Queremos
comer a Cristo porque queremos asumir en nuestra vida todo cuanto Cristo
significa y los valores que nos enseña en el evangelio
Josué 24, 1-2a. 15-17. 18b; Sal. 33; Efesios
5, 21-32; Juan 6, 60-69
Llega el momento de tomar una decisión.
Algunas veces lo vemos claro; otras veces nos encontramos en una encrucijada y
no sabemos que camino tomar. Hay cosas que nos gustan, que nos llaman la
atención, que nos pueden atraer por su novedad y son llamativas, pero puede
aparecer esa sombra de conservadurismo que todos llevamos dentro porque nos
cuesta eso de cambiar y no sabemos qué decisión tomar.
Nos pasa tantas veces en la vida cuando
se abren caminos nuevos delante de nosotros de los que muchas veces
desconfiamos; será un negocio que podemos emprender, será unas decisiones que
pueden afectar a nuestra familia, serán cosas que vemos con mucho riesgo y nos
llenamos de miedo, serán unos estudios que se nos ofrecen pero al mismo tiempo
valoramos las exigencias. Vienen las indecisiones, viene quizá el echarnos
atrás por temor al riesgo, será el abandonar algo que quizá en un momento nos
llenaba mucho de ilusión.
Estamos pensando en esas múltiples
situaciones humanas en las que nos podemos encontrar en la vida, a la que
algunas veces nos cuesta cogerle el ritmo porque todo nos parece tan
vertiginoso, pero puede tocarnos a principios que consideramos fundamentales
para nuestro sentido de vida o que pueden afectar nuestro camino de fe. Cuántas
veces cuando el evangelio se va convirtiendo en una exigencia cada vez mayor en
nuestra vida, porque en su novedad descubrimos caminos que pueden descolocarnos
de lo que siempre estábamos acostumbrados en nuestra vida religiosa o en lo que
llamamos nuestra vida cristiana, también nos echamos para atrás, fácilmente
buscamos primero a ver si podemos encontrar arreglos y componendas o al final
abandonamos y lo dejamos.
En esa tesitura se encontraban los discípulos
aquella mañana en Cafarnaún y también todos aquellos que habían venido buscándole
después de lo sucedido la tarde anterior en los descampados. Muy temprano se habían
encontrado con Jesús de nuevo en Cafarnaún y allí estaban preguntando cómo
había venido, cómo había llegado. Pero Jesús ha comenzado a hacerles
reflexionar para que se pregunten por qué en verdad le buscan.
¿Sólo porque les había dado abundantemente
pan en el desierto milagrosamente multiplicado? ¿Querían siempre un pan así
porque así no tendrían que andar buscando el pan de cada día en sus afanes y
trabajos, como la mujer samaritana que quería del agua que Jesús le ofrecía
porque así no tenía que ir al pozo todos los días a sacarla? ¿Sólo porque
curaba sus enfermos? Es cierto que también ellos buscaban algo más, algo que
llenara de esperanzas sus corazones, pero al final no sabían bien lo que
buscaban.
Jesús ha ido hablándoles de un nuevo
alimento y de un nuevo sentido de vida, una nueva sabiduría. Les hablaba del
pan del cielo que solo el Padre puede darles, y les decía que ese pan era El.
Les insistía en que había que comerle, que su carne y que su sangre eran
verdaderamente el pan de vida y la bebida de la salvación. Era un nuevo vivir,
porque era vivir la vida de Jesús. Y eso era algo nuevo para ellos y les
costaba comprender.
¿Se quedaban en el comer a Jesús
solamente como algo material, como un alimento que hay que masticar o era algo
más lo que Jesús les estaba ofreciendo? Algunas veces nos quedamos en la imagen
y en el signo, pero no llegamos a comprender lo que esa imagen nos dice o ese
signo significa. Comer a alguien para tener un nuevo sentido de vivir era algo
que les costaba entender. Cuando comemos a Cristo, tal como El nos lo ofrece,
tenemos que estar entendiendo bien cómo desde lo más hondo tenemos que cambiar
porque significa asumir en nuestra vida todo lo que Cristo significa, todo lo
que Cristo nos plantea y nos ofrece en el evangelio.
Comer a Cristo significa entonces
ponernos en camino de una vida nueva; serán unos nuevos valores, será una nueva
forma de enfocar nuestra relación con Dios y con los demás. Comemos a Cristo
para vivir, luego tenemos que dejar atrás todo lo que nos pueda envenenar, todo
lo que nos pueda dañar allá en lo más hondo de nosotros mismos. Cuántas pasiones
que nos envenenan, cuántas posturas que tomamos en la vida en nuestra relación
con los demás que nos llenan de muerte; cuántos odios que tenemos entonces que
arrancar de nuestro corazón, cuántos orgullos y vanidades de las que tenemos
que desprendernos; cuántas ambiciones de grandezas tenemos que desconectar de
nuestros pensamientos y deseos; cuántas envidias, rencores y resentimientos de
los que tenemos que despojarnos; cuánto perdón tenemos que saber ofrecer con
corazón generoso; cuántas cosas tenemos que aprender a compartir.
Muchas cosas que había que desmontar en
la vida. ¿Estarían dispuestos? Muchos se echaron atrás y no volvieron a seguir
a Jesús. Por eso pregunta a los discípulos más cercanos ‘y vosotros,
¿también queréis marcharos?’ Pedro siempre con sus impulsos llenos de amor
por el Maestro salva la situación. ‘Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú
tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo
de Dios’.
¿Responderemos nosotros así con todo
sentido? ¿En verdad queremos comer a Cristo porque estamos dispuestos a ese
nuevo sentido de vivir que nos ofrece el Evangelio? Porque ante algunas cosas
reconozcamos que dudamos y también nos echaríamos atrás.
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