hemos sido felices y no por la posesión o disfrute de cosas materiales. Hay una elevación de nuestro espíritu que nos lleva, por ejemplo, a disfrutar de la belleza, pero no solo como un concepto material que veamos reflejada en cosas, sino como una sensibilidad de nuestro espíritu ante lo bueno, ante el amor, en el disfrute de la paz cuando la sentimos desde lo más hondo de nosotros mismos, lo que es una verdadera amistad y un verdadero amor no por unos intereses o cosas que vayamos a conseguir sino por esa comunión que une nuestros espíritus haciéndonos sentir algo nuevo y sublime; hay algo más hondo y más sublime  que eleva nuestro espíritu. ¿Y si todo eso lo tenemos en plenitud en Dios?

Son pensamientos que tenemos que madurar dentro de nosotros mismos, es algo espiritual que nos eleva y nos hace llenarnos de Dios, son cosas que tenemos que saber rumiar en el silencio del corazón, es algo que nos va a hacer trascender nuestra vida para no quedarnos en el ahora y como ahora lo vivimos sino que nos lleva a sentir una nueva plenitud para nuestra vida, que nos hace entrar en esa órbita de vida eterna que Jesús nos ofrece. Afinemos nuestra fe y démosle verdadera hondura aunque por lo tan apegados que estamos a lo material tantas veces nos cueste. Nos abriremos a una felicidad mayor que llamamos vida eterna.

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