Una historia que es nuestra historia, pero que es la historia del amor que Dios nos tiene
Gén. 37, 3-4.12-13.17-28; Sal. 104; Mt. 21, 33-34.45-46
‘Recordad las
maravillas que hizo el Señor’,
fuimos repitiendo en el salmo. Bien nos viene recordarlo para reanimar nuestra
fe y nuestra esperanza; bien nos viene recordarlo, reconociendo cuánto nos ama
el Señor para saber ser agradecidos y cantar su alabanza, pero también para que
eso nos mueva a hacer de nuestra vida
una acción de gracias continua al Señor.
Lo que el salmista nos iba recordando hace referencia a
la historia de José en Egipto. Aunque hayamos celebrado hace poco la fiesta de
san José, sabemos que no se refiere a san José, sino al hijo de Jacob del que
nos habla la primera lectura. El José que por envidia de sus hermanos fue
vendido como esclavo y llevado a Egipto, con el paso de los años se convertiría
en un gobernador de Egipto y sería la salvación de sus hermanos y su familia
cuando pasaban hambre en la tierra de Canaán.
Iremos recordando diversos retazos de la historia del
pueblo de Israel en las lecturas que vayamos haciendo en la cuaresma, como es
esta historia de José que hoy hemos escuchado. La marcha de los hijos de Jacob
a Egipto donde se establecerían fue el inicio de la constitución del pueblo de
Dios. Cuando sufren el acoso y la persecución de los faraones siglos más tarde
surgirá Moisés, como caudillo de Israel a quien Dios confiará el que los saque
de Egipto para llevarles a la tierra que le había prometido a Abraham. Es bueno
ir recordando estas cosas que nos manifiestan el amor de Dios por su pueblo y
donde se va forjando toda la historia de la salvación.
Una historia hecha de fidelidades y de infidelidades,
pero donde siempre el amor del Señor permanecerá fiel por su pueblo al que ama,
cuida y protege. De eso nos hablará la parábola del Evangelio; un reflejo de lo
que fue la historia de Israel y que cuando los sumos sacerdotes y fariseos la
escucharon entendieron que Jesús hablaba de ellos.
Un pensamiento que nos conviene a nosotros tener
también muy presente, para darnos cuenta de que cuando Dios pronuncia su
Palabra es una Palabra muy concreta que va por nosotros, que quiere iluminar
nuestra vida y mostrándonos su amor ayudarnos a caminar nosotros por caminos de
fidelidad. Algunas veces no nos gusta sentirnos aludidos por la Palabra que se
nos proclama y hasta que podamos sentirnos ofendidos, pero con humildad y
agradecimiento tendríamos que saber escucharla.
‘Había un propietario
que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó
la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje…’ La imagen de la viña para hablarnos
del pueblo de Dios es una imagen que ya aparece en el antiguo testamento en los
profetas, en el canto de amor de mi amigo por su viña. Es lo que ahora quiere
reflejarnos Jesús con lo que con la parábola está haciéndonos un resumen de lo
que fue la historia del pueblo de Israel. Fidelidades e infidelidades, profetas
que anuncian la Palabra de Dios y rechazo tantas veces por parte de aquel
pueblo que se aleja de los caminos de Dios, nos quedan bien reflejados en la
parábola.
Es la historia del pueblo de Dios del Antiguo
Testamento pero hemos de reconocer que también es nuestra historia, la historia
personal de cada uno de nosotros como la misma historia de la Iglesia y de la
humanidad. ¿Quién puede decir que no tiene pecado y puede tirar la primera
piedra? Reconocemos las maravillas que hace el Señor, como hemos comenzado
diciendo en esta reflexión, pero nos miramos a nosotros tan amados de Dios,
como el amor que aquel propietario tenía por su viña, pero que no siempre damos
los frutos que nos pide el Señor y tantas veces nos hacemos oídos sordos a las
llamadas que nos hace continuamente.
Oportunidad para reflexionar, para dar gracias por el
amor que el Señor nos tiene que nos rodea con su gracia, pero también para
revisarnos y ver qué respuesta tenemos que dar. Es a lo que quiere ayudarnos la
Iglesia a través de su liturgia en este camino de Cuaresma que estamos
haciendo. En la parábola contemplamos al hijo que es arrojado fuera de la viña
y lo mataron, nosotros contemplamos al Hijo, a Jesús, que se entregó por
nosotros para ser nuestra salvación. Acojamos su palabra y dejémonos interpelar
por ella.
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