Sabemos
interpretar los signos y señales de nuestras calles pero no sabemos interpretar
los signos de Dios en nuestra vida que de tantas maneras se nos manifiestan
Jonás 3, 1-10; Salmo 50; Lucas
11, 29-32
En la vida casi sin darnos cuenta
estamos rodeados de signos y señales que de alguna manera marcan lo que
hacemos, a donde vamos, donde no podemos estar y muchas cosas así. ¿Queremos
salir de un edificio? Buscamos la señal que nos indique donde está la puerta de
salida; ¿queremos buscar una determinada cosa? Nos encontraremos señales que
nos indiquen a donde debemos ir, donde debemos preguntar, y así muchísimas
cosas más. Vamos por nuestras calles y caminos, y nos entraremos toda una serie
de señales que nos dan direcciones, por donde podemos pasar o no, donde hay un
peligro. Y vamos atendiendo a esas señales, y obedecemos esas señales que nos
dan direcciones, prohibiciones o indicaciones de cómo debemos ir.
Pero ¿esas son las únicas señales o
signos que nos vamos a encontrar en la vida? Decimos que tenemos que saber
interpretar los signos de los tiempos, como aquellas cosas que podemos
descubrir en la naturaleza que nos anuncian un tiempo meteorológico, o nos
pueden prevenir incluso de posibles sucesos extraordinarios. Pero creo que
pensando en signos de la vida, podemos o tenemos que saber descubrir mucho más.
Hay cosas que nos pueden ayudar a descubrir la marcha de la humanidad, de la
sociedad en la que vivimos, y por ahí andan los economistas haciéndonos
anuncios de lo que nos puede devenir en el futuro, sociólogos que quieren
interpretar la marcha de la sociedad, o personas visionarias que quizás unas
veces de forma calamitosa, y otras con buen sentido nos hacen pensar en lo que
estamos haciendo con la vida.
Pero creo que no nos podemos quedar
ahí, ni perder solo en esas cosas. Como creyentes también hemos de tener como
un sentido de Dios para descubrir señales que Dios pone en la vida, pone en
nuestro mundo, pone en lo que sucede a nuestro alrededor y nos tendrían que
hacer descubrir lo que Dios quiere de nosotros, a lo que Dios nos llama, el
compromiso que como creyentes y cristianos también tendríamos que asumir en la
vida. Necesitamos tener una sintonía de
Dios en nuestro corazón, necesitamos darle una visión profunda a nuestra vida
desde una espiritualidad que vayamos construyendo en nuestro corazón.
No es cuestión de buscar milagros, o
cosas extraordinarias. Es saber descubrir, quizás desde pequeñas cosas, ese
sentido nuevo para nuestra vida. Tenemos que saber afinar, por decirlo así, las
antenas del alma para poder entrar en esa sintonía de Dios que nos hablará
quizás muchas veces a través de pequeñas cosas. Son esos signos, son esas
señales que Dios va poniendo a nuestro lado, en cosas que nos suceden, en
personas que nos acompañan, en buenas palabras que escuchamos y pueden hacernos
pensar, en testimonios que contemplamos a nuestro lado en personas sencillas y
de humilde corazón pero que están llenas de Dios.
Hoy escuchamos en el evangelio la queja
de Jesús sobre aquella generación que no hacía sino pedir signos y milagros,
pero no sabían sin embargo descubrir el milagro de Dios, el signo de Dios que
en Jesús tenían delante de ellos. Jesús les recuerda que los ninivitas supieron
comprender el signo de Jonás que apareció predicando en medio de ellos y le
escucharon y se pusieron en camino de conversión. Les recuerda aquella reina
del Sur que desde lejos vino para conocer a Salomón por su sabiduría, pero
ahora les dice que hay alguien delante de ellos que es mucho más que Salomón. Y
Jesús les viene a decir que no hay más signo que el Hijo del Hombre, no hay más
signo para ellos que Jesús mismo.
¿Estaremos pidiendo también nosotros
milagros y cosas extraordinarias en nuestro tiempo? Bien sabemos que somos muy
crédulos y somos capaces de ir de aquí
para allá porque nos dicen que aquel lugar es muy milagroso, que allí
están sucediendo cosas extraordinarias, milagros y curaciones, pero no sabemos
descubrir el signo de Dios que tenemos delante de los ojos, no sabemos apreciar
todo lo que en la Iglesia podemos recibir, no sabemos apreciar la riqueza de la
Palabra de Dios que cada día se nos ofrece, no sabemos apreciar la riqueza de
gracia que son los Sacramentos donde Dios mismo se hace presente en nuestra
vida.
Pero como decíamos, descubramos con
ojos de fe esos signos sencillos pero maravillosos que de mil maneras Dios va
poniendo en nuestro camino. Sepamos entrar en esa sintonía de Dios y dejémonos
conducir por su Espíritu que de tantas maneras llega a nuestra vida. Sabemos
interpretar los signos y señales de nuestras calles pero no sabemos interpretar
los signos de Dios en nuestra vida.
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