Como en la vida vamos tantas veces con nuestro espíritu cerrado a cuanto podamos recibir de los demás así llevamos también cerrado nuestro corazón al misterio de Dios
Jeremías 26,1-9; Sal 68; Mateo 13,54-58
Nos sentimos sorprendidos en ocasiones porque hay cosas que no nos esperábamos,
y menos quizá en determinadas personas. Demasiado caminamos en la vida con
nuestras prevenciones, nos prejuicios que sin embargo nos hacen que a pesar de
todo nos sintamos sorprendidos por algo que realiza alguna persona y que no
creíamos capaz. ‘Qué va a saber él’, pensamos en nuestro interior, y nos
hacemos una lista de lo que son nuestras imaginaciones motivaciones para no
esperar eso de determinadas personas.
Y claro fácilmente se nos mete por dentro nuestro amor propio, porque
quizá nosotros no fuimos capaz de realizarlo y nos sentimos humillados,
aparecen los resentimientos o las envidias y tratamos de echar abajo aquello
bueno y admirable, no nos queda más remedio que reconocer, que hizo aquella
persona. Pero no lo soportamos, tratamos
de destruir o desprestigiar de la manera que sea.
Nos suceden cosas así en las relaciones con las personas más cercanas
a nosotros con las que convivimos cada día, pero fijémonos si no son reacciones
de alguna forma parecidas las que tienen nuestros políticos que no son capaces
nunca de reconocer lo bueno que hayan realizado sus oponentes, aunque ahora
estén viviendo con sus rentas, podemos decirlo así. Es una lástima porque
decimos que queremos construir una sociedad mejor y nos parece que no se puede
hacer sino destruyendo todo lo que otros han realizado. Y me he referido a la
clase política, pero tenemos que decir que esto sucede sea cual sea el signo o
el color político – ahora están muy de moda los colores -.
No creemos en las personas por mucho que digamos lo contrario, no
somos capaces de aceptar la bondad de los demás ni de reconocer lo bueno que
puedan realizar los otros. No se trata de proclamar grandes principios de
valores o derechos humanos, sino que esto tenemos que traducirlo en el día a
día, en la relación personal que tenemos con todos los que están a nuestro
lado. Y no es eso lo que muchas veces manifestamos sino todo lo contrario. Siempre
estamos poniendo nuestras pegas, con lo que estamos mostrando también la
pobreza de miras, o la pobreza humana que hay en nosotros mismos cuando andamos
así.
Me ha surgido esta reflexión que nos puede ayudar mucho a lo que son
nuestras relaciones o nuestra aceptación del otro, de sus valores y de lo bueno
que realiza, a partir del texto del evangelio que hoy se nos propone. Jesús fue
a su pueblo, a la sinagoga de Nazaret el sábado; se puso en pie para hacer la
lectura de la Palabra y su comentario posterior. Y nos cuenta el evangelista cómo
la gente se sintió sorprendida por las palabras de Jesús. Era uno de los de
ellos, porque allí se había criado.
Pero pronto comenzaron los 'peros', las pegas; ya habían llegado
noticias de lo que Jesús hacía y enseñaba en otros lugares y ahora lo pueden
comprobar por si mismos, pero aparecen las desconfianzas. ¿Dónde ha
aprendido todo eso? ¿De donde le viene esa sabiduría? ¿Si él es el hijo del
carpintero y aquí están todos sus parientes? La sorpresa inicial se
transformó en comidillas y en desconfianzas. Como no sucede tantas veces.
Y nos comenta el evangelista que allí Jesús no pudo realizar aquellos
signos del reino de Dios que el iba haciendo por todas partes. No creyeron en
él, en su Palabra, en su misión. Les faltaba la fe. No hizo milagros Jesús en
Nazaret.
Claro que esto nos puede llevar a más reflexiones para nuestra vida.
Es preguntarnos cómo nosotros acogemos la Palabra de Dios, qué significa Jesús
para nosotros, si descubrimos todo el misterio de gracia y de amor de Dios que
en Jesús se nos manifiesta. Igual que en la vida vamos tantas veces con nuestro
espíritu cerrado a cuanto podamos recibir de los demás, porque predominan
nuestros prejuicios o nuestro amor propio y todas esas otras oscuridades que
bien nos sabemos, así podemos tener cerrado nuestro espíritu al misterio de
Dios que se nos manifiesta a través de tantas señales. Aunque decimos que
tenemos fe, sin embargo nuestra fe es pobre, raquítica, nos no dejamos conducir
por el Espíritu de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario