Is. 45, 6-8.18.21-26;
Sal. 84;
Lc. 7, 19-23
¿Tendría dudas Juan allá desde la cárcel? Cuando estamos pasando por situaciones duras y difíciles incluso aquello que nos parecía tener más claro se nos vuelve oscuro y nos hace que nos entren las dudas. Nos pasa muchas veces en la vida. Podía pasarle a Juan. Herodes, a instigación de su mujer Herodías, lo había metido en la cárcel. Desde allí envía la embajada de sus propios discípulos a Jesús.
El había venido a preparar los caminos del Señor y era la voz que gritaba en el desierto. Había visto bajar al Espíritu sobre Jesús cuando el bautismo allá en la orilla del Jordán. Lo había señalado a sus propios discípulos, que luego se irían con Jesús, como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Ahora envía a preguntar. ‘¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?’
Es la pregunta que en cierto modo se va repitiendo en el evangelio, en los cuatro evangelios. Es la pregunta de toda la humanidad inquieta y que se interroga por Jesús cuando contempla cosas extraordinarias, o cuando contempla testigos. Bendita pregunta si lleva a alguien a buscar a Jesús y querer conocerle, porque está entrando en camino de vivirle. ‘¿Quién eres tú?’ Es la pregunta que surge también en nuestro interior preguntándonos por Jesús. También queremos conocerle, y conocerle a fondo.
Se nos manifiesta por sus obras. A la pregunta de los discípulos de Juan dice el evangelista que ‘en aquella ocasión curó a muchos de sus enfermedades, achaques y malos espíritus y a muchos ciegos les otorgó la vista…’ Las obras de Jesús. Lo que había anunciado el profeta y que el evangelista Lucas nos presenta programáticamente al inicio de la vida pública de Jesús en la sinagoga de Nazaret.
‘El Espíritu del Señor está sobre mí… me ha ungido… me ha enviado… a proclamar la Buena Noticia… a dar vista a los ciegos… a proclamar el año de gracia del Señor’. Ahora con palabras semejantes responde a los discípulos de Juan. No habrá dudas. En Jesús se cumplen las Escrituras. El había dicho entonces en Nazaret ‘hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír’. Es la misma respuesta de ahora.
Buscamos a Jesús, decíamos, y queremos conocer a Jesús. Es el deseo hondo que llevamos siempre impreso en nuestra alma, pero que ahora en este tiempo de adviento se aviva como preparación intensa para vivir la navidad. Queremos conocer a Jesús, queremos vivir a Jesús. La celebración del nacimiento del Señor tiene que renovar hondamente nuestra vida. Queremos vivir a Jesús y sentirnos transformados por El. Tiene que ser un primer fruto de esta navidad. Que no nos queden dudas.
Pero decíamos antes que es la pregunta de la humanidad a la que ahora nosotros tenemos que dar respuesta. Somos los labios, los brazos de Jesús, los testigos de Jesús para dar esa respuesta a cuantos se interrogan. Y no vamos a ir con palabras. Tenemos que hacer lo mismo que hizo Jesús cuando vinieron los discípulos de Juan. A través de las obras, de nuestras obras de amor, hemos de dar a conocer a Jesús.
Por eso tenemos que seguir creciendo en nuestro amor para que en verdad demos señales de Jesús, seamos signos de Jesús para los que nos rodean. Cuánto podemos hacer con nuestra solidaridad, una solidaridad efectiva y real con los que sufren a nuestro lado. Nuestro compromiso de amor que tiene que llevarnos a consolar, a acompañar al que sufre; que tiene que llevarnos a hacer nuestro su sufrimiento; que nos tiene que llevar a comprender, a compartir.
Hagamos nuestra la súplica que veíamos expresada en el profeta. Nos pueden parecer palabras poéticas, y en verdad que son bellas, pero expresan muy bien ese deseo de que venga el Señor y haga germinar una nueva vida en nuestro corazón, una nueva vida de amor. ‘Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad la victoria; ábrase la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia…’ Que venga pronto, que venga el Salvador.
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