Cultivemos
aquellos valores que van a dar trascendencia a nuestra vida, que nunca nos aíslan
sino que siempre crean comunión con los demás
Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23; Salmo 89;
Colosenses 3, 1-5. 9-11; Lucas 12, 13-21
Qué contentos y felices nos sentimos si
las cosas nos salen bien; es muy humano, es una satisfacción que nos sale del corazón,
tenemos también que reconocerlo. Que podemos completar nuestro trabajo y
obtener su rendimiento y beneficios, es algo que todos deseamos; que el
agricultor tiene una buena cosecha de la que va a sacar también una riqueza
para su vida, es algo en lo que se siente feliz porque para algo trabajo y a
todos nos gusta ver sus beneficios; y así podríamos seguir haciéndonos
consideraciones en plan bien y positivo, porque seguramente, y lo decimos por
poner una nota distinta al cuadro que muchas veces se nos puede presentar, también
hacemos partícipes de alguna manera de nuestra alegría, de nuestro triunfo a
los que nos rodean.
Hasta aquí en lo que vamos describiendo
como base y punto de partida de nuestra reflexión no hemos dejado traslucir la
avaricia y la codicia que sin embargo muchas veces en estos asuntos materiales
suele aparecer. Cuando tenemos entre manos este tema de ganancias, de frutos y
de resultados sabemos que es una pendiente muy resbaladiza por la que podemos
caer y nos vemos envueltos fácilmente en esa codicia de la vida, en esa
avaricia para querer acumular, y a la larga ese encerrarnos en nosotros mismos
para disfrutar nosotros solos de lo que tenemos.
Que esa avaricia nos puede aparecer en
estos temas tan materiales como lo económico, pero que no la reducimos
solamente a estos campos, porque nos puede aparecer también en muchas actitudes
egoístas que nos encierran en nosotros mismos y nos hacen despreocuparnos totalmente
de los demás. Vamos a ser felices nosotros y a los demás que los parta un rayo,
diciendo pronto y mal.
El evangelio parte de hoy de lo que podríamos
considerar una anécdota. Uno que tenía problemas con su familia a cuenta del
tema de las herencias viene a pedirle a Jesús que intervenga; era propio de
alguna manera de aquellos maestros de la ley entre los judíos que fueran como
jueces de paz en esas reyertas que habitualmente podrían surgir en muchos
individuos y en las familias. El hecho del que se nos habla no está tan lejos
de muchas cosas que en ese tema surgen también entre nosotros hoy.
Pero la respuesta de Jesús parece en
principio tirar balones fuera. ‘¿A qué me vienes con esas? ¿Quién me ha
nombrado a mí juez en estos asuntos?’ Pero aunque parece no querer
intervenir nos deja una hermosa sentencia que luego nos ampliará con la pequeña
parábola que nos ofrecerá. ‘Guardaos de toda clase de codicia’, no tiene
sentido estarse agobiando tanto por estos temas, viene a decirnos Jesús, que
por eso no nos llegue a faltar la paz.
Pero continuará Jesús con una pequeña
parábola. El terrateniente que tiene una buena cosecha, mejor de lo que se
esperaba y por eso tendrá que ampliar sus bodegas y graneros; ahora piensa que
ya en la vida lo tiene todo resuelto, ahora toca el vivir la vida. Cuántas
veces soñamos con esas cosas, para no tener que trabajar, para no tener que
estar agobiado cada día y poder dedicarse a pasarlo bien. Lo sueñan quienes han
tenido un buen negocio, y que de ahora en adelante ya no quieren hacer nada; lo
sueña el que llega a la jubilación, porque ahora que tiene su paga y no tiene
que trabajar lo va a pasar muy bien, aunque al tercer día y ande aburrido sin
saber que hacer o a qué dedicar su tiempo. Lo estamos viendo en nuestro entorno,
nos puede suceder a nosotros. ¿Y qué sentido y valor le damos a la vida?
Hay un detalle en el que quiero fijarme
y en el que alguien me ha hecho caer en la cuenta. ¿Os habéis dado cuenta de la
soledad de este terrateniente? Ni se habla de familia, ni se habla de sus
trabajadores, ni se habla de amigos y vecinos, ni se habla a aquellos con los
que podría compartir estas riquezas que ha obtenido. Qué solo se encuentra en
esa noche en que todo ese castillo se le viene al suelo porque le llega la hora
de la muerte. ¿Quién va ahora a disfrutar de sus bienes, de los que él tampoco
supo disfrutar?
Cuantas cosas nos aíslan, se convierten
como en un circulo a nuestro alrededor y aunque nos creamos el centro qué solos
estamos, qué vacío encontraremos entonces en nuestra vida. Busquemos y
trabajamos por aquello que nos va a llenar por dentro, pero por aquello que nos
va a llevar a encontrarnos con los demás, para que no sintamos ese vacío, para
que no nos encontremos en esa soledad.
Solo la posesión de las cosas materiales
no va a poner alegría en nuestra vida, porque además la avaricia con que
vivimos nos hará andar preocupados y siempre desconfiados porque o nos lo
pueden robar, o un día no lo podremos disfrutar. ¿Serán otros los valores que en verdad
tenemos que cultivar? Como termina diciéndonos Jesús seamos ricos ante Dios,
porque no vayamos ante El con las manos vacías.
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