Is. 54, 1-10;
Sal. 29;
Lc. 7, 24-30
‘¿Qué salisteis a contemplar en el desierto?...’ No era una caña cascada por el viento, que va y viene empujada por los vendavales; no era un personaje importante y poderoso vestido de ricos ropajes y joyas. Sus vestidos eran una piel de camello; sus alimentos, saltamontes y miel silvestre. La reciumbre de su personalidad le hacía firme en sus anuncios y sus palabras no buscaban halagar a nadie sino enseñar el camino de la rectitud.
‘Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os digo, y más que profeta’. Era el mensajero que anunciaba los tiempos de la Alianza nueva y eterna, era el que preparaba los caminos del Señor. Se sentía pequeño y el último y en su humildad no se creía digno de desatar la correa del que había de venir. Su misión era preparar caminos y luego desaparecer.
‘Que El crezca y que yo mengüe’, llegaría a decir un día, porque sólo venía para dar paso al que traía la salvación. Preparar los caminos, preparar los corazones. Invitaba a la penitencia con su palabra y con la austeridad de su vida. ‘Arrepentios, convertios, porque está cerca el Reino de los cielos’, repetía a todos y a todos iba señalando lo que tenían que hacer. Y los hacía sumergirse en las aguas del Jordán, bautizarse, como señal del arrepentimiento de sus pecados.
Pero quien se creía el último sin embargo era grande. Es lo que enseñaría Jesús más tarde. El que quiera ser importante que se haga el último y el servidor de todos. Así fue con Juan que Jesús diría de él ‘que entre los nacidos de mujer nadie es más grande que él’. Grande era la misión y grande fue su fidelidad a su misión. Pero Jesús nos dirá también que nosotros podemos ser tan grandes como Juan o mayores que él, incluso, si somos capaces de seguir su mismo camino. Así es en el Reino de los cielos.
Nosotros seguimos contemplando y escuchando en este camino de Adviento que hacemos la figura de Juan y aprendiendo de él. Más aún, con la visión que de Juan nos está dando Jesús. Que es una forma de decirnos que es en ese mismo espíritu en el que tenemos que prepararnos, hacer este camino. Austeridad, humildad, pobreza, generosidad y desprendimiento, rectitud en nuestra vida, amor para ser capaces de hacernos servidores de los demás son cosas que hemos de tener en cuenta.
Y conversión, arrepentimiento de nuestros pecados. No será ya un bautismo penitencial como el de Juan en el Jordán, pero sí hemos de saber pasar por el segundo bautismo que es el sacramento de la reconciliación y la penitencia. También tenemos que purificarnos, quitar tantos obstáculos que tenemos o ponemos en nuestra vida a la llegada del Señor. Por eso, tenemos que ir pensando en acercarnos al sacramento para restaurar la gracia perdida, para limpiar nuestro corazón y adornarlo con la gracia para poder acoger al Señor en nuestro corazón y nuestra vida. Lo necesitamos. Todos somos pecadores.
Hemos escuchado cosas hermosas hoy también en el profeta Isaías de la primera lectura. Es en cierto modo la historia de la infidelidad de nuestro pecado pero al mismo tiempo la llamada permanente del Señor al arrepentimiento ofreciéndonos de nuevo su perdón. ‘Tu redentor es el Santo de Israel, se llama Dios de toda la tierra… en un arrebato de ira te escondí un instante mi rostro, pero con misericordia eterna te quiero, dice el Señor, tu redentor… aunque se retiren los montes y vacilen las colinas, no se retirará de ti mi misericordia, ni mi alianza de paz vacilará, dice el Señor que te quiere’.
El Señor nos ama con misericordia eterna. Vayamos hasta El y gocemos con su salvación.
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