El matrimonio y la familia, un acorde de la música del amor de Dios
1Sam. 1, 20-22.24-28; Sal. 83; 1Jn. 3, 1-2.21-24; Lc. 2, 41-52
‘Jesús bajó con ellos
a Nazaret y siguió bajo su autoridad… e iba creciendo en sabiduría, en estatura
y en gracia ante Dios y los hombres’.
El Hijo de Dios que se ha encarnado nace en el seno de una familia y en el seno
de una familia crece, como dice el evangelio ‘en sabiduría, estatura (edad, como niño, como adolescente y como
joven) y en gracia’. En una familia
nació Jesús y en familia pasó la mayor parte de su vida. En la familia Jesús
aprendió a rezar, a leer, a trabajar. Y a su vez Jesús dio a la familia
dignificación y santidad. Jesús convirtió con su presencia la familia en algo
sagrado, convirtió el amor de los esposos en sacramento.
En el marco de las fiestas de Navidad, en medio de las
celebraciones del nacimiento de Jesús la liturgia de la Iglesia nos invita hoy
a celebrar a la Sagrada Familia de Nazaret, aquel hogar en el que Jesús nació y
creció. Y contemplar a la Sagrada Familia en ella queremos ver como en un
espejo nuestras familias. Por eso hoy es un día especial para las familias
cristianas cuando en estos días en nuestra celebración de la navidad del Señor
el encuentro de las familias ha tenido tanta importancia y es algo que se ha
vivido con especial intensidad en nuestros hogares. Miramos a la sagrada
Familia de Nazaret y mucho tenemos que aprender, mucho tenemos que copiar de
sus virtudes, de todo lo que era la vida de aquel bendito hogar.
Allí Jesús, que se quiso hacer en todo semejante a
nosotros, en el seno del hogar aprendió y vivió lo más humano y lo más hermoso
de nuestra humanidad. Hablar de familia es hablar de amor y de comunión, es
hablar de convivencia y de caminar juntos, es hablar de cercanía y de
comprensión, es hablar de mutua aceptación y de profundo respeto, es hablar de
crecimiento como persona y de cultivo de los valores más trascendentes. La
familia es el semillero de la vida, el mejor campo de cultivo de la
personalidad del individuo, la raíz más honda que da fuerza y consistencia a
nuestra sociedad toda; la familia vivida en profundidad nos hace percibir lo
que es la profundidad de Dios, la vida de Dios.
A alguien en una ocasión le escuché decir que el
matrimonio y la familia es como un acorde de la música de Dios. Dios es vida y
es amor; es vida porque es el que existe por sí mismo y desde siempre, y es
amor como ya nos lo dice san Juan en sus cartas; pero Dios es profunda e intima
comunión en el misterio de su Trinidad de personas que forman una única unidad
en su naturaleza en la que no hay ninguna división; y Dios se hace misericordia
y perdón, en su inmensidad se hacer cercano tanto como para vivir en nuestra
propia vida.
Cuando el hombre y la mujer llegan a vivir con toda
profundidad esa comunión de vida y de amor que es el matrimonio y que se
prolonga en la familia podemos decir que están entrando en esa sintonía de
Dios, porque en su amor y en todo lo que rodea esa profundidad del amor de su
matrimonio no están sino haciéndonos resonar ese acorde de la música de Dios,
ese acorde del amor y de la vida y comunión de amor de Dios.
¿Por qué decimos que el matrimonio para nosotros va más
allá de lo que pueda ser un contrato de partes, una relación jurídica o un
compromiso meramente formal? Para el cristiano que fundamenta toda su vida y,
en consecuencia, su relación de amor en Dios, el matrimonio se convierte en
sacramento de Dios. El amor matrimonial vivido en toda su profundidad y con
todas sus consecuencias de unidad y de comunión se convierte en signo, en manifestación
de lo que es el amor el amor de Dios, en presencia del amor de Dios en su
propio amor humano. San Pablo hace como una mutua comparación entre el amor del
hombre y la mujer con el amor que Cristo tiene por su Iglesia. Sintonía del
amor de Dios, acorde de la música del amor infinito de Dios.
Como nos enseñaba el concilio Vaticano II, cuyos
cincuenta años de su inauguración estamos conmemorando en este Año de la Fe, en
la Gaudium et spes, ‘cuando el Señor sale
al encuentro de los esposos cristianos por medio del sacramento del matrimonio…
el amor conyugal auténtico es asumido por el amor divino y se rige y se
enriquece por la virtud redentora de Cristo y la acción salvífica de la
Iglesia… Cristo permanece en los esposos para que con su mutua entrega se amen
con perpetua fidelidad, como El mismo ha amado a la Iglesia y se entregó por
ella’ (GS48).
Es la gracia con la que el Señor enriquece a los
esposos y a las familias cristianas que han puesto en El toda su fe y toda su
esperanza y desde su amor quieren vivir su propio amor humano con toda
intensidad. Algunas veces los cristianos no hemos reflexionado lo suficiente
para ahondar con toda profundidad en la riqueza de lo que es el amor
matrimonial y familiar en un sentido cristiano, contemplado desde lo que es
como una participación del amor de Dios.
Es triste contemplar a tantos matrimonios rotos y a
tantas familias divididas y destrozadas que no hacen sino producir más y más
dolor y sufrimiento en sus miembros. Es un dolor y sufrimiento que a todos nos
afecta y ante el que no podemos ser insensibles pensado que eso a nosotros no
nos pasa o no nos puede pasar. Es necesario, por supuesto, que los que van a
contraer matrimonio vayan con la suficiente y necesaria madurez humana y cristiana
al sacramento, pero es necesario saber contar luego a lo largo de la vida con
la presencia de la gracia del Señor que nunca nos faltará.
Hoy, al contemplar y celebrar a la Sagrada Familia de
Nazaret, como decíamos antes, no podemos menos que mirar a nuestras familias y
orar por nuestras familias. Queremos aprender, como decíamos, de aquel Hogar de
Nazaret, pero queremos impetrar la gracia y la fuerza del Señor para que nuestros
matrimonios cristianos renueven - hagan nuevo continuamente - su propio amor y contribuyan
con todos sus medios a la felicidad de cada uno de los miembros de la familia.
Que se manifiesten de verdad como ese acorde de la música
del amor de Dios en la forma como cultivan todos esos valores que harán más
fecundo cada día su amor desde la cercanía y la comunión, desde el respeto y la
valoración de cada uno de sus miembros, desde el espíritu de servicio y la
capacidad de comprensión y perdón, desde la apertura de sus vidas a la
trascendencia y desde el cultivo de todos los valores que eleven el espíritu,
desde la generosidad de unas manos abiertas para siempre hacer el bien y desde
la oblación en el amor de sus propias vidas, aunque sea en el sacrificio, en el
día a día de su caminar.
Y esto a todos nos afecta y todos tenemos que poner
nuestro granito de arena para hacer que nuestro mundo sea mejor desde unas
familias cada día más felices porque como personas cada uno de nosotros desde
todos esos valores que en la familia cultivamos vayamos creciendo más y más en
lo que es la riqueza más profunda de nuestra vida y nos hará alcanzar la mayor
plenitud, el amor con el que reflejamos lo que es el amor de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario