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miércoles, 5 de junio de 2019

No rompamos nuestra unidad y comunión en el amor para hacer el anuncio del nombre de Jesús y sembrar la semilla del Evangelio aunque sea adverso nuestro mundo



No rompamos nuestra unidad y comunión en el amor para hacer el anuncio del nombre de Jesús y sembrar la semilla del Evangelio aunque sea adverso nuestro mundo

Hechos 20, 28-38; Sal 67; Juan 17, 11b-19
Si quieres destruir algo que con esfuerzo y con la colaboración de todos se está intentando construir siembra discordia y división y si esa semilla llegar a prender en el corazón de alguien pronto lo verás todo destruido como sería quizá tu deseo. Las envidias entre los que intentan caminar juntos serán algo que entorpecerá el paso de esos ilusionados caminantes; la discordia y la desconfianza destruye las más hermosas amistades; las semillas de desunión nacidas quizá del orgullo o del amor propio de alguno de los miembros pronto destruirá ese grupo que con tanto esfuerzo queremos crear para alcanzas unos objetivos determinados y muy ansiados.
Esas desavenencias, discordias, recelos, desconfianzas, envidias, orgullos heridos aparecen con demasiada frecuencia en nuestro caminar en la vida y son tremendamente destructivas impidiendo alcanzar las metas tan soñadas y deseadas. Y eso aparece con facilidad en cualquier grupo humano porque a pesar de nuestra buena voluntad nos corroe por dentro el egoísmo destructivo. Y eso podía y puede aparecer en nuestros grupos cristianos, en los grupos de los que queremos seguir a Jesús.
Hoy escuchamos en el evangelio al Sacerdote y al Pontífice en su oración sacerdotal pidiendo la unidad de todos los que le siguen. Es importante la comunión entre todos los que seguimos a Jesús con un mismo amor. Es importante esa unidad y a Jesús que sabe de nuestras inconstancia y de nuestras debilidades le preocupa que se nos pueda meter en nuestros corazones ese gusanillo que todo lo destruye. Y es que además esa unidad y comunión entre todos los que seguimos a Jesús además de ser nuestro distintivo como distintivo es nuestro amor, será precisamente lo que hará más creíble ese mensaje del Reino que queremos trasmitir.
‘Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura’. A lo largo de esta oración sacerdotal en varios momentos Jesús insistirá en esa necesaria unidad entre todos los que creen en su nombre.
Sabe Jesús que nos veremos asediados por todas partes porque en el mundo en que vivimos no siempre se entenderá el mensaje de Jesús. Será de los extraños, de los que nunca han oído hablar del nombre de Jesús o no creen en El, pero será también muchas veces dentro del mismo grupo donde surgirán esas discordias y se pueda romper esa necesaria unidad.
Aunque vivamos en un mundo adverso sin embargo Jesús no quiere arrancarnos de ese mundo sino que pide al Padre que nos mantenga en esa unidad y en esa firmeza de nuestra fe. ‘Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad’. 
Y es que precisamente en medio de ese mundo es donde tenemos que proclamar el mensaje. ¿Cómo podremos anunciarlo si estamos alejados de él? Es en ese mundo donde hemos de plantar la semilla, donde tenemos que sembrar el evangelio, donde tenemos que hacer el anuncio del nombre de Jesús como nuestro salvador, aun que no nos entiendan ni acepten, pero  no podemos dejar de anunciar. Lo podremos hacer con la fuerza del Espíritu Santo prometido. Estamos en vísperas de Pentecostés, con cuánta fuerza hemos de pedir que se derrame su Espíritu sobre nosotros. No rompamos nuestra unidad y comunión en el amor.

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