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lunes, 17 de noviembre de 2014

Que desaparezcan las barreras que nos ponemos para que los ojos del alma se llenen de luz y vuelvan a ver otra vez

Que desaparezcan las barreras que nos ponemos para que los ojos del alma se llenen de luz y vuelvan a ver otra vez

Apoc. 1, 1-4; 2, 1-5; Sal. 1; Lc. 18, 35-43
‘¿Qué quieres que haga por ti?... Señor, que vea otra vez…’ Un ciego que está junto al camino en su pobreza pidiendo limosna. Al enterarse que pasa Jesús se pone a gritar hasta que logra llegar hasta los pies de Jesús. ‘Recobra la vista, tu fe te ha curado’.
Cuántas barreras se le crean a quien le falta la luz de sus ojos. Ya sabemos lo que les pasa. Bueno, decir que ya sabemos creo que es una exageración, porque eso sólo lo podrá saber a fondo quien lo haya experimentado. Más, en este caso que no era un ciego de nacimiento, sino que sus ojos se habían cegado perdiendo la visión. Dura tiene que ser la experiencia para quien ha tenido la luz algún día el perderla totalmente y quedarse ciego. Y no es solo que se vaya tropezando por todas partes. Se tiene ya una visión distinta de la vida, si es que podemos emplear esa palabra; pero es que la relación con los demás se hace distinta, como la apreciación que puedan tener los otros de quien es invidente.
En la época de Jesús una persona ciega estaba condenada necesariamente a la pobreza. Quien no podía ganarse el pan de cada día con su trabajo - ¿y cómo iba a hacerlo quien tenía los ojos cegados? - se veía abocado a muchas dependencias de los demás, con lo que le llevaría a pobrezas extremas para necesitar estar en las esquinas de las calles o en los cruces de los caminos pidiendo limosna.
Pero no podemos quedarnos en la ceguera del ciego - valga la repetición - porque en su entorno aparecían otras cegueras. Las cegueras culpables de los que no quieren ver, de los que teniendo la luz sin embargo no la utilizan para iluminar a los demás, de los que se convierten en obstáculos en el camino de los otros y todo son dificultades y creación de nuevas barreras.
Fijémonos en el texto del evangelio. El ciego está al borde del camino; escucha el tumulto de un grupo grande de gente que pasa y pregunta quién es; le dicen que es Jesús el Nazareno, pero nadie se preocupa de nada más; el ciego grita implorando la atención del profeta de Nazaret, ‘¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!’ Y aparecen las nuevas barreras; ‘los que iban delante le regañaban para que se callara, pero el gritaba más fuerte’. Molestaban los gritos del ciego; quizá sus gritos les impedían a ellos poder escuchar lo que Jesús iba hablando, o molestaba la presencia de aquel pobre ciego pidiendo una ayuda.
Cuántas disculpas nos buscamos; cuántos rodeos nos damos, como aquel sacerdote y aquel levita que bajaba por el camino de Jericó en la parábola de Jesús.  Cuántas barreras ponemos. Ya ellos tenían la luz y no tenían necesidad. No tenían por que detenerse ni que los gritos del ciego retrasasen su camino.
Pero Jesús si se detiene, porque está siempre prestando atención a quien tenga un sufrimiento. ‘Jesús se paró y mandó que se lo trajeran’. Cuantas veces lo vemos en el evangelio acercarse allí donde está el sufrimiento de los hombres; acude a la piscina probática allí donde sabe que hay un hombre que sufre y no puede llegar al agua que lo sane; se detiene en la calle de Jerusalén para acercarse al ciego que mandará a Siloé a lavarse; deja que la gente acuda a él, aunque le rompan las tejas para hacerle llegar a los enfermos.
Allí está aquel ciego, para quien comienzan a desaparecer las barreras. Quienes antes querían impedirle que gritara, ahora lo llevan de la mano hasta Jesús. Y los ojos de aquel ciego se abrieron y se llenaron de luz. La fe apareció en su corazón y comenzó a iluminar su vida. ‘Te fe te ha curado’, le dice Jesús. Y después de curado ‘lo siguió glorificando a Dios’. Pero también llegó la luz a los ojos de los que no se daban cuenta de que también estaban ciegos. ‘Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios’.
¿Sabremos acudir nosotros a Jesús para que se caigan las escamas de la ceguera de nuestros ojos,ded la ceguera de nuestro corazón? ¿Comenzaremos a romper barreras para acercarnos con fe a Jesús y llenarnos de su luz? ¿Seremos en verdad conscientes de las barreras que tenemos o ponemos muchas veces en nuestra propia vida o en la vida de los demás? ‘Señor, que vuelva a ver otra vez’,  que nos llenemos de tu luz, que se despierte y resplandezca de nuevo nuestra fe. ‘¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!’

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