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miércoles, 19 de noviembre de 2014

Si somos fieles en las responsabilidades de esta vida podremos un día cantar la gloria de Dios con los ángeles y santos en el cielo

Si somos fieles en las responsabilidades de esta vida podremos un día cantar la gloria de Dios con los ángeles y santos en el cielo

Apoc. 4, 1-11; Sal. 150; Lc. 19, 11-28
Sigue Jesús su camino de subida a Jerusalén. Pero siguen también en los discípulos las preguntas o las incertidumbres de lo que allí va a suceder. Quienes habían ido vislumbrando en su corazón que Jesús podía ser el Mesías esperado, ahora están pensando que la llegada de Jesús a Jerusalén va a ser el momento de la manifestación triunfante de ese Reino de Dios que Jesús venía anunciando, y que era la esperanza alimentada por los profetas a lo largo de toda la historia de la salvación. Estaba cerca de Jerusalén, y ‘se pensaban que el reino de Dios iba a despuntar de un momento a otro’.
Pero esto motiva que Jesús les proponga una parábola. Es el rey que se marcha de viaje, en este caso en búsqueda del titulo de rey, y confía a sus empleados unos bienes. Es la parábola en el relato paralelo, en este caso en san Lucas, de la que escuchamos el pasado domingo según san Mateo, que allí llamábamos de los talentos. En este relato de Lucas se nos dice que reparte diez onzas de oro una a cada empleado. Cuando a la vuelta pida cuentas a sus empleados de lo que han hecho con su onza de oro aparecen solamente tres dando respuesta, como en el relato de san Mateo.
¿Qué nos quiere decir Jesús con esta parábola? Ya la reflexionábamos el pasado domingo recordando la responsabilidad con que hemos de vivir nuestra vida y el desarrollo que hemos de hacer de esos talentos que Dios nos ha confiado.
Podemos unir hoy en nuestra reflexión lo que hemos escuchado en la primera lectura del Apocalipsis. Se nos hace una descripción en un lenguaje humano de la gloria del Señor en el cielo. ‘Sube aquí, y te mostraré lo que tiene que suceder después’, se escucha la voz desde el cielo. Y aparece lo que podríamos llamar toda la corte celestial cantando la gloria del Señor. ‘Día y noche cantan sin pausa: Santo, Santo, Santo es el Señor, soberano de todo: el que era y es y viene’. Es el cántico del cielo al que nosotros queremos unirnos también en la esperanza de que un día nosotros participemos también de la gloria del cielo. En la liturgia tomamos esas mismas palabras para cantar como en un anticipo esa gloria del Señor queriendo unirnos también a los ángeles y a los santos.
Pero es aquí donde tenemos que tener en cuenta la parábola que Jesús nos ha propuesto hoy en el evangelio. La esperanza del cielo no nos hace desentendernos de la tierra, sino todo lo contrario. Con mayor responsabilidad hemos de vivir nuestra vida y nuestro trabajo. Ya san Pablo, por ejemplo a los cristianos de Tesalónica les advierte que la esperanza de la venida del Señor por muy cercana que la sientan no les puede hacer olvidar sus obligaciones y sus trabajos. San Pablo será fuerte incluso en sus expresiones al decirles que ‘el que no trabaja que no coma’.
Cuando Jesús les propone esta parábola a sus discípulos que esperaban que con su llegada a Jerusalén iba a despuntar el Reino de Dios de forma inminente, es para advertirles de cómo han de fundamentar bien sus esperanzas, que no iba a ser de una forma triunfante, como un caudillo vencedor, cómo se iba a manifestar el Reino de Dios, y que mientras ellos han de seguir viviendo responsablemente su vida y la misión que Jesús les confía.
Es como puede sucedernos con los milagros que le pedimos al Señor para que se resuelvan nuestros problemas y nuestros agobios; pensamos a veces que el Señor nos lo tiene que dar todo solucionado en esos problemas que tenemos y podemos tener el peligro de olvidar ese esfuerzo que por nuestra parte hemos de poner para resolver esos problemas. Si pedimos la ayuda del Señor es para sentir la fuerza de su gracia, que nos ilumine,  que nos acompañe, que nos haga ver las cosas de manera distinta, y que con la gracia del Señor pongamos nosotros también manos a la obra. Si así lo hacemos con fe y con humildad no nos faltará esa ayuda y esa gracia del Señor.
La esperanza que ponemos en el Señor no nos disculpa ni nos exime de la tarea que hemos de vivir en el camino del día a día de nuestra vida. En el relato de la parábola según san Mateo escuchábamos como el Señor, porque habíamos sabido ser fieles en lo poco, nos invitaba a participar en el banquete del Reino de los cielos. Porque ahora en el camino de la vida sabemos ser fieles tenemos la esperanza de que un día en el cielo para siempre podremos cantar la gloria del Señor.

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