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miércoles, 6 de agosto de 2025

Desde el Tabor emprendemos el camino de la Pascua necesario para ser testigos de la buena noticia del Evangelio ante el mundo

 


Desde el Tabor emprendemos el camino de la Pascua necesario para ser testigos de la buena noticia del Evangelio ante el mundo

2Pedro 1,16-19; Salmo 96; Lucas 9, 28b-36

Hay sorpresas que nos dejan con la boca abierta, sin palabras. Algo sorprendente y extraordinario, algo que no nos esperábamos aunque lo deseáramos, nos quedamos sin saber qué decir, y las palabras nos salen inconexas de nuestros labios. Es el niño sorprendido ante el regalo que no esperaba, es la llegada del familiar que hacía mucho tiempo no habíamos visto y casi habíamos perdido su pista, es algo que por azar o fortuito nos sucede, un premio por ejemplo, y que cambia totalmente nuestra vida… muchas cosas nos suelen suceder de las que no sabemos dar razón, que nos sorprenden y no tenemos palabras para explicar.

Así se encontraban Pedro, Santiago y Juan en lo alto de aquella montaña aquel día que Jesús los había llevado para orar. Ellos casi se habían dormido, no sé qué nos pasa que cuando pretendemos concentrarnos para orar lo primero que nos viene es el sueño. Pero ellos ante lo que sucedía pronto se despabilaron, los ojos sorprendidos se les abrían dejando a un lado el sueño y no sabían explicarse lo que estaba pasando. Jesús estaba resplandeciendo como la luz, sus ropajes eran tan blancos que encandilaban, nunca habían visto nada igual aunque muchas veces fueran testigos de la oración de Jesús. Pero además dos personajes del Antiguo Testamento formaban parte también de la escena, Moisés y Elías en diálogo con Jesús.

Casi querían los discípulos entrar también en la conversación y ya andaban pensando en preparar tres tiendas para que aquello no acabara nunca. Pero una voz venida de lo alto les sorprendió aún más, ‘Este es mi Hijo, el amado, el predilecto. Escuchadle’. Cayeron de bruces, aquellas previsiones que de manera inconexa habían pretendido tener para que todo se prolongara se quedan en nada, porque se sentían envueltos por una nube celestial y terminaron de bruces por el suelo.

Y es Jesús el que los saca de aquel arrobamiento  para decirles que había que bajar de la montaña, no se podían quedar allí para siempre aunque ellos sintieran lo bien que estaban allí. El camino seguía y seguía por la llanura de la vida que terminaría con otra subida a la montaña pero que sería de manera cruenta. El camino podría ponerse difícil, porque seguirían encontrándose con un mundo de dolor y sufrimiento, con gentes que caminaban en medio de la vida sin rumbo y desorientados, con gente que se cruzaba en el camino con sus dificultades y dudas e incluso con sus enfrentamientos, detrás de todo aquello había un calvario como tantas veces les había anunciado y ellos nunca habían querido o sabido comprender, ahora mismo cuando llegaran al pie de la montaña se encontrarían con un cuadro muy duro, un padre que ha pedido al resto de los discípulos que curen a su hijo y la falta de fe para afrontar esas realidades duras de la vida pero al mismo tiempo poner una mano de vida.

Es la experiencia del Tabor, porque en esa montaña queremos situar el acontecimiento a la que nosotros también hemos de saber subir. Fue entonces para aquellos discípulos un fortalecer sus pies para seguir haciendo el camino tras Jesús, que algunas veces parece que corre para llegar a Jerusalén, para llegar a la Pascua. Nos cuesta seguir en muchas ocasiones sus pasos, responder a sus exigencias, ponernos en su camino aunque nosotros queremos seguir haciendo los nuestros, comprender a fondo todo el misterio de Jesús para dejarnos envolver por El.

Queremos experiencias bonitas, pero desde esas experiencias tenemos que salir transformados. Cuidado que nuestras celebraciones se queden en el Tabor en el que querían quedarse aquellos tres discípulos, porque preferían aquello a tener que seguir caminando por aquellas llanuras que se abrían ante sus pasos. Cuidado nos extasiemos en florituras de bonitas celebraciones y allí se nos quede todo lo que es y tiene que ser nuestra experiencia de fe.

No olvidemos que desde el Tabor emprendemos el camino de la Pascua con todo lo que eso significa, porque la pascua va a significar pasión y muerte para poder llegar a la gloria de la resurrección. Es la Pascua de la que tenemos que convertirnos en testigos, la que nos hará anunciadores de Evangelio, la que nos llevará a seguir evangelizando sin cansarnos ni rendirnos nuestro mundo.

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