Si somos fieles en las responsabilidades de esta vida podremos un día cantar la gloria de Dios con los ángeles y santos en el cielo
Apoc. 4, 1-11;
Sal. 150; Lc. 19, 11-28
Sigue Jesús su camino de subida a Jerusalén. Pero siguen
también en los discípulos las preguntas o las incertidumbres de lo que allí va
a suceder. Quienes habían ido vislumbrando en su corazón que Jesús podía ser el
Mesías esperado, ahora están pensando que la llegada de Jesús a Jerusalén va a
ser el momento de la manifestación triunfante de ese Reino de Dios que Jesús
venía anunciando, y que era la esperanza alimentada por los profetas a lo largo
de toda la historia de la salvación. Estaba cerca de Jerusalén, y ‘se pensaban que el reino de Dios iba a
despuntar de un momento a otro’.
Pero esto motiva que Jesús les proponga una parábola.
Es el rey que se marcha de viaje, en este caso en búsqueda del titulo de rey, y
confía a sus empleados unos bienes. Es la parábola en el relato paralelo, en
este caso en san Lucas, de la que escuchamos el pasado domingo según san Mateo,
que allí llamábamos de los talentos. En este relato de Lucas se nos dice que
reparte diez onzas de oro una a cada empleado. Cuando a la vuelta pida cuentas
a sus empleados de lo que han hecho con su onza de oro aparecen solamente tres
dando respuesta, como en el relato de san Mateo.
¿Qué nos quiere decir Jesús con esta parábola? Ya la
reflexionábamos el pasado domingo recordando la responsabilidad con que hemos
de vivir nuestra vida y el desarrollo que hemos de hacer de esos talentos que
Dios nos ha confiado.
Podemos unir hoy en nuestra reflexión lo que hemos
escuchado en la primera lectura del Apocalipsis. Se nos hace una descripción en
un lenguaje humano de la gloria del Señor en el cielo. ‘Sube aquí, y te mostraré lo que tiene que suceder después’, se
escucha la voz desde el cielo. Y aparece lo que podríamos llamar toda la corte
celestial cantando la gloria del Señor. ‘Día
y noche cantan sin pausa: Santo, Santo, Santo es el Señor, soberano de todo: el
que era y es y viene’. Es el cántico del cielo al que nosotros queremos
unirnos también en la esperanza de que un día nosotros participemos también de
la gloria del cielo. En la liturgia tomamos esas mismas palabras para cantar
como en un anticipo esa gloria del Señor queriendo unirnos también a los
ángeles y a los santos.
Pero es aquí donde tenemos que tener en cuenta la
parábola que Jesús nos ha propuesto hoy en el evangelio. La esperanza del cielo
no nos hace desentendernos de la tierra, sino todo lo contrario. Con mayor
responsabilidad hemos de vivir nuestra vida y nuestro trabajo. Ya san Pablo,
por ejemplo a los cristianos de Tesalónica les advierte que la esperanza de la
venida del Señor por muy cercana que la sientan no les puede hacer olvidar sus
obligaciones y sus trabajos. San Pablo será fuerte incluso en sus expresiones
al decirles que ‘el que no trabaja que no
coma’.
Cuando Jesús les propone esta parábola a sus discípulos
que esperaban que con su llegada a Jerusalén iba a despuntar el Reino de Dios
de forma inminente, es para advertirles de cómo han de fundamentar bien sus
esperanzas, que no iba a ser de una forma triunfante, como un caudillo vencedor,
cómo se iba a manifestar el Reino de Dios, y que mientras ellos han de seguir
viviendo responsablemente su vida y la misión que Jesús les confía.
Es como puede sucedernos con los milagros que le
pedimos al Señor para que se resuelvan nuestros problemas y nuestros agobios;
pensamos a veces que el Señor nos lo tiene que dar todo solucionado en esos
problemas que tenemos y podemos tener el peligro de olvidar ese esfuerzo que
por nuestra parte hemos de poner para resolver esos problemas. Si pedimos la
ayuda del Señor es para sentir la fuerza de su gracia, que nos ilumine, que nos acompañe, que nos haga ver las cosas
de manera distinta, y que con la gracia del Señor pongamos nosotros también
manos a la obra. Si así lo hacemos con fe y con humildad no nos faltará esa
ayuda y esa gracia del Señor.
La esperanza que ponemos en el Señor no nos disculpa ni
nos exime de la tarea que hemos de vivir en el camino del día a día de nuestra
vida. En el relato de la parábola según san Mateo escuchábamos como el Señor,
porque habíamos sabido ser fieles en lo poco, nos invitaba a participar en el
banquete del Reino de los cielos. Porque ahora en el camino de la vida sabemos
ser fieles tenemos la esperanza de que un día en el cielo para siempre podremos
cantar la gloria del Señor.
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