Buscamos y deseamos, pero también
tenemos que saber dejarnos encontrar y saber estar abiertos en nuestro espíritu
a algo distinto, a algo más sublime
Jeremías 15,10.16-21; Sal 58; Mateo 13,44-46
Ayer me contaba un amigo de lo bien, mas o menos, que ahora le van las
cosas. Me hablaba de su trabajo, de los negocios que había emprendido, los
bienes o posesiones que había ido adquiriendo, y le decía que tenía que
sentirse satisfecho porque la vida le iba marchando bien. Me comentaba que había
nacido pobre y se había jurado a si mismo que lucharía por mejorar su vida para
mejorar también la situación de su familia.
En medios de las luchas y trabajos que significa la vida y los
negocios, pudiendo ya vivir más o menos bien, sin embargo me decía que algunas
veces no se encontraba a si mismo, no se sentía del todo satisfecho porque parecía
que aun le faltaba algo. Terminábamos hablando de la familia, sobre todo de sus
hijos a los que veía crecer, de los que se sentía sin embargo satisfecho a
pesar de que en su juventud aún son promesas de futuro, pero había algo que
buscaba en su interior y por ese camino iba encontrándolo.
Buscamos en la vida, luchamos, queremos mejorar, deseamos encontrar
algo que nos llene plenamente. Por mucha que sea la suerte o el resultado de los
esfuerzos en lo material que vamos consiguiendo – no todo tenemos que dejarlo
al azar o la suerte o verlo como el resultado del azar – sin embargo sentimos
en nuestro interior que necesitamos algo más que nos llene, que nos dé un
verdadero sentido para nuestras luchas, que nos haga descubrir como podemos
dejar una huella de nosotros mismos en los que van tras nosotros, o algo que
nos trascienda en un más allá que nos lleve a una plenitud que en el fondo
todos deseamos.
Es esa perla preciosa que deseamos encontrar, es ese tesoro que parece
que permanece escondido y tanto nos cuesta encontrar. Buscamos y deseamos, pero
también tenemos que saber dejarnos encontrar. Buscamos y deseamos pero también
tenemos que estar abiertos en nuestro espíritu a algo distinto, a algo más
sublime, a algo que nos eleve sobre esas tareas o esas rutinas de cada día, a
algo noble que pueda llenar de verdad nuestro espíritu.
Si solo buscamos lo primario que todos deseamos tenemos el peligro de
quedarnos siempre en lo material y en lo efímero. Por eso tenemos que ser
capaces de pensar que hay un estadio superior, unos ideales más altos, unas
metas más espirituales. Tenemos que ser capaces de renunciar incluso a eso
material que ahora parece que nos puede llenar para dar cabida en nuestro corazón
y en nuestra vida a algo que es bien superior. Si vivimos solo en lo sensible físicamente
o en lo material no aprenderemos a saborear lo espiritual. Por eso tenemos que
aprender a vaciarnos también, porque eso material algunas veces lo que produce
en nosotros es un vació interior que no sabemos como llenar.
Las parábolas que nos propone hoy Jesús del tesoro encontrado en el
campo o la perla fina encontrada casi por casualidad nos hablan de cómo aquel
que los encuentra es capaz de vender todo lo que tiene para adueñarse de aquel
tesoro o para poseer aquella perla preciosa.
¿Seríamos capaces de hacer nosotros lo mismo si encontramos el
verdadero tesoro de nuestra vida? sepamos encontrar en el evangelio ese tesoro,
sepamos descubrir la verdadera riqueza que es para nuestra vida vivir conforme
a los valores que nos ofrece el evangelio, sepamos encontrarnos con Cristo
verdadera sabiduría de nuestra vida. Merece la pena dejarlo todo por El.
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