No
nos quedemos dormidos pensando que otros ofrecerán su luz, la nuestra es muy
importante y no puede dejar de iluminar
Oseas 2, 16b. 17de. 21-22; Salmo 44; Mateo
25,1-13
Eso de quedarse dormido mientras
estamos a la espera de algo que esta por llegar parece que no es nuevo ni es antiguo.
Todos tenemos la experiencia de que las vigilias parecen ser los momentos en
que más sueño nos entra. Somos los mayores que nos quedamos sentados, por así
decirlo, contemplando la vida, quizás ya liberados de muchas ocupaciones,
quizás tras los desvelos de una noche de insomnio que nos aparece cuando menos
lo esperamos, quizás porque nos ponemos a pensar y a recordar, pero qué pronto
nos quedamos dormidos. Pero, repito, no es solo que nos pase a los ancianos o
los que tenemos muchos años, que todos en la vida muchas veces se han quedado
dormidos, mientras escuchamos una clase o una conferencia, quizás cuando
estamos esperando que nos terminen de preparar la comida, echamos, como solemos
decir, una cabezadita.
¿Por qué nos extrañamos tanto y le
damos tantas vueltas al hecho de que aquellas jóvenes que iban a formar parte
del cortejo del novio para la boda y que tenían la función de iluminar primero
el camino y luego la sala de la boda se hayan quedado dormidas?
Claro que inmediatamente decimos que no
fue porque se quedaran dormidas en aquel momento, sino porque se habían
‘dormido’ en el cumplimiento de sus obligaciones porque no habían preparado
debidamente la cantidad de aceite que iban a necesitar para aquella
celebración.
¿Serán en ese estilo las principales
‘dormidas’ que nosotros hayamos tenido en la vida? Es lo que en cierta manera
se nos está planteando. Porque claro aquellos que dormidas no habían tenido la previsión
necesaria para tener la lámpara encendida se quedaron sin entrar al banquete de
bodas, al banquete del Reino. Las cosas tienen sus consecuencias y tenemos que
ser previsores hasta en los más pequeños detalles. Quien no sabe ser fiel en lo
poco tampoco lo será cuando le confíen cosas importantes, como nos dirá en otra
ocasión Jesús en el evangelio. ¿Será eso
aprender lo que tiene que ser la verdadera sabiduría de la vida?
La sabiduría de la vida la aprendemos
en la vida misma. Es en la fidelidad a lo que somos y a lo que tenemos entre
manos. Tenemos que ser conscientes del valor de nuestra propia vida, aunque nos
parezca que no valemos para nada. Pero podemos estar manteniendo una luz y si
esa luz se mantiene encendida alumbrará no solo nuestro camino sino también el
camino de los demás, el camino de los que marchan a nuestro lado. Aquellas
doncellas podían quizás haber pensado en su inconsciencia, porque falle una
luz, no se va a dejar de alumbrar el camino, las otras lo mantendrán iluminado.
Pero si todas piensan lo mismo y se descuidan ¿quien va a ser la que al final
tendrá luz para alumbrar el camino? Puede ser que a todas se les apaguen las
lámparas, nos puede resultar al final que llegamos tarde cuando hayamos
conseguido el aceite y ya la puerta está cerrada.
Por eso decía que es importante la
fidelidad a lo que somos y a lo que se ha puesto en nuestras manos. Y esa
fidelidad la vamos a estar mostrando en el día a día de nuestro camino, en el
día a día de nuestra vida. Eso que vamos haciendo, eso que vamos aprendiendo,
eso que nos va haciendo madurar en el día a día, ese desarrollo de lo que
somos, nuestras cualidades y valores, nuestras potencialidades y nuestras
capacidades, serán las piedras que construyan nuestro camino, es el aceite que
está alimentando esa lámpara de nuestra vida y hará posible que se mantenga
encendida. Qué importante el cumplimiento de nuestras responsabilidad, que
necesario es aprovechar esa formación que se nos va ofreciendo cada día, es lo
que nos hará madurar, es lo que nos hará crecer interiormente, como personas,
es lo que hará que en el futuro tengamos mayores posibilidades.
No lo podemos descuidar, no nos podemos
quedar dormidos. No podemos permitir que
no se pueda mantener encendida esa luz, no podemos quedarnos sin
emprender esa sabiduría que pondrá luminosidad en nuestra vida. No podremos
descartar el mantenernos bien unidos al Señor, llenándonos de su Espíritu,
porque es lo que hará posible que un día produzcamos buenos frutos.
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