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domingo, 23 de noviembre de 2025

No es un líder carismático y un dirigente, para nosotros es el Señor, dispuestos a tener parte con El porque nos lavaremos los pies los unos a los otros

 


No es un líder carismático y un dirigente, para nosotros es el Señor, dispuestos a tener parte con El porque nos lavaremos los pies los unos a los otros

2Samuel 5,1-3; Salmo 121; Colosenses 1,12-20;  Lucas 23,35-43

Si nosotros tuviéramos la posibilidad real de elegir – y no es cuestión ya de elecciones que llamamos democráticas que tenemos muy reglamentadas y muy marcadas con muchas connotaciones no siempre tan luminosas – decíamos, de elegir a un dirigente capaz de conducirnos por los mejores caminos no elegiríamos a uno a quien vemos fracasado y poco menos que derrotado en la vida,, sino quien sea capaz de tener un verdadero liderazgo desde su propia rectitud pero manifestado también en un camino recorrido de triunfo y de victorias en cosas conseguidas.

Como respuesta en cierto modo a esto que estamos planteando la primera lectura de este domingo nos habla de cómo los de Israel fueron a buscar a David, rey ya de Judá, para que fuera su rey; es el David que han visto que es un buen estratega y salir victorioso ya en muchas batallas; no es solo un pastor de un rebaño en Belén sino un vencedor en muchas contiendas.

Pero en contraposición a esto que venimos diciendo en el evangelio veremos que aquel ladrón que está también crucificado allí en el Calvario, en postura diferente y contraria a todas las burlas de los que presenciaban la agonía y muerte de Jesús diciéndole que se salve a si mismo, que se baje de la cruz, es precisamente a ese que aparece como un fracasado a quien pide que se acuerde de él cuando llegue a su Reino. Podría parecer algo contradictorio y chocante que ponga la fe en quien a los ojos de todos aparece como un condenado que ha fracasado en lo que proponía como reino de Dios.

Mi reino no es de este mundo’, le había respondido Jesús a Pilatos, que no tenía ejércitos que ahora vinieran en su auxilio. Pero Jesús sí había centrado toda su predicación y toda su vida en el anuncio de la llegada del Reino de Dios. No le habían entendido, mientras unos no quitaban de la cabeza la idea de un Mesías guerrero y libertador de Israel, otros no llegaban a entender ese estilo nuevo que Jesús venía ofreciendo para nuestras vidas; no podían entender que el amor tenía que ser el verdadero constructor de un mundo nuevo y no basándonos en otras fuerzas o manifestaciones de poder.

Para muchos escuchando a Jesús, por no entenderlo por tener la mente cerrada con sus ideas preconcebidas, su mundo se les resquebrajaba y se les venía abajo, porque querían construir la vida desde la vanidad o desde un poder que manipula. Es la oposición que va encontrando en aquellos que pensaban que las cosas siempre habían sido así y por qué iban a cambiar, sobre todo cuando su prestigio, su preponderancia, y las apariencias de sus vanidades se venían abajo.

Era algo nuevo lo que Jesús proponía y por eso le decía a sus discípulos que entre ellos no podía ser como entre los poderosos de este mundo; era un camino de sencillez y de humildad, era un camino de mansedumbre y de autenticidad, era un camino de servicio y de desprendimiento de si mismo, era un camino en que todos tendríamos que sentirnos cercanos los unos a los otros porque entre todos había de haber una nueva comunión que tendría que hacer que nos sintiéramos hermanos. Es el camino del Reino de Dios que era comenzar a vivir una vida nueva.

Hoy estamos celebrando ese Reino de Dios y decimos que Jesús es nuestro Rey y Señor. Así comenzaron a verlo con toda claridad sus discípulos a partir de la resurrección. Es cuando comenzaron a comprender muchas cosas que habían visto y escuchado a Jesús en aquellos años de predicación. Ejemplo nos había dado, podemos recorrer todas las páginas del evangelio. Si yo el Maestro y el Señor os he lavado los pies, así tenéis que lavaron los pies los unos a los otros, les diría en la cena pascual después de aquellos momentos de desconcierto que se quitó el manto y se puso a lavarles los pies uno a uno.

‘Si no te lavo los pies, no tendrás parte conmigo’, le había dicho al renuente Simón Pedro; y querrá Pedro que le lave no solo los pies, sino las manos y la cabeza y todo. No era una ablución cualquiera, una ablución ritual lo que Jesús estaba realizando. Estaba mostrándonos nuestro camino. A nosotros nos dirá que si no nos lavamos los pies los unos a los otros no tendríamos parte con El. Pero que pronto lo olvidamos.

En la liturgia de este domingo, último del ciclo litúrgico, pues el próximo domingo entraremos en el Adviento, queremos hacer esta proclamación de Jesucristo como Rey. Es el fruto del camino recorrido, es la consecuencia de todo lo que hemos vivimos a lo largo del año litúrgico desde las grandes celebraciones que han centra nuestra vida en este año, pero desde esa celebración de cada semana en el domingo, día del Señor, o lo que hemos vivido cada día.

Ha sido como un camino de ascensión el que hemos recorrido; muchas experiencias intensas en la vida de nuestra fe habremos tenido a través de las celebraciones y de lo que sido el compromiso de nuestra vida cristiana, como quizás también hemos constatado nuestra debilidad, nuestra poca perseverancia y los tropiezos que hayamos podido tener. Pero una cosa hemos de tener como muy cierta y segura, en ese camino hemos querido estar con el Señor, la presencia del Señor en nuestra vida no ha faltado aunque a veces hayamos camino medio ciegos y sordos.

‘¡Es el Señor!’, tenemos que saber reconocer como Juan allá a la orilla del lago de Tiberíades. Mucho más que un líder o un gran dirigente. Es nuestro Rey y Señor. El nos promete que estaremos con El en el paraíso, como le dijo al buen ladrón. ¿Nos lanzaremos al agua como Pedro tal como estamos porque queremos estar cerca del Señor?

 

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