Nuestra mayor grandeza es el ser el último y el servidor de los demás
Is. 10, 16-20; Sal. 49; Mt. 23, 1-12
¿Cuál es el título del que más tendría que hacer gala
un cristiano, del que tendría que sentirse más orgulloso, que vendróa en cierto modo a definirnos? Creo que nos lo deja
muy claro Jesús hoy frente a aquellos que se creen dirigentes, maestros, sabios
y entendidos y que quieren apabullar con sus apariencias. El mejor título que
tendría que definirnos es el de servidor.
Nuestra grandeza es ser amados de Dios hasta el punto
de hacernos sus hijos. Pero cuando en verdad nos sentimos hijos de Dios, amados
del Señor, nos daremos cuenta de por donde tienen que ir nuestras posturas o
nuestra manera de presentarnos. Y no es otra que hacer lo mismo que hizo Jesús,
el Hijo del Hombre que no vino para ser servido, sino para servir. Por eso en
el servicio está nuestra grandeza; el hacernos nos últimos nos hace ser los
primeros de verdad; nuestro valor está en amar y amar de verdad gastándonos por
los demás y haciéndonos servidores de todos.
Jesús previene a sus discípulos, a los que quieren
seguirle de vivir una vida de apariencias que se convierten en falsedades. Allí
están ‘los letrados y los fariseos que se han sentado en la cátedra de Moisés’;
y Jesús les previene: ‘Haced y cumplir lo
que os digan - no les quita Jesús la autoridad a los maestros de la ley -; pero no hagáis lo que ellos hacen’, porque
no hacen por sí mismos nada de lo que enseñan a los demás.
Confieso que escuchando estas palabras de Jesús me paro
a reflexionar en lo que yo pueda estar haciendo; quizá enseñe muchas cosas a
los demás, pero quizá no siempre soy lo suficientemente congruente en mi vida,
porque luego no doy el ejemplo cumpliéndolo; sí, confieso que antes de anunciar
la Palabra del Señor a los demás la leo para mi mismo, y tras ofreceros la
reflexión trato de aplicarme de forma muy concreta lo que os digo analizando mi
vida y queriendo corregirla siempre con la gracia del Señor.
Critica Jesús las posturas de los fariseos tan llenos
de apariencias, anchos mantos, largas filacterias - esas cintas con que
adornaban sus cabezas o sus vestidos en las que iban grabadas las palabras de
la ley - puestos de honor, reverencias. No es ése el estilo de Jesús ni el
estilo que ha de vivir un seguidor de Jesús. Tenemos que bajarnos de esos pedestales,
quitar de nuestra vida todo lo que se queda en lo externo y tratar desde lo más
intimo de nuestra vida de dar una respuesta al Señor, pero una respuesta que
abarque toda nuestra vida, todo lo que hacemos.
‘No os dejéis llamar
maestro… no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra… no os dejéis llamar
jefes ni consejeros…’ Somos
hermanos, Cristo es nuestra verdad y El es el único Señor. Es a Jesús a quien
hemos de escuchar y seguir. Hace poco hemos escuchado la voz del cielo que
así nos lo señalaba, allá en lo alto de la montaña de la Transfiguración. ‘Este es mi Hijo amado, escuchadle’,
recordamos que nos decía. Y Jesús nos habla con toda autoridad, porque El es la
Palabra de Dios, la Palabra que Dios quiere decirnos y que es para nosotros
Palabra de salvación.
Y escuchar y seguir a Jesús implica entrar en el camino
del amor, del servicio. Ahí está nuestra grandeza. El ser servidores de todos,
el ser capaz de hacernos el último y el esclavo que siempre está dispuesto a
servir es nuestra mayor grandeza y el título, por decirlo así, del que más
tenemos que sentirnos orgullosos.
‘El primero entre
vosotros será vuestro servidor’,
nos dice hoy. Se lo hemos escuchado muchas veces a Jesús, sobre todo cuando han
aparecido las ambiciones y deseos de grandeza en sus discípulos. Siempre
terminaba Jesús diciéndonos lo mismo, que tenemos que hacernos los esclavos por
amor de los demás están siempre disponibles para el servicio. Eso, sí, que nos hará ser primeros, aunque
ese no sea el estilo del mundo que nos rodea. Pero en algo tenemos que diferenciarnos
los que de verdad queremos llamarnos discípulos de Jesús.
Y qué satisfacción más grande se siente en el alma cuando hacemos el bien, cuando nos damos por los demás, aunque haya quien no lo valore ni lo tenga en cuenta. Pero en nosotros está siempre por encima de todos los reconocimientos humanos la recompensa que nos da el Señor, y que es abrirnos las puertas para la vida eterna. Y recordemos las últimas palabras de Jesús: ‘El que se enaltece será humillado, pero el que se humilla será enaltecido’.
No hace falta más comentario.
Y qué satisfacción más grande se siente en el alma cuando hacemos el bien, cuando nos damos por los demás, aunque haya quien no lo valore ni lo tenga en cuenta. Pero en nosotros está siempre por encima de todos los reconocimientos humanos la recompensa que nos da el Señor, y que es abrirnos las puertas para la vida eterna. Y recordemos las últimas palabras de Jesús: ‘El que se enaltece será humillado, pero el que se humilla será enaltecido’.
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