Hermosa
es la tarea que tenemos entre manos que cuando la realicemos simplemente
diremos no es otra cosa sino el deber cumplido
Tito 2, 1-8. 11-14; Sal 36; Lucas 17, 7-10
No es otra cosa que el deber cumplido.
¿Por cumplir con nuestro deber, con nuestra responsabilidad merecemos alguna
recompensa especial o algunos reconocimientos laudatorios? Si es nuestra
responsabilidad, nuestro trabajo, por el que ya percibimos una justa
retribución, tendríamos que decir que lo que nos queda es cumplir con nuestro
deber. Aunque ya sabemos como hoy vamos buscando reconocimientos y alabanzas,
como nos queda o se nos sale ese prurito del orgullo que busca esas alabanzas y
reconocimientos. Como decíamos, es el deber cumplido y en ello está la más
profunda recompensa, lo que sintamos en nuestro interior sin buscar otros
alardes u otras coronas de gloria.
Algo así es lo que nos viene a decir
hoy Jesús en el evangelio. Es cierto que el lenguaje y las imágenes más propias
de otra época en cierto modo nos desconciertan y nos cogen con el pie cambiado
y nos cuesta interpretar, nos cuesta entender. Al final termina diciéndonos Jesús
‘siervos inútiles somos y no hemos hecho sino lo que teníamos que hacer’.
Claro que nuestra relación con Dios no
es la de los siervos ni la de los esclavos. El por qué de nuestra
responsabilidad no está en la servidumbre ni en la esclavitud sino en el amor.
Todo es una respuesta de amor que damos con amor. De lo contrario no tendría
sentido ni valor. No es algo que hagamos por una obligación de la que no nos
podamos liberar como si fuéramos unos esclavos, sino que es la sumisión del
amor que no es otra cosa que entrega que nos lleva a la responsabilidad más
grande.
Es cierto que Jesús nos dice en el
evangelio que tenemos que hacernos los últimos y los servidores de todos –
cuánto les costaba a los discípulos cercanos a Jesús entender sus palabras y
como vemos cómo se las andan de codazos buscando primeros puestos – pero cuando
Jesús nos dice que seamos servidores los unos de los otros lo hagamos siempre
por amor, lo hagamos siempre desde el amor. Por eso, en una sublimidad
maravillosa, nos dirá san Pablo que seamos los unos esclavos de los otros
por amor.
Jesús nos está haciendo hoy unas
recomendaciones para que asumamos la vida con total responsabilidad, no como la
de quienes se sienten esclavos, sino desde los que saben darse y entregarse
generosamente y con total libertad. Es esa seriedad con que tenemos que
tomarnos la vida, cada una de las cosas que hagamos, nuestra responsabilidad,
pero la responsabilidad que sentimos con la vida misma y con el mundo en el que
vivimos.
Nos tenemos que tomar en serio esta
tierra en la que vivimos y que hemos de saber cuidar; porque Dios nos haya dado
dominio sobre las cosas por nuestra inteligencia y por nuestras capacidades no
significa que destrocemos nuestro mundo sino mejor aun que lo vayamos
construyendo cada vez más bello.
Nos tenemos que tomar en serio esa
sociedad en la que vivimos en la que todos tenemos que colaborar, en la que
todos tenemos que ser constructores, en la que cada uno desde sus valores y
cualidades va poniendo su granito de arena para hacerla cada vez mejor, sea
mejor la convivencia y la armonía entre todos, trabajemos juntos por mantener
la paz, busquemos el que en todo momento actuemos en la más estricta justicia
para que nadie se sienta dañado, para que todos nos veamos enriquecidos con la
aportación de todos.
Y en todo vayamos poniendo la dulzura
del amor; que no sea la rigidez de una ley que impongamos, que no se mantengan
las amarguras de nuestro corazón porque nos veamos contrariados, que
resplandezca la armonía y el entendimiento porque sepamos dialogar, porque
sepamos aportar, porque sepamos incluso ceder para buscar siempre el bien común.
Hermosa tarea que tenemos entre manos. No
necesitamos alabanzas ni reconocimientos, no necesitamos que nos pongan una
medalla al cuello. Cuando la realicemos terminaremos diciendo no es otra cosa
sino el deber cumplido.
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