No
son esos reinos del mundo, del poder, de la ostentación, de la vanidad, de las
luces y resplandores de los oropeles, de los aplausos de todos los que nos
tienen que seducir
Deuteronomio 30, 15-20; Salmo 1; Lucas
9, 22-25
Cuando nos invitan a hacer un camino
queremos saber a donde vamos, cual es la meta, qué se nos ofrece, las
dificultades que vamos a encontrar en el camino o si acaso es un camino fácil y
llevadero. Muchas cosas nos preguntamos, muchas cosas queremos saber. Y es
normal, porque tenemos que prepararnos, porque tenemos que saber si merece la
pena por lo que vamos a encontrar, a pesar de las dificultades que vamos a
encontrar o de los esfuerzos que tenemos que realizar. Tenemos que saber a ver
si estamos dispuestos o no, o si estamos preparados. Sería insensato meterse a
hacer un camino a lo loco.
Ayer iniciamos un camino, y por el
nombre que le damos ya sabemos su duración. Pero hemos de tener clara la meta,
es una subida a Jerusalén, una ascensión; como también hemos de saber los
medios que vamos a emplear, o que están disponibles en nuestras manos. La
liturgia no se guarda los secretos para si, y ya desde este primer momento nos
está diciendo el sentido de esta subida a Jerusalén. Nos lo dice claramente el
evangelio, ‘Mirad que subimos a Jerusalén…’ y Jesús nos aclara:’ El
Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos
sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día’. O sea,
habrá sufrimiento, habrá muerte, pero también al final se nos anuncia la vida. ‘Ser
ejecutado y resucitar al tercer día’. Lo va a repetir muchas veces.
Jesús va delante en esa subida, y ya
hemos de tener claro lo que va a significar, el sentido que tiene. Y Jesús nos
invita – no nos obliga – a ir con El. ‘Si alguno quiere venir en pos de mi…’
si alguno quiere venir conmigo. Este es el camino, un camino de donación y
de entrega, un camino donde será necesario que nos anonademos, como lo hizo El
de condición divina pero que tomó la imagen de esclavo, se hizo el último y el
servidor de todos, entregó su vida para que nosotros tengamos vida. Y es a lo
que nos invita.
Lo hemos de tener claro. Y a eso es a
lo que nos invita. ‘Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí
mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la
perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a
uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?’
Nos invita a que hagamos como El. Tomar
la cruz, entregar la vida. Algo que hay que hacer con valentía y con decisión.
No podemos andar a medias tintas. Ya nos dirá que ‘con El o contra El’
porque ‘quien no recoge conmigo, desparrama’. Y esa es la manera de
ganar, aunque parezca que perdamos. Pero es que libremente, como El lo hizo,
tenemos que entregarnos. Es ponernos en camino, en actitud de servicio,
olvidándonos de nosotros mismos, no buscando ganancias del momento, porque
tenemos que saber perder para poder ganar la vida.
No es tarea fácil, pero es el camino
que aunque nos parezca estrecho es que nos lleva a la vida eterna. Seguro que
nos gustaría tener todas las ganancias y riquezas del mundo en nuestras manos,
pero, como nos dice, ‘¿de qué nos vale ganar el mundo entero si perdemos la
vida, si perdemos el alma?’ No son esos reinos del mundo, del poder, de la ostentación,
de la vanidad, de las luces y resplandores de los oropeles, del orgullo, de los
aplausos de todos los que nos tienen que seducir.
‘Hoy pongo delante de ti la vida y
el bien, la muerte y el mal’, que nos
decía el libro del Deuteronomio. ¿Estaremos dispuestos a emprender el camino?
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