Que
el Espíritu del Señor nos ilumine y mueva nuestros corazones para que seamos
capaces de descubrir las señales de Dios en Jesús, nuestra única salvación
Éxodo 32, 7-14; Sal 105; Juan 5, 31-47
La vida del
ser humano podíamos decir que en cierto modo es siempre una vida de búsqueda;
desde que nacimos y comenzamos a palpar la realidad que nos rodea la criatura
está en esa búsqueda, quiere conocer, quiere palpar todo cuanto le rodea
diferenciando lo que es su propia vida de la vida del entorno que le rodea; sus
ojos, y podíamos decir que su mente está siempre abierta y atenta a lo que
sucede y en la medida que crecemos y va madurando nuestra mente comienzan
también los porqués de cómo son las cosas, cómo es la vida, cómo es lo que le
rodea, hasta que se hace las preguntas más profundas sobre su propio ser, su
vida y lo que realiza o ha de realizar en ese mundo que va descubriendo.
Siente el ser
humano que su vida se trasciende, no se queda solo en el momento, en lo
presente, descubre que hay un más allá, pero hay algo también más arriba porque
siente que está por encima de todo, que todo lo gobierna o todo le da sentido.
Es la búsqueda y el encuentro con el sentido de Dios, donde surgirán las
preguntas más trascendentales y en cuya respuesta va a ir encontrando el
sentido de su vida. no siempre quizás sabemos hacernos las preguntas de la
forma más correcta, y no siempre sabemos encontrar la respuesta; nos dejamos
guiar por la experiencia de quienes viven junto a nosotros y en quienes ponemos
también nuestra confianza para alcanzar esas respuestas, o para alcanzar ese
sentido de la propia vida.
Sin embargo
podemos obcecarnos, sucede que se nos cierra la mente, que nos quedamos quizás
paralizados en un momento sin saber seguir adelante, o sin tener la valentía de
buscar y de dejarnos guiar; hay cosas que desde lo material que vivimos también
puede cerrarnos puertas y perder esa capacidad de trascendencia, ese sentido
espiritual de la vida y del ser humano. Quizás podemos tener pruebas palpables
de lo que nos da sentido, pero seguimos encerrados en nuestras ideas o en
nosotros mismos y no somos capaces de ver.
Es la
búsqueda del ser humano, es la búsqueda de la vida, es la búsqueda de Dios. Y
Dios va dejando señales de su presencia, señales para que le podamos encontrar,
Dios viene a nuestro encuentro y se nos da a conocer. Es la revelación de Dios.
Es lo que está en ese fondo de nuestra religión cristiana, es la revelación que
Jesús va haciendo de sí mismo, pero es la revelación que nos hace de Dios. Por
eso le llamamos la Palabra, la revelación de Dios; es Dios mismo que nos habla,
pero tenemos que saber escuchar, tenemos que abrirnos a ese misterio porque si
seguimos encerrados en nuestras propias ideas no nos abriremos nunca a lo que
Dios de si mismo quiere revelarnos.
En el pasaje
del evangelio que hoy se nos ofrece estamos viendo como Jesús se nos revela,
pero nos está diciendo las señales y las pruebas para que podamos encontrarle,
para que podamos escucharle y conocerle. Nos dice que tenemos que ver sus
obras, son la garantía del Padre que nos señala a Jesús, como en otro momento
nos dice que tenemos que escucharle, porque es el Hijo amado; pero Jesús apela
al testimonio de Juan, pero también a lo anunciado de El en la Escritura, nos
dice que hay que escuchar a Moisés.
Los
contemporáneos no Jesús no terminaron de comprenderlo; no supieron leer esos
signos y señales para conocerle. Son las diatribas entre Jesús y los judíos,
que escucharemos en estos días en el evangelio. Abramos nuestro corazón,
dejémonos conducir, seamos capaces de ver las señales, para que seamos capaces
de reconocer que solo en Jesús podremos encontrar la verdadera salvación.
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