Pidamos la fortaleza del Espíritu para que nos mantengamos
firmes en nuestro camino y no desfallezcamos, no nos desinflemos ni nos
enfriemos de ninguna manera
Hechos 19,1-8; Sal 67; Juan 16,29-33
Ojalá en la vida siempre supiéramos
mantener una línea estable en nuestros sentimientos, nuestras actitudes hacia
los demás, en ese querer superarnos cada día en un deseo de crecimiento
interior, pero también en un ir mejorando cada vez más nuestras mutuas
relaciones y nuestro compromiso en medio de la sociedad y el mundo.
Pero bien nos conocemos y sabemos de
nuestros altos y bajos, de nuestra inconstancia, de cómo en momentos nos
sentimos enfervorizados por algo que hemos descubierto, una amistad nueva
encontrada en la que parece que hay una buena sintonía, pero que vemos como
pronto nos desinflamos ante la menor cosa que aparezca que nos pueda llenar de
dudas, que nos produzca cansancio en esa lucha de superación, o por los
contratiempos que nos da la vida.
Ahí están nuestros compromisos que se
desinflan y lo que nos habíamos tomado con mucho interés y a lo que dedicábamos
mucha energía, pronto fácilmente nos enfriamos o los dejamos de lado. Ahí están
esas amistades que nos aparecen que en principio vivimos con gran entusiasmo,
pero que pronto nos vamos alejando y hasta podemos llegar al desinterés y el
olvido; hoy con las redes sociales que nos hacen entrar en comunicación fácil
con gentes de todas partes es algo que suele suceder, al principio parece que
hemos encontrado al amigo que va a ser único en la vida y enseguida prometemos
poco menos que amistad eterna, y pasan los días, las semanas, los meses y los
vamos dejando en el olvido. Hay que ser cautos cuando andamos en medio de estas
redes, que fácilmente nos pueden enredar.
Son hechos y experiencias que vamos teniendo
en la vida y podríamos señalar muchas más cosas. Me surgen estas
consideraciones viendo lo que nos dice hoy Jesús en el evangelio. Los discípulos,
y en especial aquel pequeño grupo más cercano a Jesús, estaban realmente
entusiasmados por Jesús. Le seguían por todas partes, escuchaban con interés
sus palabras, se sentían amigos de Jesús, y Jesús así los llama, ‘sois mis
amigos’, les dice. Pero van a llegar momentos difíciles.
Los textos que estamos comentando y que
nos ofrece la liturgia de cada día, están haciendo referencia a la última cena
de Jesús que fue el comienzo de su pasión y de su pascua. Y Jesús les habla
claro. Quiere que no se llamen a engaño. Y Jesús que conoce bien la condición
del hombre sabe lo que va a pasar. Y ahora se los anuncia con toda claridad
aunque a ellos les cueste entender esas palabras de Jesús. ‘Les dice Jesús: -¿Ahora creéis? Pues
mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis
cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está
conmigo el Padre’.
Las
palabras de Jesús pueden sonar a un mazazo fuerte. Pero Jesús les dice que les
está comunicando todo esto para que no
pierdan la paz, para que no pierdan la confianza en El. Han de pasar ellos
también por su noche oscura, que será en cierto modo su pascua, su aprender a
morir para poder renacer a una vida nueva. Es lo que va a significar todo lo
acontecido aquellos días. Vendrá luego el día de la resurrección del Señor y va
a renacer en ellos la alegría y la esperanza; vendrá Pentecostés y se sentirán
renovados totalmente en el Espíritu para sentirse con valentía a salir a
anunciar el nombre de Jesús.
Estamos en
esta semana que media entre la Ascensión de Jesús al cielo y Pentecostés con el
cumplimiento de la promesa del Padre. Los discípulos se han quedado reunidos en
el cenáculo, ahora ya no encerrados con miedo que ese velo se cayó con la resurrección
sino en la espera del cumplimiento de la promesa de Jesús.
Nosotros
también queremos entrar en ese cenáculo en la espera de la venida del Espíritu
Santo. Será quien fortalezca nuestras vidas y nos hará crecer de verdad; será
el Espíritu de paz que llenará nuestros corazones para mantenernos unidos, para
mantenernos en ese camino de esperanza, en ese camino de renovación interior
para que se acaben nuestros miedos y nuestra inconstancia.
Pidamos
para nosotros esa fortaleza del Espíritu para que nos mantengamos firmes en
nuestro camino y no desfallezcamos, no nos desinflemos, no nos enfriemos de
ninguna manera.
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