Busquemos
ese sentido nuevo nos está pidiendo Jesús que hemos de darle a nuestra vida
para vivirla en profundidad pero también con ansias y deseos de vida eterna
1Tesalonicenses 4, 1-8; Sal 96; Mateo 25, 1-13
Los ritmos de trabajo de la vida muchas
veces se vuelven vertiginosos y nos vemos tan absorbidos por el día a día de la
vida, de las responsabilidades, de los trabajos que parece que si no viviéramos
sino para trabajar; terminamos porque no disfrutamos del trabajo y de lo que
hacemos, pero es que no disfrutamos de la vida.
Eso nos hace olvidar también en muchas
ocasiones de darle como más profundidad a la vida, de poner metas e ideales que
nos eleven, y aunque no dejamos de cumplir con nuestras responsabilidades hay
el peligro de que al final nos sintamos vacíos, porque nos falta algo que le de
sabor a lo que hacemos y a lo que vivimos. Parece incluso que hayamos perdido
la alegría de la vida absorbidos por lo que vamos haciendo cuando nos olvidamos
de lo principal.
Olvidamos detalles en nuestras relaciones
con los demás que nos hagan más humanos, pero olvidamos detalles que nos den
sentido y profundidad a nuestro ser. A veces nos parece que los engranajes de
nuestra vida no funcionan con la suavidad que tendrían que funcionar y parece
como que chirrían. ¿Faltará un aceite que facilite ese rodar de la vida con un
sentido nuevo? No es cuestión solamente de estar, de pasar los días o de
realizar unos trabajos, necesitamos algo más. Necesitamos algo que nos ilumine
por dentro y también nos haga ver todo con un nuevo color. Pudiera ser que al
final nos sintiéramos como cansados de la vida misma porque no la hemos sabido
saborear en profundidad.
Necesitamos tener aceite suficiente en
nuestra alcuza, en el depósito de nuestro corazón para que esa luz se mantenga
siempre encendida. Hoy Jesús en el evangelio nos propone una parábola que
habremos reflexionado muchas veces. El hecho de que la hayamos escuchado muchas
veces no tendrá que impedirnos que en verdad la escuchemos con la novedad de la
buena noticia que se nos quiere trasmitir.
Conocemos la parábola, una doncellas
que según las costumbres de la época salen al recibir al esposo de la amiga que
viene para la boda; dadas las circunstancias han de llevar lámparas encendidas
para iluminar primero el camino y luego la sala de la boda; la tardanza del
novio hizo que se quedaran adormecidas o que por otra parte se consumiera el
aceite de las lámparas que cuando había que avivarlas ya no tenían el aceite
necesario. Necesitaban un nuevo aceite que había que ir con prisas a buscarlo,
pero ahora fueron algunas de aquellas doncellas las que llegaron tarde cuando
la puerta estaba cerrada. Ya no pudieron disfrutar de la fiesta de la boda
porque se quedaron fuera.
Nos quedamos fuera de la fiesta de la
vida, como decíamos antes, quizás demasiado absorbidos por las mismas tareas
que nos ocupan. Lo que nos sucede tantas veces cuando no le damos importancia a
lo que verdaderamente tiene importancia, cuando descuidamos ese aceite y esa
luz que dé color y sabor a lo que vivimos, cuando nos hemos olvidado de esos
detalles que nos den mayor humanidad a nuestras relaciones, cuando aunque muy
atareados vivimos muy superficialmente pensando solo en lo material o en las
ganancias que podamos obtener, cuando pensando tanto en la vida presente nos
hemos olvidado de darle trascendencia a lo que hacemos o cuando absorbidos por
lo material hemos olvidado el sentido espiritual de nuestra vida, cuando quizá
vivimos sí unas prácticas religiosas destinadas al cumplir por cumplir pero no
le hemos dado profundidad a nuestra fe y a nuestra relación con Dios.
¿Cuál es el aceite que tendríamos que
buscar? ¿Qué sentido nuevo nos está pidiendo Jesús que hemos de darle a nuestra
vida para vivirla en profundidad pero también con ansias y deseos de vida eterna?
cultivemos y profundicemos en nuestra fe.
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