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viernes, 3 de agosto de 2018

Como en la vida vamos tantas veces con nuestro espíritu cerrado a cuanto podamos recibir de los demás así llevamos también cerrado nuestro corazón al misterio de Dios


Como en la vida vamos tantas veces con nuestro espíritu cerrado a cuanto podamos recibir de los demás así llevamos también cerrado nuestro corazón al misterio de Dios

Jeremías 26,1-9; Sal 68; Mateo 13,54-58

Nos sentimos sorprendidos en ocasiones porque hay cosas que no nos esperábamos, y menos quizá en determinadas personas. Demasiado caminamos en la vida con nuestras prevenciones, nos prejuicios que sin embargo nos hacen que a pesar de todo nos sintamos sorprendidos por algo que realiza alguna persona y que no creíamos capaz. ‘Qué va a saber él’, pensamos en nuestro interior, y nos hacemos una lista de lo que son nuestras imaginaciones motivaciones para no esperar eso de determinadas personas. 
Y claro fácilmente se nos mete por dentro nuestro amor propio, porque quizá nosotros no fuimos capaz de realizarlo y nos sentimos humillados, aparecen los resentimientos o las envidias y tratamos de echar abajo aquello bueno y admirable, no nos queda más remedio que reconocer, que hizo aquella persona. Pero  no lo soportamos, tratamos de destruir o desprestigiar de la manera que sea.
Nos suceden cosas así en las relaciones con las personas más cercanas a nosotros con las que convivimos cada día, pero fijémonos si no son reacciones de alguna forma parecidas las que tienen nuestros políticos que no son capaces nunca de reconocer lo bueno que hayan realizado sus oponentes, aunque ahora estén viviendo con sus rentas, podemos decirlo así. Es una lástima porque decimos que queremos construir una sociedad mejor y nos parece que no se puede hacer sino destruyendo todo lo que otros han realizado. Y me he referido a la clase política, pero tenemos que decir que esto sucede sea cual sea el signo o el color político – ahora están muy de moda los colores -.
No creemos en las personas por mucho que digamos lo contrario, no somos capaces de aceptar la bondad de los demás ni de reconocer lo bueno que puedan realizar los otros. No se trata de proclamar grandes principios de valores o derechos humanos, sino que esto tenemos que traducirlo en el día a día, en la relación personal que tenemos con todos los que están a nuestro lado. Y no es eso lo que muchas veces manifestamos sino todo lo contrario. Siempre estamos poniendo nuestras pegas, con lo que estamos mostrando también la pobreza de miras, o la pobreza humana que hay en nosotros mismos cuando andamos así.
Me ha surgido esta reflexión que nos puede ayudar mucho a lo que son nuestras relaciones o nuestra aceptación del otro, de sus valores y de lo bueno que realiza, a partir del texto del evangelio que hoy se nos propone. Jesús fue a su pueblo, a la sinagoga de Nazaret el sábado; se puso en pie para hacer la lectura de la Palabra y su comentario posterior. Y nos cuenta el evangelista cómo la gente se sintió sorprendida por las palabras de Jesús. Era uno de los de ellos, porque allí se había criado.
Pero pronto comenzaron los 'peros', las pegas; ya habían llegado noticias de lo que Jesús hacía y enseñaba en otros lugares y ahora lo pueden comprobar por si mismos, pero aparecen las desconfianzas. ¿Dónde ha aprendido todo eso? ¿De donde le viene esa sabiduría? ¿Si él es el hijo del carpintero y aquí están todos sus parientes? La sorpresa inicial se transformó en comidillas y en desconfianzas. Como no sucede tantas veces.
Y nos comenta el evangelista que allí Jesús no pudo realizar aquellos signos del reino de Dios que el iba haciendo por todas partes. No creyeron en él, en su Palabra, en su misión. Les faltaba la fe. No hizo milagros Jesús en Nazaret.
Claro que esto nos puede llevar a más reflexiones para nuestra vida. Es preguntarnos cómo nosotros acogemos la Palabra de Dios, qué significa Jesús para nosotros, si descubrimos todo el misterio de gracia y de amor de Dios que en Jesús se nos manifiesta. Igual que en la vida vamos tantas veces con nuestro espíritu cerrado a cuanto podamos recibir de los demás, porque predominan nuestros prejuicios o nuestro amor propio y todas esas otras oscuridades que bien nos sabemos, así podemos tener cerrado nuestro espíritu al misterio de Dios que se nos manifiesta a través de tantas señales. Aunque decimos que tenemos fe, sin embargo nuestra fe es pobre, raquítica, nos no dejamos conducir por el Espíritu de Dios.

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