Con el amor de Dios a pesar de toda la muerte que hay en nuestra vida siempre nos sentimos resucitados, renacidos a una vida nueva con la Pascua
Hechos de los apóstoles 5, 17-26; Salmo 33; Juan 3, 16-21
Sentir que alguien sigue pensando en ti, teniéndote en cuenta o queriendo contar contigo cuando tú más perdido estabas o te sentías, pensando que ya nada valías, que nadie se acordaría de ti, es algo que produce un gran consuelo en el alma y le hacen renacer en uno las ganas de vivir y también de hacer muchas cosas buenas. Es la peor de las soledades o abandonos que muchos pueden sentir, el pensar que ya nada valen para nadie, y que quizás por aquellos errores que cometiste nadie va a confiar en ti, nadie te va a ofrecer la mano para que sigas caminando, o para que te levantes si es que te sienten hundido.
Humanamente esto parece un imposible, humanamente no siempre encontramos esos apoyos o valoraciones, sino bien sabemos cómo se quiere hacer cargar con el sambenito de un error ya para toda la vida a quien lo haya cometido. Y eso hasta lo llamamos justicia, y esto lo pueden hasta proclamar los que se presentan como los hombres más rectos del mundo, pero vemos como escasea la verdadera misericordia, y el amor se convierte en muchos una palabra bonita para hacer una poesía o una canción. Tendría que ser otra cosa, pero así andamos en nuestro mundo, ese mundo en el que nos movemos.
Pero escuchar la página del evangelio que hoy se nos propone es de gran consuelo, se convierte en la mejor buena noticia que nosotros podamos recibir, por eso decimos que aquí puede estar el meollo del evangelio.
Se nos está diciendo que Dios nos ama, sea cual sea nuestra condición o nuestro pecado; y es tan grande el amor que Dios nos tiene que nos entrega, sí nos entrega, a su propio Hijo para que nosotros tengamos vida. ¿Somos merecedores de un amor tan grande por parte de Dios para con nosotros? Podíamos decir que somos nosotros los que le hemos dado la espalda a Dios y al final hasta terminamos escondiéndonos.
Adán y Eva le dieron la espalda a Dios, porque casi pareciera que fuera un contrincante contra el que luchar y al que no hacer casa, porque ellos querían ser como dioses. Recordemos la tentación de la serpiente. Es lo que encontramos en la historia de aquel pueblo que Dios había liberado de Egipto, pero que habían seguido prefiriendo la tiniebla a la luz, cuanto añoraban las cebollas de Egipto, cuanto buscaban suplantar a Dios en el sentido de sus vida y para eso si era necesario se creaban sus propios dioses. Es lo que nos encontramos en nuestra propia historia personal tan llena de deslealtad y de infidelidades.
Pero Dios sigue amando a su pueblo, Dios sigue amándonos hasta darnos a su hijo, quien nos dará la prueba más sublime del amor cuando nos amó con un amor tan grande que dio su vida por nosotros. No hay mayor amor. Dar la vida por aquellos a los que amamos. Es lo que contemplamos en Jesús. Es lo que nos llena de complacencia, y despierta en nosotros el mejor amor, porque sabemos que Dios nos ama como nadie nos ha amado. Y sigue contando con nosotros.
Si en el plano humano cuando encontramos a alguien que nos ama así y cuenta con nosotros sentimos el mayor consuelo, porque además está revalorizando nuestra vida, ¿Qué podemos decir cuando elevamos nuestra mirada y contemplamos el corazón de Dios? Y es que nos dice san Juan que el amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Dios nos amó primero. Cuando incluso nosotros no pensábamos en la posibilidad de un amor así, y casi, como hicieron Adán y Eva en el paraíso también nos escondemos de Dios.
Con el amor de Dios a pesar de toda la muerte que hay en nuestra vida siempre nos sentimos resucitados. Es lo que vivimos en esta Pascua.
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