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martes, 29 de marzo de 2022

Abramos nuestros ojos para saber descubrir los caminos de Dios que nos hacen llegar la salvación a nuestras vidas

 


Abramos nuestros ojos para saber descubrir los caminos de Dios que nos hacen llegar la salvación a nuestras vidas

Ezequiel 47, 1-9. 12; Sal 45; Juan 5, 1-16

Algunas veces estamos envueltos por la luz y no sabemos de dónde viene la luz o cuál es la luz que en verdad nos ilumina. Caemos en cierta insensibilidad, nos acostumbramos a ver cosas ante las cuales ya no mostramos ni sorpresa ni admiración; nos parecen tan normales que no caemos en la cuenta de su valor. Pueden parecer un contrasentido las cosas que estoy diciendo, pero nos sucede en muchas cosas a las que terminamos por no darles valor siendo muy importantes en nuestra vida. Quien está envuelto por la luz y no sabe lo que es la luz, aunque parezca un contrasentido.

En los pasajes que hoy nos ofrece la Palabra de Dios, tanto el evangelio como la primera lectura hay detalles y cosas que quizá no terminamos de comprender. En el evangelio, por ejemplo, cómo fue posible que aquel hombre que fue curado no mostrara ningún interés por saber quién es el que lo había curado y a qué venía aquella curación.

Estaba tan ansiado por un día poder meterse en el agua para curarse y aunque reconocía que no había podido en tantos años, ahora le parece hasta en cierto modo normal que llegue alguien y sin ni siquiera ayudarlo a meterse en el agua le diga que tome su camilla y marche a su casa porque está curado. Ya nos da el detalle el evangelista que por el jaleo de la mucha gente que había en la piscina, Jesús trata de pasar desapercibido y una vez curado el hombre se escabulle entre la gente.

Por otra parte en la primera lectura habla de aquel torrente de agua que manaba debajo del templo y que va creciendo y creciendo de manera que poco a poco el que nos lo narra nos habla del hombre que se va metiendo en el agua hasta que le llega al cuello. Será a la vuelta cuando se de cuenta que ese torrente de agua está llenando de vida las orillas de manera que han ido surgiendo numerosos árboles cargados de ricos frutos. Tan absorto iba en la medida que se metía en el agua que no fue capaz de darse cuenta de la belleza que se está generando en su entorno. Nos cegamos en ocasiones con algunas cosas y no llegamos a admirar lo que en verdad produce maravillas.

¿Necesitaremos en verdad abrir los ojos para darnos cuenta donde están las verdaderas maravillas? ¿Tendremos que aprender a valorar lo que podemos encontrar en nuestro entorno, o lo bueno que recibimos de los demás para en verdad ser agradecidos por cuanto recibimos? ¿Nos cegaremos así ante la acción de Dios en nuestra vida? ¿No nos sucede muchas veces que vamos tan absortos en nuestras cosas que no nos damos cuenta de con quien nos vamos encontrando en la vida?


Jesús llegó a la piscina y supo apreciar el detalle; allí había un hombre que llevamos muchos años esperando el movimiento del agua para curarse. Tantos entrarían una y otra vez por aquellos lugares y no se darían cuenta de quién estaba allí arrinconado esperando una mano que le ayudara a dar unos pasos. De la misma manera que vamos tantas veces por la vida. Nos parecemos a aquel rico epulón de la parábola que no era capaz de darse cuenta del pobre Lázaro que estaba a su puerta.

Sepamos, por otra parte, apreciar la acción de Dios en nuestra vida. Cuántas veces acudimos a Dios con nuestras suplicas desde nuestros problemas y nuestros agobios pidiendo esa ayuda del Señor. Quizás esperamos una respuesta concreta y a nuestra manera que nos parece que no la conseguimos. Al final la vida sigue su curso y aquellas situaciones se fueron resolviendo o no tuvieron la gravedad que nosotros pensábamos al principio; y nos olvidamos de aquella oración que hicimos, de aquella súplica quizás muchas veces angustiada que le hacíamos a Dios.

Y ahora no somos capaces de ver que aunque no nos diéramos cuenta allí estuvo la mano del Señor, allí casi sin darnos cuenta pudimos sentirnos en paz, en un momento determinado cambió nuestra visión de las cosas y parece que ahora todo discurre por la normalidad, ¿por qué no reconocer que allí estuvo la gracia del Señor que nos ayudó a mantener la paz, a que las cosas discurrieran de otra manera, o que llegáramos a tener ahora una visión distinta de las cosas?

Un actuar de Dios silencioso, pero donde se hizo presente la salvación, el amor de Dios, y no lo llegamos a reconocer. Abramos nuestros ojos y veamos ese camino de Dios que llega a nosotros.

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