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viernes, 27 de agosto de 2021

Busquemos ese sentido nuevo nos está pidiendo Jesús que hemos de darle a nuestra vida para vivirla en profundidad pero también con ansias y deseos de vida eterna

 


Busquemos ese sentido nuevo nos está pidiendo Jesús que hemos de darle a nuestra vida para vivirla en profundidad pero también con ansias y deseos de vida eterna

1Tesalonicenses 4, 1-8; Sal 96;  Mateo 25, 1-13

Los ritmos de trabajo de la vida muchas veces se vuelven vertiginosos y nos vemos tan absorbidos por el día a día de la vida, de las responsabilidades, de los trabajos que parece que si no viviéramos sino para trabajar; terminamos porque no disfrutamos del trabajo y de lo que hacemos, pero es que no disfrutamos de la vida.

Eso nos hace olvidar también en muchas ocasiones de darle como más profundidad a la vida, de poner metas e ideales que nos eleven, y aunque no dejamos de cumplir con nuestras responsabilidades hay el peligro de que al final nos sintamos vacíos, porque nos falta algo que le de sabor a lo que hacemos y a lo que vivimos. Parece incluso que hayamos perdido la alegría de la vida absorbidos por lo que vamos haciendo cuando nos olvidamos de lo principal.

Olvidamos detalles en nuestras relaciones con los demás que nos hagan más humanos, pero olvidamos detalles que nos den sentido y profundidad a nuestro ser. A veces nos parece que los engranajes de nuestra vida no funcionan con la suavidad que tendrían que funcionar y parece como que chirrían. ¿Faltará un aceite que facilite ese rodar de la vida con un sentido nuevo? No es cuestión solamente de estar, de pasar los días o de realizar unos trabajos, necesitamos algo más. Necesitamos algo que nos ilumine por dentro y también nos haga ver todo con un nuevo color. Pudiera ser que al final nos sintiéramos como cansados de la vida misma porque no la hemos sabido saborear en profundidad.

Necesitamos tener aceite suficiente en nuestra alcuza, en el depósito de nuestro corazón para que esa luz se mantenga siempre encendida. Hoy Jesús en el evangelio nos propone una parábola que habremos reflexionado muchas veces. El hecho de que la hayamos escuchado muchas veces no tendrá que impedirnos que en verdad la escuchemos con la novedad de la buena noticia que se nos quiere trasmitir.

Conocemos la parábola, una doncellas que según las costumbres de la época salen al recibir al esposo de la amiga que viene para la boda; dadas las circunstancias han de llevar lámparas encendidas para iluminar primero el camino y luego la sala de la boda; la tardanza del novio hizo que se quedaran adormecidas o que por otra parte se consumiera el aceite de las lámparas que cuando había que avivarlas ya no tenían el aceite necesario. Necesitaban un nuevo aceite que había que ir con prisas a buscarlo, pero ahora fueron algunas de aquellas doncellas las que llegaron tarde cuando la puerta estaba cerrada. Ya no pudieron disfrutar de la fiesta de la boda porque se quedaron fuera.

Nos quedamos fuera de la fiesta de la vida, como decíamos antes, quizás demasiado absorbidos por las mismas tareas que nos ocupan. Lo que nos sucede tantas veces cuando no le damos importancia a lo que verdaderamente tiene importancia, cuando descuidamos ese aceite y esa luz que dé color y sabor a lo que vivimos, cuando nos hemos olvidado de esos detalles que nos den mayor humanidad a nuestras relaciones, cuando aunque muy atareados vivimos muy superficialmente pensando solo en lo material o en las ganancias que podamos obtener, cuando pensando tanto en la vida presente nos hemos olvidado de darle trascendencia a lo que hacemos o cuando absorbidos por lo material hemos olvidado el sentido espiritual de nuestra vida, cuando quizá vivimos sí unas prácticas religiosas destinadas al cumplir por cumplir pero no le hemos dado profundidad a nuestra fe y a nuestra relación con Dios.

¿Cuál es el aceite que tendríamos que buscar? ¿Qué sentido nuevo nos está pidiendo Jesús que hemos de darle a nuestra vida para vivirla en profundidad pero también con ansias y deseos de vida eterna? cultivemos y profundicemos en nuestra fe.

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