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lunes, 12 de febrero de 2024

La humildad y la buena disposición interior nos abre el camino a la fe y podremos llenarnos de la sabiduría del evangelio de nuestra salvación

 


La humildad y la buena disposición interior nos abre el camino a la fe y podremos llenarnos de la sabiduría del evangelio de nuestra salvación

Santiago 1,1-11; Salmo 118; Marcos 8,11-13

Las actitudes y posturas negativas en lugar de abrir puertas las cierran. Es bueno en todo ir siempre con una actitud positiva por delante; que tenemos un problema con alguien, trata de contener tus sentimientos o tu orgullo herido y acércate a esa persona con una actitud positiva; si vas de greñas, vamos a decirlo así, aún la buena actitud que pudiera tener la otra persona se la destrozamos, porque somos nosotros los que no sabemos ver la bueno que nos pueda ofrecer. Cuesta, porque nos cegamos y no somos capaces de ver sino aquello que está brotando violentamente desde dentro de nosotros, y por mucho que queramos no tendremos la serenidad suficiente para llegar a un entendimiento, incluso hasta poder hablar con calma.

Hoy en el evangelio vemos que una vez más los fariseos y todos aquellos que estaban en oposición a Jesús vienen de nuevo a pedirle signos, a pedirle pruebas para poder creer en El. Ya venía de antemano con una actitud condenatoria y serían incapaces de ver las señales que estaba mostrando Jesús con su vida, con sus palabras, y con los milagros que realizaba, los signos que estaba realizando continuamente que siempre remitían a lo que habían anunciado los profetas. Pero aquellos que además se las daban de doctores y enterados de la ley y los profetas eran incapaces de ver. Jesús los deja por imposibles, podríamos decir, porque se marcha a otros lugares a predicar.

Son las actitudes y posturas que nosotros también podemos tomar tantas veces ante Dios. No nos escucha, decimos tantas veces, pero ¿cómo es esa oración con la que le estamos pidiendo a Dios? ¿Estaremos rogando o estaremos exigiendo? ¿Somos acaso nosotros los que tenemos que decirle a Dios cómo tiene que hacer las cosas? ¿Nos consideramos con más sabiduría que Dios? Necesitamos una cura de humildad, necesitamos aprender a acudir al Señor, aprender a orar de verdad.

Jesús nos lo va señalando a lo largo del evangelio. Hemos de saber tenerlo presente. ¿Recordamos al fariseo y al publicano que subieron al templo a orar? ¿Quién fue el que bajó del templo justificado? El que humilde supo ponerse en la presencia de Dios, reconociendo su nada y su pecado, y queriendo acogerse a la misericordia de Dios. ‘Ten compasión de este pecador’, repetía allá en el último rincón, mientras el fariseo orgullo parecía que quería llevarle las cuentas a Dios de todas las cosas que hacía; pero su corazón estaba bien lejos de Dios, su corazón estaba lleno de orgullo y de vanidad.

Nos falta fe y nos sobra orgullo; nos falta humildad y tenemos demasiada autosuficiencia. Recordamos a la mujer que humilde y calladamente se atrevió a tocar por detrás el borde del mando del Señor. ‘Tu fe te ha curado’, le decía Jesús. Recordamos a aquella mujer que aparentemente se siente rechazada, pero ella reconoce que no es digna, ella sabe que es gentil, no es del pueblo de Israel, pero con confianza acude al Señor, como el cachorro que está bajo la mesa esperando que caiga alguna migaja de la mesa de su amo; y aquella mujer sí se vio escuchada y atendida en su petición. Cuando a Jairo le dicen que no moleste más al maestro porque la niña ya ha muerto, Jesús le pide que siga confiando, que siga teniendo fe, porque la niña no está muerta sino dormida, y la tomará de la mano y se la entregará sana a sus padres.

Necesitamos recorrer muchas veces las páginas del evangelio. Repasar una y otra vez los distintos episodios, escuchar una y otra vez las parábolas y las palabras de Jesús. Recordamos que cuando el rico epulón pedía que Lázaro se apareciera a sus hermanos para convencerlos de que tenían que cambiar de vida para no llegar a aquel infierno que él estaba padeciendo, desde el cielo le dicen que ellos tienen a Moisés y los profetas, que los escuchen, porque si no tienen esa buena disposición de querer escuchar la Palabra de Dios ni aunque un muerto resucite van a creer. 

Tenemos con nosotros, a nuestra mano, la Palabra de Dios que cada día podemos y tenemos que escuchar. Ahí encontraremos la luz, ahí aprenderemos a tener ese corazón humilde, ahí aprenderemos a tener esas necesarias buenas actitudes del corazón para conocer a Dios, para reconocer a Jesús, para encontrar la salvación.

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