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martes, 1 de enero de 2013


Días de bendiciones que nos traen con Jesús la paz para todos los hombres

Núm. 6, 22-27; Sal. 66; Gál. 4, 4-7; Lc. 2, 16-21
No queremos que se acabe la Navidad. No nos podemos cansar de la Navidad. Algunos pueden estar cansados de fiestas y otros desearán que las fiestas no se acaben nunca en ese afán de divertirse y pasarlo bien. Claro que todos tenemos deseos de ser felices, pero no es por una fiesta así por lo que nosotros queremos prolongar la navidad. Es que el misterio que estamos celebrando es tan grande, tan maravilloso que queremos seguir sintiendo su miel en nuestro corazón porque es seguir saboreando el amor tan maravilloso que Dios nos tiene.
Estamos en la octava de la Navidad, pero aún nos quedan días para seguir saboreando el espíritu de la navidad hasta que lleguemos a la Epifanía y al Bautismo del Señor. Dios ha venido a nosotros y nos quiere llenar de bendiciones. Por eso nos felicitamos en estos días. No es solo que hagamos fiestas, entre un año nuevo o nos hagamos unos regalos. Nos felicitamos en el amor tan grande que Dios nos tiene que viene a nosotros para traernos la salvación, porque ha vuelto su rostro sobre nosotros y ha derramado gracia y bendiciones sobre nosotros, porque quiere estar a nuestro lado para que no olvidemos nunca el amor y construyamos continuamente la paz.
Y desde las bendiciones de Dios nos sentimos comprometidos a también nosotros llenar de bendiciones a los demás. Volvamos su rostro sobre ellos, como le pedíamos al Señor, y que nuestras miradas, nuestros gestos, nuestras palabras vayan llenas de amor y de paz para todos. No es solo una palabra la que vamos a decir queriendo expresar un buen deseo, sino que sinceramente vamos a volvernos sobre nuestros hermanos los hombres con una mirada nueva y distinta, la mirada de la amistad, de la comprensión, de la paz, del ánimo que levante el espíritu, la mirada llena de la sonrisa del amor.
Sí, que nuestras palabras, nuestras miradas, nuestros gestos sean siempre de bendición, porque digamos bien - eso significar bendecir -, porque hagamos el bien, porque nuestras actitudes y nuestros gestos sean siempre de bien. Todos podemos bendecir; todos debemos bendecir. Se ha perdido esa costumbre de pedir la bendición o de dar la bendición y así nos va en la vida. Retomemos esa bonita costumbre pero llenando de verdadero sentido nuestras bendiciones y que sean para todos.
Y nuestra gran bendición para los demás sea llevar a Jesús. Para que todos se encuentren con Jesús. Para que todos sepan acoger esa bendición de Dios para la humanidad que es Jesús. Para que todos nos abramos a la salvación que Jesús nos ofrece. Hoy, a los ocho días, la octava de la navidad, hemos escuchado en el evangelio que ‘tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción’.
Recordamos que el ángel le había dicho a José ‘y le pondrás por nombre Jesús, porque El salvará al pueblo de sus pecados’. Jesús significa ‘Dios nos salva’. Es el Salvador que los ángeles anunciaron a los pastores que había nacido en la ciudad de David. Es el Salvador, la bendición de Dios para la humanidad, como decíamos, porque con Jesús comenzará una humanidad nueva, la humanidad que hunde sus raíces en el amor; la humanidad que se siente amada por Dios que así nos ha enviado a su Hijo, y la humanidad que se comienza a construir desde ese amor de una manera nueva. Es el Jesús que nosotros hemos de llevar en nuestro corazón y que hemos de llevar a los demás, como la más grande bendición de Dios.
Día de bendiciones parece que es éste que estamos celebrando hoy. Porque miramos a la madre, miramos a María. ‘Los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre’. Nuestra mirada se vuelve hoy de manera especial a María, la madre de Jesús que es la madre de Dios, pero que es también para nosotros una bendición de Dios porque nos la ha dado como madre.
Qué gozo más grande sintió el pueblo cristiano cuando pudo proclamar con toda la firmeza de la fe que verdaderamente María era la Madre de Dios. Es el gozo de los hijos por la madre. Es el gozo que sentimos todos en estos días porque mirando a Jesús, siempre vemos a María a su lado. Qué importante fue el sí de María ante el anuncio del ángel, porque se convirtió en la Madre de Dios, porque Dios quiso contar con ella, con su colaboración, en la tarea de nuestra salvación porque ella nos trajo a Jesús.
Cuando hablamos de María siempre nuestras palabras se quedan cortas para todo lo que de ella quisiéramos decir. Queremos llenarla de bendiciones y alabanzas como hiciera Isabel cuando fue María a visitarla en la montaña, como lo hizo aquella mujer anónima que alabando a Jesús alabó también a la madre que lo trajo al mundo, como lo hiciera Jesús cuando la llama dichosa porque ella sí supo plantar en su corazón la Palabra de Dios para que diera fruto, y como lo han hecho todas las generaciones en la Iglesia a través de los siglos dando cumplimiento a su propia profecía de que ‘dichosa me llamarán todas las generaciones’.
Pero hoy bendecimos a María y una vez más queremos recibir sus bendiciones para nosotros y para nuestro mundo. Sí, que ella nos alcance todas las bendiciones de Dios volviendo su rostro maternal, sus ojos misericordiosos, sobre nosotros sus hijos que aun caminamos por este valle de lágrimas y que ella nos alcance la gracia de la salvación; que ella, reina de la paz, nos alcance ese don preciado de la paz para nuestro mundo que tanto lo necesita.
El primero de enero celebramos ya desde hace muchos años la Jornada Mundial de la Paz. Tenemos que orar por la paz. Tenemos que trabajar por la paz. Tenemos que convertirnos en mensajeros de la paz para nuestro mundo. Los ángeles cantaban la gloria del Señor en el momento del nacimiento de Jesús, pero cantaban también la paz para los hombres a los que Dios ama, la paz para nuestro mundo al que Dios ama. Por eso para nosotros los cristianos no puede ser ajeno a nuestra oración y a nuestro compromiso, y de manera especial estos días, el tema de la paz.
‘Bienaventurados los que trabajan por la paz’, nos dice el Papa, rememorando la bienaventuranza de Jesús, en su mensaje para esta Jornada, que bien merecería la pena una lectura atenta y una amplia reflexión porque es muy hermoso. Alguien ha dicho de este mensaje del Papa que es casi como una pequeña encíclica. No podemos en la brevedad de esta reflexión extendernos en su comentario pero sí destacar y subrayar ese compromiso que como creyentes en Jesús hemos de tener con la paz de nuestro mundo.
Como nos dice en el mismo inicio de su mensaje ‘Cada nuevo año trae consigo la esperanza de un mundo mejor. En esta perspectiva, pido a Dios, Padre de la humanidad, que nos conceda la concordia y la paz, para que se puedan cumplir las aspiraciones de una vida próspera y feliz para todos… los cristianos, como Pueblo de Dios en comunión con él y caminando con los hombres, se comprometen en la historia compartiendo las alegrías y esperanzas, las tristezas y angustias, anunciando la salvación de Cristo y promoviendo la paz para todos’.
La paz concierne a la persona humana en su integridad e implica la participación de todo el hombre. Se trata de paz con Dios viviendo según su voluntad. Paz interior con uno mismo, y paz exterior con el prójimo y con toda la creación. Comporta principalmente… la construcción de una convivencia basada en la verdad, la libertad, el amor y la justicia.
Nos habla de la paz como don de dios y obra y tarea del hombre, de que los que trabajan por la paz son quienes aman, defienden y promueven la vida en su integridad, de cómo para construir el bien de la paz es necesario un nuevo modelo de desarrollo y de economía, de una educación para la cultura de la paz, y finalmente recordando la oración de san Francisco nos dice que oremos al Señor para que seamos instrumentos de la paz para nuestro mundo para llevar amor donde haya odio, perdón donde hubiese ofensa, la verdadera fe donde hubiese duda.
Oremos por la paz. Que sea la bendición de Dios que con Jesús llega a nuestra tierra. Paz a los hombres que Dios ama.

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