Que desaparezcan las barreras que nos ponemos para que los ojos del alma se llenen de luz y vuelvan a ver otra vez
Apoc. 1, 1-4; 2, 1-5; Sal. 1; Lc. 18, 35-43
‘¿Qué quieres que haga
por ti?... Señor, que vea otra vez…’
Un ciego que está junto al camino en su pobreza pidiendo limosna. Al enterarse
que pasa Jesús se pone a gritar hasta que logra llegar hasta los pies de Jesús. ‘Recobra la vista, tu fe te ha curado’.
Cuántas barreras se le crean a quien le falta la luz de
sus ojos. Ya sabemos lo que les pasa. Bueno, decir que ya sabemos creo que es
una exageración, porque eso sólo lo podrá saber a fondo quien lo haya
experimentado. Más, en este caso que no era un ciego de nacimiento, sino que sus
ojos se habían cegado perdiendo la visión. Dura tiene que ser la experiencia
para quien ha tenido la luz algún día el perderla totalmente y quedarse ciego.
Y no es solo que se vaya tropezando por todas partes. Se tiene ya una visión
distinta de la vida, si es que podemos emplear esa palabra; pero es que la
relación con los demás se hace distinta, como la apreciación que puedan tener
los otros de quien es invidente.
En la época de Jesús una persona ciega estaba condenada
necesariamente a la pobreza. Quien no podía ganarse el pan de cada día con su
trabajo - ¿y cómo iba a hacerlo quien tenía los ojos cegados? - se veía abocado
a muchas dependencias de los demás, con lo que le llevaría a pobrezas extremas
para necesitar estar en las esquinas de las calles o en los cruces de los
caminos pidiendo limosna.
Pero no podemos quedarnos en la ceguera del ciego -
valga la repetición - porque en su entorno aparecían otras cegueras. Las
cegueras culpables de los que no quieren ver, de los que teniendo la luz sin
embargo no la utilizan para iluminar a los demás, de los que se convierten en
obstáculos en el camino de los otros y todo son dificultades y creación de
nuevas barreras.
Fijémonos en el texto del evangelio. El ciego está al
borde del camino; escucha el tumulto de un grupo grande de gente que pasa y
pregunta quién es; le dicen que es Jesús el Nazareno, pero nadie se preocupa de
nada más; el ciego grita implorando la atención del profeta de Nazaret, ‘¡Jesús, hijo de David, ten compasión de
mí!’ Y aparecen las nuevas barreras;
‘los que iban delante le regañaban para que se callara, pero el gritaba más
fuerte’. Molestaban los gritos del ciego; quizá sus gritos les impedían a
ellos poder escuchar lo que Jesús iba hablando, o molestaba la presencia de
aquel pobre ciego pidiendo una ayuda.
Cuántas disculpas nos buscamos; cuántos rodeos nos
damos, como aquel sacerdote y aquel levita que bajaba por el camino de Jericó
en la parábola de Jesús. Cuántas
barreras ponemos. Ya ellos tenían la luz y no tenían necesidad. No tenían por
que detenerse ni que los gritos del ciego retrasasen su camino.
Pero Jesús si se detiene, porque está siempre prestando atención a quien tenga un sufrimiento. ‘Jesús se
paró y mandó que se lo trajeran’. Cuantas veces lo vemos en el evangelio
acercarse allí donde está el sufrimiento de los hombres; acude a la piscina
probática allí donde sabe que hay un hombre que sufre y no puede llegar al agua
que lo sane; se detiene en la calle de Jerusalén para acercarse al ciego que
mandará a Siloé a lavarse; deja que la gente acuda a él, aunque le rompan las
tejas para hacerle llegar a los enfermos.
Allí está aquel ciego, para quien comienzan a
desaparecer las barreras. Quienes antes querían impedirle que gritara, ahora lo
llevan de la mano hasta Jesús. Y los ojos de aquel ciego se abrieron y se llenaron
de luz. La fe apareció en su corazón y comenzó a iluminar su vida. ‘Te fe te ha curado’, le dice Jesús. Y
después de curado ‘lo siguió glorificando
a Dios’. Pero también llegó la luz a los ojos de los que no se daban cuenta
de que también estaban ciegos. ‘Y todo el
pueblo, al ver esto, alababa a Dios’.
¿Sabremos acudir nosotros a Jesús para que se caigan
las escamas de la ceguera de nuestros ojos,ded la ceguera de nuestro corazón? ¿Comenzaremos a romper barreras
para acercarnos con fe a Jesús y llenarnos de su luz? ¿Seremos en verdad
conscientes de las barreras que tenemos o ponemos muchas veces en nuestra
propia vida o en la vida de los demás? ‘Señor, que vuelva a ver
otra vez’, que nos llenemos de tu
luz, que se despierte y resplandezca de nuevo nuestra fe. ‘¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!’
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