Aunque la vida nos parezca una travesía por un mar embravecido y revuelto tenemos la esperanza de la victoria en Cristo que hace brillar el Reino de Dios
Jeremías 18,1-6; Sal 145; Mateo 13,47-53
Si camináramos sin esperanza en este mar revuelto que es la vida
pronto nos sentiríamos desalentados cuando nos vamos encontrando tantas cosas
turbias que nos confunden, nos distraen y nos arrastran quizá a los peligros.
Es como meterse en un mar revuelto en medio de vientos y fuertes olas,
corrientes adversas que nos arrastran y peligros de escollos que en los que
revientan las olas; puede ser mucha la pericia que tengamos para nadar, muchas
las fuerzas con que en principio nos sentimos, pero la fuerza de las
corrientes, las aguas turbias que no nos permiten ver con claridad y toda esa
maraña de peligros nos hacen perder las fuerzas, la orientación y nos pueden
poner en peligro la vida.
Así vamos navegando por ese mar de la vida. No todo es bueno ni
apacible, vemos como surgen ambiciones y malicias por doquier, el materialismo
y el consumismo nos ahoga, las pasiones se desatan incontrolables, dentro de
nosotros mismos nos aparecen los sueños de la vanidad y del orgullo, el amor
propio nos corroe por dentro cuando quizá no somos tratados como nosotros
creemos merecer y la vida parece que se convierte en una lucha sin cuartel
llena de violencias, de zancadillas, de envidias y recelos que tanto daño nos
hacen.
Y nosotros ¿qué hacemos? ¿Cómo nos mantenemos en ese camino recto que
nos hemos propuesto? ¿Cómo mantenernos en esos valores y principios que sabemos
que son los que verdaderamente nos dignifican cuando vemos que alrededor la
gente parece que triunfa y no precisamente desde esos valores?
Ahí está donde hemos de saber encontrar nuestra sabiduría y nuestra
fortaleza. Se nos hace difícil la travesía pero bien sabemos donde tenemos que
apoyarnos. Hemos de saber crecer de verdad por dentro creando una verdadera
fortaleza interior para podernos mantener firmes. Es la espiritualidad que
tiene que envolver nuestra vida, ser nuestra raíz y nuestro cimiento.
Pero esa espiritualidad no es lo que consigamos por nosotros mismos.
Es cierto que por nosotros hemos de saber cultivar todos esos valores del espíritu
que nos hacen grandes, pero no es solo
en nuestro espíritu sino en el espíritu de Dios donde tenemos que encontrar la
verdadera fortaleza de nuestra vida. Dejémonos trabajar por la fuerza del
espíritu como el barro en manos del alfarero, que nos decía el profeta. Ese es
el camino verdadero que nos lleva a la victoria, porque no es nuestra victoria
sino la victoria de Cristo que ha vencida al mal y al pecado.
Su muerte y su resurrección es el gran signo de su victoria. Es ahí
donde nosotros hemos de apoyarnos y sentir que su luz no nos faltará porque
aunque las aguas de la vida anden turbias y procelosas con la luz de su espíritu
poder ver con claridad y superar todos los peligros. En esa travesía de la vida
no vamos solos porque El ha prometido su presencia con nosotros para siempre.
Vendrá el final de los tiempos, el momento en que en esa red van a
aparecer esa multitud de peces de la que nos habla la parábola. Tenemos la
confianza de que si nos mantenemos fieles en esa lucha, aunque muchas veces
podamos salir heridos, podemos ser de los escogidos y no desechados. ‘Venid
vosotros, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde
la creación del mundo’, vamos a escuchar que se nos dice. Jesús nos ha
dicho ‘no temáis, yo he vencido al mundo’. Esa es nuestra esperanza por
la que nunca sentiremos el desaliento y la derrota.
No hay comentarios:
Publicar un comentario