Cuidemos
de dar con nuestra vida, nuestras actitudes y comportamientos la imagen del
Dios compasivo y misericordioso que nos muestra Jesús en el evangelio
1Tesalonicenses 1, 1-5. 8b-10; Sal 149;
Mateo 23, 13-22
La palabra y la presencia de Jesús son
siempre una palabra y una muestra de lo que es la misericordia, la comprensión
y el perdón. Es la Buena Nueva que Jesús viene a anunciarnos, al año de gracia
del Señor. Todos sus gestos y palabras nos muestran lo que es la misericordia
de Dios que inunda nuestra vida y nos llena de gracia cuando nos ofrece su amor
y su perdón.
Pero al mismo tiempo la Palabra de
Jesús nos denuncia y nos señala el camino equivocado que hemos de enmendar, y
no quiere Jesús que con nuestros errores arrastremos al mal a los demás. Nos
quiere arrancar de ese camino de error que puede llenar de malicia nuestro
corazón aunque siempre le vemos respetar los ritmos y los pasos de las personas
en su respuesta a su llamada. Es fuerte, duro y exigente, sin embargo, con
quien hace daño a los demás siendo mal ejemplo con sus comportamientos.
Por eso no soporta que los dirigentes
religiosos de Israel fueran tan reticentes a la Buena Nueva del Evangelio que
Jesús nos traía, pero que además habían ido tergiversando la ley del Señor a
base de normas y reglamentos que venían como a encorsetar el cumplimiento de lo
que era en verdad la ley del Señor. Terminaban quedándose en el cumplimiento de
la letra pero no en el dejarse envolver por el espíritu de lo que realmente era
la ley del Señor.
Por eso esas palabras fuertes que hoy
le escuchamos en el evangelio llamando a los escribas y a los fariseos
hipócritas. Nos hemos acostumbrado a esa palabra que ya ha entrado en nuestro
vocabulario ordinario olvidando quizá el origen de esa misma palabra que es lo que
nos viene a explicar su sentido.
En el teatro griego los actores cubrían
sus caras con una máscara, que servía por una parte para amplificar el sonido
de las palabras que pronunciaban, pero que también por lo que representaba
aquella máscara se conocía al personaje. Y ese era su nombre, hipócrita, esa
doble cara, que no representaba en si al actor sino al personaje, una cara que
solo era una apariencia para representar algo.
Y eso les viene a decir Jesús a los
escribas y fariseos, hipócritas, por esa doble cara de exigencia para los
demás, pero de poco cumplimiento interior en ellos mismos. Solamente desde la
apariencia de lo que hacían ya se consideraban que cumplían aunque su corazón
estuviera muy lejos de lo que era realmente la voluntad del Señor.
Muchas preguntas para nuestra vida nos
provoca este texto del evangelio. ¿También nosotros nos estaremos revistiendo
de esas apariencias que se quedan en lo superficial y en lo externo y no
cuidaremos debidamente nuestro interior? Pensemos cómo tantas veces estamos preguntándonos
qué tenemos que hacer, hasta dónde podemos llegar, cuál es la medida que
tenemos que usar nuestros gestos o en nuestro compartir con los demás. Hasta
aquí cumplo y desde esa raya no me puedo pasar, pensamos y actuamos tantas
veces. Y buscamos nuestras disculpas y nuestros disimulos, nuestras
justificaciones y nuestros raquitismos por falta de generosidad.
Por otra parte también tendríamos que
preguntar qué imagen de Dios damos con nuestra vida, con nuestras actitudes y
nuestros comportamientos con los otros. La imagen que daban aquellos escribas y
fariseos de Dios y de la religión estaba bien distante de lo que Jesús nos proponía
en el Evangelio. ¿Seremos nosotros acaso así?
Más de una vez hemos escuchado o hasta
nosotros mismos lo hemos dicho refiriéndonos a otra persona, tanto ir a la
Iglesia, tan religioso que se cree pero mira cómo se comporta con los demás,
qué déspota y exigente se comparta con los otros sin expresar la más mínima
misericordia en su corazón. Mala imagen de la religión, mala imagen de Dios,
mala imagen de cristiano da una persona así. ¿Qué imagen estaremos dando
nosotros?
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