Días de bendiciones que nos traen con Jesús la paz para todos los hombres
Núm. 6, 22-27; Sal. 66; Gál. 4, 4-7; Lc. 2, 16-21
No queremos que se acabe la Navidad. No nos podemos
cansar de la Navidad. Algunos pueden estar cansados de fiestas y otros desearán
que las fiestas no se acaben nunca en ese afán de divertirse y pasarlo bien.
Claro que todos tenemos deseos de ser felices, pero no es por una fiesta así
por lo que nosotros queremos prolongar la navidad. Es que el misterio que
estamos celebrando es tan grande, tan maravilloso que queremos seguir sintiendo
su miel en nuestro corazón porque es seguir saboreando el amor tan maravilloso
que Dios nos tiene.
Estamos en la octava de la Navidad, pero aún nos quedan
días para seguir saboreando el espíritu de la navidad hasta que lleguemos a la
Epifanía y al Bautismo del Señor. Dios ha venido a nosotros y nos quiere llenar
de bendiciones. Por eso nos felicitamos en estos días. No es solo que hagamos
fiestas, entre un año nuevo o nos hagamos unos regalos. Nos felicitamos en el
amor tan grande que Dios nos tiene que viene a nosotros para traernos la
salvación, porque ha vuelto su rostro sobre nosotros y ha derramado gracia y
bendiciones sobre nosotros, porque quiere estar a nuestro lado para que no
olvidemos nunca el amor y construyamos continuamente la paz.
Y desde las bendiciones de Dios nos sentimos
comprometidos a también nosotros llenar de bendiciones a los demás. Volvamos su
rostro sobre ellos, como le pedíamos al Señor, y que nuestras miradas, nuestros
gestos, nuestras palabras vayan llenas de amor y de paz para todos. No es solo
una palabra la que vamos a decir queriendo expresar un buen deseo, sino que
sinceramente vamos a volvernos sobre nuestros hermanos los hombres con una
mirada nueva y distinta, la mirada de la amistad, de la comprensión, de la paz,
del ánimo que levante el espíritu, la mirada llena de la sonrisa del amor.
Sí, que nuestras palabras, nuestras miradas, nuestros
gestos sean siempre de bendición, porque digamos bien - eso significar bendecir
-, porque hagamos el bien, porque nuestras actitudes y nuestros gestos sean
siempre de bien. Todos podemos bendecir; todos debemos bendecir. Se ha perdido
esa costumbre de pedir la bendición o de dar la bendición y así nos va en la
vida. Retomemos esa bonita costumbre pero llenando de verdadero sentido
nuestras bendiciones y que sean para todos.
Y nuestra gran bendición para los demás sea llevar a
Jesús. Para que todos se encuentren con Jesús. Para que todos sepan acoger esa
bendición de Dios para la humanidad que es Jesús. Para que todos nos abramos a
la salvación que Jesús nos ofrece. Hoy, a los ocho días, la octava de la navidad,
hemos escuchado en el evangelio que ‘tocaba
circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el
ángel antes de su concepción’.
Recordamos que el ángel le había dicho a José ‘y le pondrás por nombre Jesús, porque El
salvará al pueblo de sus pecados’. Jesús significa ‘Dios nos salva’. Es el
Salvador que los ángeles anunciaron a los pastores que había nacido en la
ciudad de David. Es el Salvador, la bendición de Dios para la humanidad, como
decíamos, porque con Jesús comenzará una humanidad nueva, la humanidad que
hunde sus raíces en el amor; la humanidad que se siente amada por Dios que así
nos ha enviado a su Hijo, y la humanidad que se comienza a construir desde ese
amor de una manera nueva. Es el Jesús que nosotros hemos de llevar en nuestro
corazón y que hemos de llevar a los demás, como la más grande bendición de
Dios.
Día de bendiciones parece que es éste que estamos
celebrando hoy. Porque miramos a la madre, miramos a María. ‘Los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José
y al Niño acostado en el pesebre’. Nuestra mirada se vuelve hoy de manera
especial a María, la madre de Jesús que es la madre de Dios, pero que es
también para nosotros una bendición de Dios porque nos la ha dado como madre.
Qué gozo más grande sintió el pueblo cristiano cuando
pudo proclamar con toda la firmeza de la fe que verdaderamente María era la
Madre de Dios. Es el gozo de los hijos por la madre. Es el gozo que sentimos
todos en estos días porque mirando a Jesús, siempre vemos a María a su lado.
Qué importante fue el sí de María ante el anuncio del ángel, porque se
convirtió en la Madre de Dios, porque Dios quiso contar con ella, con su
colaboración, en la tarea de nuestra salvación porque ella nos trajo a Jesús.
Cuando hablamos de María siempre nuestras palabras se
quedan cortas para todo lo que de ella quisiéramos decir. Queremos llenarla de
bendiciones y alabanzas como hiciera Isabel cuando fue María a visitarla en la
montaña, como lo hizo aquella mujer anónima que alabando a Jesús alabó también
a la madre que lo trajo al mundo, como lo hiciera Jesús cuando la llama dichosa
porque ella sí supo plantar en su corazón la Palabra de Dios para que diera
fruto, y como lo han hecho todas las generaciones en la Iglesia a través de los
siglos dando cumplimiento a su propia profecía de que ‘dichosa me llamarán todas las generaciones’.
Pero hoy bendecimos a María y una vez más queremos
recibir sus bendiciones para nosotros y para nuestro mundo. Sí, que ella nos
alcance todas las bendiciones de Dios volviendo su rostro maternal, sus ojos
misericordiosos, sobre nosotros sus hijos que aun caminamos por este valle de
lágrimas y que ella nos alcance la gracia de la salvación; que ella, reina de
la paz, nos alcance ese don preciado de la paz para nuestro mundo que tanto lo
necesita.
El primero de enero celebramos ya desde hace muchos
años la Jornada Mundial de la Paz. Tenemos que orar por la paz. Tenemos que
trabajar por la paz. Tenemos que convertirnos en mensajeros de la paz para
nuestro mundo. Los ángeles cantaban la gloria del Señor en el momento del
nacimiento de Jesús, pero cantaban también la paz para los hombres a los que
Dios ama, la paz para nuestro mundo al que Dios ama. Por eso para nosotros los
cristianos no puede ser ajeno a nuestra oración y a nuestro compromiso, y de
manera especial estos días, el tema de la paz.
‘Bienaventurados los
que trabajan por la paz’,
nos dice el Papa, rememorando la bienaventuranza de Jesús, en su mensaje para
esta Jornada, que bien merecería la pena una lectura atenta y una amplia
reflexión porque es muy hermoso. Alguien ha dicho de este mensaje del Papa que
es casi como una pequeña encíclica. No podemos en la brevedad de esta reflexión
extendernos en su comentario pero sí destacar y subrayar ese compromiso que
como creyentes en Jesús hemos de tener con la paz de nuestro mundo.
Como nos dice en el mismo inicio de su mensaje ‘Cada nuevo año trae consigo la esperanza de
un mundo mejor. En esta perspectiva, pido a Dios, Padre de la humanidad, que
nos conceda la concordia y la paz, para que se puedan cumplir las aspiraciones
de una vida próspera y feliz para todos… los cristianos, como Pueblo de Dios en
comunión con él y caminando con los hombres, se comprometen en la historia
compartiendo las alegrías y esperanzas, las tristezas y angustias, anunciando la
salvación de Cristo y promoviendo la paz para todos’.
La paz concierne a la persona humana en su integridad e
implica la participación de todo el hombre. Se trata de paz con Dios viviendo
según su voluntad. Paz interior con uno mismo, y paz exterior con el prójimo y
con toda la creación. Comporta principalmente… la construcción de una
convivencia basada en la verdad, la libertad, el amor y la justicia.
Nos
habla de la paz como don de dios y obra y tarea del hombre, de que los que trabajan por la paz son quienes
aman, defienden y promueven la vida en su integridad, de cómo para construir el bien de la paz es necesario un
nuevo modelo de desarrollo y de economía, de una educación para la cultura de
la paz, y finalmente recordando la oración de san Francisco nos dice que oremos
al Señor para que seamos instrumentos de la paz para nuestro mundo para
llevar amor donde haya odio, perdón donde hubiese ofensa, la verdadera fe donde
hubiese duda.
Oremos por la paz. Que sea la bendición de Dios que con Jesús llega a
nuestra tierra. Paz a los hombres que Dios ama.
No hay comentarios:
Publicar un comentario