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martes, 5 de agosto de 2025

Una mano que nos da seguridad en el camino y los peligros, nos levanta de nuestros desánimos, nos perfuma con una unción de vida, pone esperanza y alegría en el corazón

 


Una mano que nos da seguridad en el camino y los peligros, nos levanta de nuestros desánimos, nos perfuma con una unción de vida, pone esperanza y alegría en el corazón

Números 12, 1-13; Salmo 50; Mateo 14, 22-36

¿Alguien te ha pedido alguna vez que le des la mano porque al pasar por un sitio peligroso siente miedo? Seguramente le hemos dado la mano que le sirva de apoyo para que se sienta segura diciéndole que no tiene por qué temer, que allí estamos nosotros para ayudarle. Parece quizás una cosa sencilla y que no tuviera mucho valor, pero para quien está pasando por ese episodio de miedo le es un gesto de mucha importancia.

No ya solo un sitio peligroso que dé vértigo o que pueda traer otras consecuencias que pudieran poner en peligro nuestra vida sino que entendemos que en situaciones así, y no refiriéndonos a lo material, nos podemos encontrar todos en muchas ocasiones. Miedos ante lo que pueda suceder, ante lo imprevisto, a lo que puedan los otros decir, a las situaciones dolorosas de la vida cuando nos cercan los problemas, a lo que sucede en nuestro entorno y en algo muy concreto en la familia, a lo que hemos hecho que pudiera ahora traernos consecuencias… podríamos seguir así y la lista se nos haría interminable; momentos oscuros en que nos sentimos solos, que necesitamos una mano o una voz, una presencia que sea aliento, algo especial que nos haga sentirnos seguros, valentía para afrontar esas situaciones y encontrar un camino de salida, soledades que necesitan una compañía.

Me hace pensar en todo esto la página del evangelio que hoy se nos ofrece en dos de sus momentos. Jesús había embarcado a los discípulos rumbo a la otra orilla, mientras El despedía a la gente, aunque luego se fue solo a la montaña para orar. Cada uno de sus pasos son importantes y necesitarían mucho comentario. Pero nos centraremos en los discípulos en medio del lago, en una travesía que se les está haciendo costosa, pero en la que además se sienten solos, porque Jesús se ha quedado en tierra. Estaban ya tan acostumbrados a estar siempre con Jesús, que ahora sienten esa soledad y les parece que la barca no avanza.

Pero no están solos, aunque hasta ahora no lo han visto, Jesús viene a su encuentro. El siempre se las arregla para estar a nuestro lado. Pero aquellas soledades que en la noche estaban pasando les ciegan; cuantas veces nos cegamos y no vemos lo que tenemos a un palmo de nuestras narices. No solo les ciega sino que les confunde. Creen ver un fantasma y se ponen a gritar llenos de miedo. En otra ocasión en la barca y en aquel mismo lago habían gritado desesperados, porque aunque Jesús estaba allí, parecía ajeno a la tempestad por la que estaban pasando. ‘No te importa que nos hundamos’, había sido la queja con la que le habían despertado. Cuantas cegueras se nos meten en la vida que nos hacen no entender.

Soy yo, no temáis’. Aunque reconocen su voz, esa voz inconfundible que tantas veces habían escuchado y que tantas cosas les había hecho comprender, que les explicaba a ellos de manera especial cuando la gente no entendía nada, que les recordaba una y otra vez el nuevo sentido de sus vidas que tenía que ir por la humildad y el servicio. Esa voz que un día sacará de su letargo y sus lágrimas a Magdalena que está cegada a la puerta del sepulcro con que habían robado el cuerpo de Jesús. Pero ahora ellos siguen dudando.

‘Si eres tú, haz que yo pueda ir hacia ti sobre el agua como Tú’, había sido la petición de Pedro. ‘Ven’, le había dicho Jesús y esa palabra tenía que darle confianza y seguridad, le tenía que hacer mantenerse en su intrepidez y aunque se había puesto a caminar sobre el agua para llegar hasta Jesús – en otra ocasión se lanzaría a nado con ropa y todo para llegar más prontamente – una brisa que levantaba una ola le hizo dudar y comenzó a hundirse. Será la mano de Jesús la que lo levante y le ponga de nuevo en la barca para que se sienta seguro.

La mano que Jesús nos tiende, que pone sobre nuestro hombro, que toca nuestro cuerpo malherido, con la que pone un nuevo colirio en aquel barro que amasó con su saliva sobre nuestros ojos, con la que nos hace tomar esa camilla de nuestras invalideces para que nos levantemos y la carguemos caminando con seguridad en la vida, la que nos levantará de ese sueño que parece muerte como a la niña de jairo para que comencemos a hacer una vida normal, la que nos ayudará a bajar de nuestra higuera para hacer que nuestro día sea muy especial, la que dejará su manto a voleo para que nos agarremos de él y nos sintamos curados, la que nos hará sentir nueva alegría en el corazón porque a pesar de nuestros desánimos y nuestras dudas y errores va a ser Él quien perfume nuestra vida con un olor que nos envuelva y envuelva cuando nos rodea que nos sepa a unción. De cuántas maneras llega la mano de Jesús a nosotros para darnos seguridad y para darnos vida.

¿Será la mano que de igual manera nosotros tenderemos a los demás para transmitirles también vida convirtiéndonos así en signos de Jesús?


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