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jueves, 31 de marzo de 2022

Que el Espíritu del Señor nos ilumine y mueva nuestros corazones para que seamos capaces de descubrir las señales de Dios en Jesús, nuestra única salvación

 


Que el Espíritu del Señor nos ilumine y mueva nuestros corazones para que seamos capaces de descubrir las señales de Dios en Jesús, nuestra única salvación

Éxodo 32, 7-14; Sal 105; Juan 5, 31-47

La vida del ser humano podíamos decir que en cierto modo es siempre una vida de búsqueda; desde que nacimos y comenzamos a palpar la realidad que nos rodea la criatura está en esa búsqueda, quiere conocer, quiere palpar todo cuanto le rodea diferenciando lo que es su propia vida de la vida del entorno que le rodea; sus ojos, y podíamos decir que su mente está siempre abierta y atenta a lo que sucede y en la medida que crecemos y va madurando nuestra mente comienzan también los porqués de cómo son las cosas, cómo es la vida, cómo es lo que le rodea, hasta que se hace las preguntas más profundas sobre su propio ser, su vida y lo que realiza o ha de realizar en ese mundo que va descubriendo.

Siente el ser humano que su vida se trasciende, no se queda solo en el momento, en lo presente, descubre que hay un más allá, pero hay algo también más arriba porque siente que está por encima de todo, que todo lo gobierna o todo le da sentido. Es la búsqueda y el encuentro con el sentido de Dios, donde surgirán las preguntas más trascendentales y en cuya respuesta va a ir encontrando el sentido de su vida. no siempre quizás sabemos hacernos las preguntas de la forma más correcta, y no siempre sabemos encontrar la respuesta; nos dejamos guiar por la experiencia de quienes viven junto a nosotros y en quienes ponemos también nuestra confianza para alcanzar esas respuestas, o para alcanzar ese sentido de la propia vida.

Sin embargo podemos obcecarnos, sucede que se nos cierra la mente, que nos quedamos quizás paralizados en un momento sin saber seguir adelante, o sin tener la valentía de buscar y de dejarnos guiar; hay cosas que desde lo material que vivimos también puede cerrarnos puertas y perder esa capacidad de trascendencia, ese sentido espiritual de la vida y del ser humano. Quizás podemos tener pruebas palpables de lo que nos da sentido, pero seguimos encerrados en nuestras ideas o en nosotros mismos y no somos capaces de ver.

Es la búsqueda del ser humano, es la búsqueda de la vida, es la búsqueda de Dios. Y Dios va dejando señales de su presencia, señales para que le podamos encontrar, Dios viene a nuestro encuentro y se nos da a conocer. Es la revelación de Dios. Es lo que está en ese fondo de nuestra religión cristiana, es la revelación que Jesús va haciendo de sí mismo, pero es la revelación que nos hace de Dios. Por eso le llamamos la Palabra, la revelación de Dios; es Dios mismo que nos habla, pero tenemos que saber escuchar, tenemos que abrirnos a ese misterio porque si seguimos encerrados en nuestras propias ideas no nos abriremos nunca a lo que Dios de si mismo quiere revelarnos.

En el pasaje del evangelio que hoy se nos ofrece estamos viendo como Jesús se nos revela, pero nos está diciendo las señales y las pruebas para que podamos encontrarle, para que podamos escucharle y conocerle. Nos dice que tenemos que ver sus obras, son la garantía del Padre que nos señala a Jesús, como en otro momento nos dice que tenemos que escucharle, porque es el Hijo amado; pero Jesús apela al testimonio de Juan, pero también a lo anunciado de El en la Escritura, nos dice que hay que escuchar a Moisés.

Los contemporáneos no Jesús no terminaron de comprenderlo; no supieron leer esos signos y señales para conocerle. Son las diatribas entre Jesús y los judíos, que escucharemos en estos días en el evangelio. Abramos nuestro corazón, dejémonos conducir, seamos capaces de ver las señales, para que seamos capaces de reconocer que solo en Jesús podremos encontrar la verdadera salvación.

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