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domingo, 3 de agosto de 2025

Cultivemos aquellos valores que van a dar trascendencia a nuestra vida, que nunca nos aíslan sino que siempre crean comunión con los demás

 


Cultivemos aquellos valores que van a dar trascendencia a nuestra vida, que nunca nos aíslan sino que siempre crean comunión con los demás

Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23; Salmo 89; Colosenses 3, 1-5. 9-11; Lucas 12, 13-21

Qué contentos y felices nos sentimos si las cosas nos salen bien; es muy humano, es una satisfacción que nos sale del corazón, tenemos también que reconocerlo. Que podemos completar nuestro trabajo y obtener su rendimiento y beneficios, es algo que todos deseamos; que el agricultor tiene una buena cosecha de la que va a sacar también una riqueza para su vida, es algo en lo que se siente feliz porque para algo trabajo y a todos nos gusta ver sus beneficios; y así podríamos seguir haciéndonos consideraciones en plan bien y positivo, porque seguramente, y lo decimos por poner una nota distinta al cuadro que muchas veces se nos puede presentar, también hacemos partícipes de alguna manera de nuestra alegría, de nuestro triunfo a los que nos rodean.

Hasta aquí en lo que vamos describiendo como base y punto de partida de nuestra reflexión no hemos dejado traslucir la avaricia y la codicia que sin embargo muchas veces en estos asuntos materiales suele aparecer. Cuando tenemos entre manos este tema de ganancias, de frutos y de resultados sabemos que es una pendiente muy resbaladiza por la que podemos caer y nos vemos envueltos fácilmente en esa codicia de la vida, en esa avaricia para querer acumular, y a la larga ese encerrarnos en nosotros mismos para disfrutar nosotros solos de lo que tenemos.

Que esa avaricia nos puede aparecer en estos temas tan materiales como lo económico, pero que no la reducimos solamente a estos campos, porque nos puede aparecer también en muchas actitudes egoístas que nos encierran en nosotros mismos y nos hacen despreocuparnos totalmente de los demás. Vamos a ser felices nosotros y a los demás que los parta un rayo, diciendo pronto y mal.

El evangelio parte de hoy de lo que podríamos considerar una anécdota. Uno que tenía problemas con su familia a cuenta del tema de las herencias viene a pedirle a Jesús que intervenga; era propio de alguna manera de aquellos maestros de la ley entre los judíos que fueran como jueces de paz en esas reyertas que habitualmente podrían surgir en muchos individuos y en las familias. El hecho del que se nos habla no está tan lejos de muchas cosas que en ese tema surgen también entre nosotros hoy.

Pero la respuesta de Jesús parece en principio tirar balones fuera. ‘¿A qué me vienes con esas? ¿Quién me ha nombrado a mí juez en estos asuntos?’ Pero aunque parece no querer intervenir nos deja una hermosa sentencia que luego nos ampliará con la pequeña parábola que nos ofrecerá. ‘Guardaos de toda clase de codicia’, no tiene sentido estarse agobiando tanto por estos temas, viene a decirnos Jesús, que por eso no nos llegue a faltar la paz.

Pero continuará Jesús con una pequeña parábola. El terrateniente que tiene una buena cosecha, mejor de lo que se esperaba y por eso tendrá que ampliar sus bodegas y graneros; ahora piensa que ya en la vida lo tiene todo resuelto, ahora toca el vivir la vida. Cuántas veces soñamos con esas cosas, para no tener que trabajar, para no tener que estar agobiado cada día y poder dedicarse a pasarlo bien. Lo sueñan quienes han tenido un buen negocio, y que de ahora en adelante ya no quieren hacer nada; lo sueña el que llega a la jubilación, porque ahora que tiene su paga y no tiene que trabajar lo va a pasar muy bien, aunque al tercer día y ande aburrido sin saber que hacer o a qué dedicar su tiempo. Lo estamos viendo en nuestro entorno, nos puede suceder a nosotros. ¿Y qué sentido y valor le damos a la vida?

Hay un detalle en el que quiero fijarme y en el que alguien me ha hecho caer en la cuenta. ¿Os habéis dado cuenta de la soledad de este terrateniente? Ni se habla de familia, ni se habla de sus trabajadores, ni se habla de amigos y vecinos, ni se habla a aquellos con los que podría compartir estas riquezas que ha obtenido. Qué solo se encuentra en esa noche en que todo ese castillo se le viene al suelo porque le llega la hora de la muerte. ¿Quién va ahora a disfrutar de sus bienes, de los que él tampoco supo disfrutar?

Cuantas cosas nos aíslan, se convierten como en un circulo a nuestro alrededor y aunque nos creamos el centro qué solos estamos, qué vacío encontraremos entonces en nuestra vida. Busquemos y trabajamos por aquello que nos va a llenar por dentro, pero por aquello que nos va a llevar a encontrarnos con los demás, para que no sintamos ese vacío, para que no nos encontremos en esa soledad.

Solo la posesión de las cosas materiales no va a poner alegría en nuestra vida, porque además la avaricia con que vivimos nos hará andar preocupados y siempre desconfiados porque o nos lo pueden robar, o un día no lo podremos disfrutar.  ¿Serán otros los valores que en verdad tenemos que cultivar? Como termina diciéndonos Jesús seamos ricos ante Dios, porque no vayamos ante El con las manos vacías.

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