La fe que tenemos en Jesús nos lleva a que en la hora de nuestra muerte lo hagamos siempre en la esperanza de la resurrección
Apoc. 11, 4-12; Sal.
143; Lc. 20, 27-40
Ahora son los saduceos los que vienen con sus intrigas
y sus preguntas capciosas a Jesús tratando de confundir y desprestigiar. Eran
grupos de cariz religioso que hacían sus propias interpretaciones de la
Escritura y creaban tendencias y divisiones en la vida social y religiosa de
los judíos. Ya el evangelista nos recuerda que los saduceos niegan la
resurrección; y es por ahí por donde plantean las cuestiones a Jesús.
Muy dados a la casuística plantean la cuestión desde
normas y leyes que regían las costumbres y la vida del pueblo de Israel. Según
la ley del Levítico una mujer debía de tener descendencia, pero si el marido
moría sin darle esa descendencia un hermano del marido estaba obligado a
casarse con ella para darle esa descendencia. Ahora lo plantean desde el hecho
de que hasta siete hermanos se casan con aquella mujer porque todos van muriendo
sin descendencia y su pregunta, como ellos negaban la resurrección, eran que si
había resurrección cual de todos aquellos maridos era en verdad el marido de la
mujer.
Jesús un poco pasa de esas cuestiones, pero sí les dice
que ‘en esta vida los hombres y mujeres
se casan, pero quienes sean juzgados dignos de la vida futura y de la
resurrección de entre los muertos, no se casarán… son hijos de Dios que
participan de la resurrección’. No es la vida futura, la vida eterna un
calcar nuestra vida terrena a la manera como los hombres nos manejamos en este
mundo. Entramos en otra dimensión, otro sentido de plenitud, es una vida nueva
y de distinta condición.
Pero el mensaje del evangelio de hoy no se nos puede
quedar en resolver esas casuísticas, sino en lo que finalmente Jesús viene a
decirnos: ‘No es un Dios de muertos, sino
de vivos’, porque es el Dios de la vida, y de esa vida quiere hacernos en
partícipes en plenitud. No se trata, pues, de ponernos a imaginar como será esa
vida, sino que si pensamos que vamos a vivir en Dios, vamos a vivir en plenitud
y en felicidad total.
Pero estamos comentando este evangelio en que se
comenzaba diciendo que los saduceos no creían en la resurrección. Me pregunta
si en verdad nosotros creemos en la resurrección y en la vida eterna. Muchas
veces cuando participo en unas exequias - cuántas veces en mi vida sacerdotal
he tenido que presidir la celebración de las exequias en un entierro - me
pregunto si todos los que estamos allí llorando por aquel difunto, rezando por
aquel difunto, en verdad creemos en la vida eterna y en la resurrección. ¿Qué
es lo que pasa en esos momentos por nuestra mente? Lo que expresamos en
nuestras oraciones, ¿formará parte de verdad del sentido de nuestra vida? ‘Acuérdate de nuestros hermanos que murieron
en la esperanza de la resurrección’, decimos en la oración, pero ¿en verdad
a la hora de nuestra muerte lo haremos en esa esperanza de resurrección?
Creo que son unos artículos de nuestra fe que
tendríamos que repasar mucho para hacer que en verdad formen parte de nuestra
fe y en consecuencia eso repercuta en nuestra forma de actuar, en nuestra forma
de vivir. Hemos de reconocer que vivimos pensando solamente la mayoría de las
veces en este mundo terreno que ahora vivimos y lo menos que pensamos es en la
trascendencia que hemos de darle a nuestra vida, pensando en la resurrección y
en la vida eterna. Seguro que si pensáramos más en ellos nuestra forma de vivir
sería otra; los afanes y agobios de la vida presente los viviríamos de otra
manera; pensaríamos más en ese tesoro que hemos de guardar en el cielo, como
nos dice Jesús; nos costaría menos arrancarnos de este mundo, de esta vida; le
tendríamos menos miedo a la muerte y nos enfrentaríamos a ella con menos
angustia.
Como decimos en uno de los prefacios de las misas de
difuntos, ‘te damos gracias porque, al
redimirnos con la muerte de tu Hijo Jesucristo, por tu voluntad salvadora nos
llevas a nueva vida para que tengamos parte en su gloriosa resurrección’.
Cristo resucitó, es un artículo fundamental de nuestra fe; pues nosotros con
Cristo estamos llamados también a la resurrección. Que en verdad porque creemos
y esperamos en Cristo, seamos dignos, tengamos el gozo de participar de la vida
eterna para siempre.
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