El
evangelio siempre es buena noticia que recibimos con alegría y con la misma
alegría la trasmitimos
Isaías 52, 7-10; Salmo 95; Mateo 5, 13-19
Los que nos traen buenas noticias son
siempre bien recibidos, es más, serán agasajados con mucho entusiasmo y alegría.
Hoy tenemos muchos medios de comunicación, de trasmitir noticias que en otros
tiempos no teníamos; en mi infancia pasé por esas lagunas difíciles de las
consecuencias de la emigración, pues mis hermanos y mi padre se tuvieron que ir
a América; recuerdo siempre la alegría y emoción con que mi madre recibía sus
cartas, pero más aún cuando alguien regresaba de Venezuela al pueblo acudíamos,
como quien espera aguas de Mayo, a visitarle para saber de forma directa las
noticias que nos podían traer de nuestra familia; cómo si nos visitaban esas
personas para darnos noticia dentro de nuestra pobreza le ofrecíamos lo mejor
como reconocimiento de las noticias ‘frescas’ que nos podían traer.
En todos los aspectos de la vida
deseamos y necesitamos recibir cosas buenas de los demás, palabras que pongan
esperanza y renovada ilusión en nuestras vidas; hay personas que se regodean en
traernos noticias de cosas calamitosas, que nos están hablando con un
tremendismo que al final lo que hace es poner miedo y temor en el alma,
personas que parece que son adictas para hablarnos de cosas que nos quiten el
sosiego y la paz, todo lo ven a lo tremendo, todo parece que va a tener un
final catastrófico y en lugar de poner luz parece que van llenando el mundo de
sombras.
Como decíamos al principio los que nos
traen buenas noticias son bien recibidos, estamos deseosos de escuchar palabras
de ánimo, que nos llenen de esperanza, que nos abran horizontes, que pongan una
nueva luz en nuestra vida y en nuestro mundo. Y esto tiene que ser el evangelio
de Jesús para nosotros. Es ‘evangelio’, o sea, buena noticia. Y las buenas
noticias ponen gozo en el alma, por una buena noticia somos capaces de caminar
lo que sea para ir a su encuentro.
Eso fue la vida de Jesús. Ese ha sido
su mandato, esa es la misión que nos ha confiado, llevar una buena noticia a nuestro
mundo. Esto tiene que ser siempre el evangelio en nuestra vida. Esa es la
esperanza que tiene que suscitar siempre en nuestros corazones. Eso es lo que
tiene que ser siempre un impacto para nuestra vida, porque las noticias nos
sorprenden, pero si son buenas noticias no solo nos sorprenden sino que nos
alegran el alma. Eso es lo que nosotros tenemos que anunciar.
Dicho así parece que resulta todo muy
bonito, pero es aquí donde quizás tenemos que preguntarnos muchas cosas sobre
el espíritu con que nosotros acogemos esa buena noticia. No podemos decir nunca
eso ya me lo sé, eso ya lo he escuchado muchas veces. Para nosotros el
evangelio tiene que ser siempre noticia para nosotros, y la noticia no nos
cuenta cosas viejas, las noticias queremos que sean siempre nuevas para que
realmente sean noticias. Pero ante el evangelio depende de la actitud con que
nosotros vayamos a él, con la actitud con que nosotros lo escuchemos.
Es siempre algo nuevo que llega a
nuestra vida. Y por muy monótona o de rutina que hayamos hecho nuestra vida,
nuestra vida va continuamente cambiando; no vivimos hoy lo mismo que vivimos
ayer, cada momento tiene sus circunstancias, cada momento en la vida tiene su
novedad, en cada momento podemos descubrir algo nuevo, un nuevo matiz; y el
evangelio viene a iluminar nuestra vida hoy, en el aquí y en el ahora, en lo
que son ahora mis circunstancias y en lo que hoy estoy realizando. Y ahí
tenemos que sentir esa novedad del evangelio, esa luz nueva que nos va
ofreciendo el evangelio en todo momento.
Pero eso es lo que tenemos que ser
nosotros para los demás. Somos, tenemos que ser portadores del evangelio,
evangelizadores, decimos. Y como buena noticia se lo ofrecemos al mundo; de la
autenticidad con que nosotros los anunciemos va a depender en cierto modo que
como tal lo reciban quienes nos escuchan, como buena noticia para sus vidas.
Pero es que tienen que notar que eso ha sido para nosotros y es por eso por lo
que se lo trasmitimos. Lo triste sería que nosotros no transmitiéramos buena
noticia, porque lo hemos convertido en una rutina en nuestra vida, porque no lo
estamos reflejando en nosotros en una vida distinta.
Hoy nos ha dicho Jesús que tenemos que
ser luz y que tenemos que ser sal. Que no podemos ocultar la luz, como no se
puede ocultar una ciudad edificado en lo alto de un monte, ni podemos hacer que
nuestra vida no sea sal, porque hayamos perdido el sabor. La sal que no da
sabor ya no sirve para nada. ¿Nos estará pasando a nosotros? ¿Qué sabor desde
el evangelio le estamos queriendo trasmitir a nuestro mundo? La tenemos que
recibir con alegría y con alegría tenemos que transmitirla.
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