Es hora de que los cristianos nos manifestemos con
claridad y total libertad frente a un mundo que quiere hacernos callar
Sabiduría 2, 1a. 12-22; Sal
33; Juan 7, 1-2. 10. 25-30
Siempre nos encontramos con situaciones así, gente incomprendida, gente
que no es valorada ni se le tiene en cuenta, gente a la que se le rechaza
porque piensan distinto, y quizá su gran pecado es pensar distinto a las
corrientes que están de moda; porque muchas veces lo que llaman opinión pública
viene por rachas, porque ahora toca hablar de esto y todo el que no piense como
aquellos que se creen dirigentes tratando de imponer sus puntos de vista a la
sociedad serán unos fachas, como se dice ahora, o son unos retrógrados.
Muchas veces parece que la libertad de expresión es solo para los que
llevan la sartén por el mango a la hora
de manipular medios de comunicación o redes sociales. Muchas cosas que se dicen
están muy bien dirigidas para empañar una imagen, para hacer ver las cosas
según sus intereses. Y como no se piense como lo que ellos dicen que se
consideran la mayoría, ya no se les acepta, se les rechaza, se les pone no se
cuántos sambenitos.
¿Hasta dónde llega una libertad verdadera? Ese pluralismo del que
hacemos gala, ¿será solo para algunos asuntos interesados mientras los que
piensen distinto son relegados a otro plano? Lo políticamente correcto, que se
dice hoy. Lo vemos en tantas facetas de la vida social. ¿Hasta dónde somos
capaces de respetarnos unos a otros aunque tengamos opiniones diferentes?
Porque a algunos si pudiéramos no les dejaríamos hablar.
Y esto nos está sucediendo hoy cuando queremos hablar de nuestra fe,
cuando desde nuestras convicciones éticas, desde nuestras convicciones morales
derivadas de lo que es nuestra fe queremos expresarnos. Lo que entre en el
ámbito religioso se quiere hoy relegar a lugares ocultos, por decirlo
suavemente, y se manipula lo que sea necesario con tal de echar lodo sobre los
cristianos y sobre la Iglesia. Cuando no pueden hacer otra cosa y no queda más
remedio que permitir unas manifestaciones religiosas, las convertimos en
tradiciones culturales y si pueden le cambian o tergiversan el nombre, pero
despejándolas de todo el sentido de la fe. Mira en lo que han querido convertir
muchas de nuestras celebraciones cristianas.
Nos hace falta una valentía grande a los que queremos ser consecuentes
con nuestra fe y manifestarnos como creyentes y con unas posturas bien
diferenciadas en medio de la sociedad. Algo que tenemos que tomarnos muy en
serio los cristianos que queremos manifestarnos con autenticidad.
Me ha sugerido toda esta reflexión lo que venimos escuchando en el
evangelio. Jesús es rechazado, ya andan tramando cómo quitarlo de en medio.
Cuando sube a la fiesta de los Tabernáculos no sube abiertamente con todos,
sino que lo hará más tarde. Cuando la gente se entera de que anda por Jerusalén
hasta algunos ya llegado el bulo de que Jesús no subía a Jerusalén para la
fiesta. Ya alguien se encargaría de ir dejando caer noticias y comentarios.
A los judíos no les interesaba tampoco que Jesús se manifestara
abiertamente a la gente. Pero allí está Jesús con su Palabra clara y valiente
manifestando cual es su misión y como se siente enviado por el Padre. El sabía
a lo que se exponía con su subida a Jerusalén, como sucederá más tarde con la
fiesta de la Pascua, pero allí está Jesús con su mensaje y su misión. No vale
esconderse, no vale ocultarse aunque evite violencias innecesarias, porque aun
no ha llegado su hora.
Nos tiene que hacer pensar, reflexionar sobre la valentía con que nosotros
manifestamos que somos creyentes, que confesamos que Jesús es nuestro único
Salvador. No siempre damos la cara como deberíamos hacerlo, andamos también con
nuestras prudencias y hasta nuestros miedos. ¿Por qué no manifestamos
abiertamente lo que somos y en lo que creemos? Sintamos la libertad de los
hijos de Dios. Con nosotros está la fuerza del Espíritu del Señor.
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