No serán los grandes gestos será a partir de pequeñas cosas las que darán nueva belleza y armonía a la vida y al mundo
Jeremías 13, 1-11; Sal: Dt 32, 18-19. 20. 21; Mateo 13,
31-35
A mí me encanta ir de paseo por las montañas de mi tierra, de mi isla.
No quiero hacer publicidad diciendo que sean los lugares más bellos de la
tierra, pero sí me siento cautivado por la belleza de nuestras montañas y
nuestros valles, nuestros montes como llamamos aquí a los bosques en la
frondosidad de su laurisilva o en la belleza del pino canario, las montañas que
se elevan hacia lo alto buscando las estrellas con esa majestuosidad y armonía
que en la misma sencillez nos ofrece la naturaleza.
Pero cuando contemplo la espectacularidad de todo esto al mismo tiempo
bajo mi mirada a ras del suelo para ver las pequeñas plantas con sus flores,
los pajarillos que en la inmensidad del paisaje pasan quizá desapercibidos,
pero que se oye la música de su trinar o el zumbido de los insectos que saltan
de flor en flor para libar el néctar de su miel. La belleza está en aquello
grande y espectacular, pero la belleza está hecha al mismo tiempo de esas
pequeñas cosas, esas pequeñas plantas con sus flores, de todo eso que nos puede
parecer pequeño e insignificante pero que dan armonía a su conjunto y
contribuyen cada cosa con su pequeñez a la belleza total.
Nos encandilan las cosas grandes y no nos detenemos a prestar atención
a los pequeños detalles, pero son esos pequeños detalles lo que darán armonía y
belleza al conjunto porque una sinfonía no la hace un solo sonido, sino el
conjunto de muchos instrumentos cada uno con su propio sonido pero que entre
todos conforman la belleza de la sinfonía con su propio ritmo con su propia
canción. Así la vida, así el Reino de Dios del que nos habla Jesús en el
evangelio.
Hoy nos hace Jesús fijarnos en la pequeñez del grano de mostaza o la
insignificancia de un pequeño puñado de levadura. Será que dará belleza y
sentido al conjunto. Sin la levadura el pan no tendría su sabor ni su textura,
y sin esa pequeña planta nacida de una insignificante semilla parece que nos pájaros
no tendrían donde anidarse ni ofrecernos sus trinos.
Fijémonos en esas pequeñas semillas o esos insignificantes granos de
levadura que podemos encontrar en la vida de los demás, que los hace bellos,
pero que hacen bello también nuestro mundo. Fijémonos en la vida de las
personas para apreciar esas bellezas y esos valores que nos darán encanto a la
vida y nos servirán al mismo tiempo de estímulo a nosotros para desarrollar
cuanto de bello puede haber en nuestra vida que muchas veces nos pasa
desapercibido.
Creo que las parábolas de hoy nos pueden estar invitando a que sepamos
descubrir en nosotros esa buena semilla que tenemos que sembrar en el corazón
de los demás, pero también en ese sabor que nosotros podemos ofrecer a los que
nos rodean para que encuentren un sentido y un valor para sus vidas. Hay en
nosotros tesoros que muchas veces mantenemos ocultos y nos cuesta aportar de
esa nuestra riqueza interior para hacer agradable y mejor la vida de los demás.
No nos guardemos solo para nosotros esa levadura que tenemos desde
nuestra fe y desde nuestros valores y principios cristianos. No los podemos
ocultar, tenemos que mezclarlos en la masa de la vida para hacerlos fermentar.
Nos quejamos algunas veces de que esa masa de nuestro mundo se está volviendo
putrefacta, pero ¿no será porque nosotros no le hemos sabido ofrecer el
fermento de nuestra fe y de nuestros valores? Quizá no da miedo porque la masa
que nos rodea nos parece adversa y muy grande y pensamos qué es lo que podemos
hacer. La levadura mezclada en la masa del pan puede ser insignificante pero
sin embargo lo hará fermentar.
Es lo que nosotros tenemos que ser, tenemos que hacer. No serán los
grandes gestos, será a partir de pequeñas cosas las que darán belleza y nueva armonía
a la vida y a nuestro mundo. El paisaje no lo conforman solo las grandes
montañas, sino que está forjado de las pequeñas plantas, de los que pequeños
seres que pululan en medio de esa inmensidad.
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