Abramos
nuestros ojos para saber descubrir los caminos de Dios que nos hacen llegar la
salvación a nuestras vidas
Ezequiel 47, 1-9. 12; Sal 45; Juan 5, 1-16
Algunas veces
estamos envueltos por la luz y no sabemos de dónde viene la luz o cuál es la
luz que en verdad nos ilumina. Caemos en cierta insensibilidad, nos
acostumbramos a ver cosas ante las cuales ya no mostramos ni sorpresa ni
admiración; nos parecen tan normales que no caemos en la cuenta de su valor.
Pueden parecer un contrasentido las cosas que estoy diciendo, pero nos sucede
en muchas cosas a las que terminamos por no darles valor siendo muy importantes
en nuestra vida. Quien está envuelto por la luz y no sabe lo que es la luz,
aunque parezca un contrasentido.
En los
pasajes que hoy nos ofrece la Palabra de Dios, tanto el evangelio como la
primera lectura hay detalles y cosas que quizá no terminamos de comprender. En
el evangelio, por ejemplo, cómo fue posible que aquel hombre que fue curado no
mostrara ningún interés por saber quién es el que lo había curado y a qué venía
aquella curación.
Estaba tan
ansiado por un día poder meterse en el agua para curarse y aunque reconocía que
no había podido en tantos años, ahora le parece hasta en cierto modo normal que
llegue alguien y sin ni siquiera ayudarlo a meterse en el agua le diga que tome
su camilla y marche a su casa porque está curado. Ya nos da el detalle el
evangelista que por el jaleo de la mucha gente que había en la piscina, Jesús
trata de pasar desapercibido y una vez curado el hombre se escabulle entre la
gente.
Por otra
parte en la primera lectura habla de aquel torrente de agua que manaba debajo
del templo y que va creciendo y creciendo de manera que poco a poco el que nos
lo narra nos habla del hombre que se va metiendo en el agua hasta que le llega
al cuello. Será a la vuelta cuando se de cuenta que ese torrente de agua está
llenando de vida las orillas de manera que han ido surgiendo numerosos árboles
cargados de ricos frutos. Tan absorto iba en la medida que se metía en el agua
que no fue capaz de darse cuenta de la belleza que se está generando en su
entorno. Nos cegamos en ocasiones con algunas cosas y no llegamos a admirar lo
que en verdad produce maravillas.
¿Necesitaremos
en verdad abrir los ojos para darnos cuenta donde están las verdaderas
maravillas? ¿Tendremos que aprender a valorar lo que podemos encontrar en
nuestro entorno, o lo bueno que recibimos de los demás para en verdad ser
agradecidos por cuanto recibimos? ¿Nos cegaremos así ante la acción de Dios en
nuestra vida? ¿No nos sucede muchas veces que vamos tan absortos en nuestras
cosas que no nos damos cuenta de con quien nos vamos encontrando en la vida?
Jesús llegó a la piscina y supo apreciar el detalle; allí había un hombre que llevamos muchos años esperando el movimiento del agua para curarse. Tantos entrarían una y otra vez por aquellos lugares y no se darían cuenta de quién estaba allí arrinconado esperando una mano que le ayudara a dar unos pasos. De la misma manera que vamos tantas veces por la vida. Nos parecemos a aquel rico epulón de la parábola que no era capaz de darse cuenta del pobre Lázaro que estaba a su puerta.
Sepamos, por
otra parte, apreciar la acción de Dios en nuestra vida. Cuántas veces acudimos
a Dios con nuestras suplicas desde nuestros problemas y nuestros agobios
pidiendo esa ayuda del Señor. Quizás esperamos una respuesta concreta y a
nuestra manera que nos parece que no la conseguimos. Al final la vida sigue su
curso y aquellas situaciones se fueron resolviendo o no tuvieron la gravedad
que nosotros pensábamos al principio; y nos olvidamos de aquella oración que
hicimos, de aquella súplica quizás muchas veces angustiada que le hacíamos a
Dios.
Y ahora no
somos capaces de ver que aunque no nos diéramos cuenta allí estuvo la mano del
Señor, allí casi sin darnos cuenta pudimos sentirnos en paz, en un momento
determinado cambió nuestra visión de las cosas y parece que ahora todo discurre
por la normalidad, ¿por qué no reconocer que allí estuvo la gracia del Señor
que nos ayudó a mantener la paz, a que las cosas discurrieran de otra manera, o
que llegáramos a tener ahora una visión distinta de las cosas?
Un actuar de
Dios silencioso, pero donde se hizo presente la salvación, el amor de Dios, y
no lo llegamos a reconocer. Abramos nuestros ojos y veamos ese camino de Dios
que llega a nosotros.
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