Sofonías, 3, 1-2.9-13;
Sal. 33;
Mt. 21, 28-21
Algo importante y necesario que hemos de realizar en este camino de Adviento que vamos haciendo es la conversión de nuestro corazón al Señor. Es la llamada insistente que nos hace la Palabra de Dios. Era el grito del Bautista allá en el desierto. Hay que enderezar los caminos, allanarlos, prepararlos para ir al encuentro con el Señor, para recibir al Señor que llega a nuestra vida con su salvación.
¿Cuál es nuestra respuesta a esa llamada e invitación? A veces parece que enseguida estamos dispuestos a escuchar y responder, pero nos sucede también que en ocasiones pronto olvidamos esa llamada y a pesar de que le prometemos al Señor en nuestro amor que vamos a cambiar, sin embargo nos volvemos a las andadas. Ojalá fuéramos siempre no sólo prontos sino también perseverantes en nuestra respuesta. Es lo que nos señala hoy la Palabra de Dios que se nos ha proclamado.
El profeta Sofonías nos ha hecho una buena descripción de lo que es nuestro pecado y de lo que tendría que ser nuestra conversión al Señor. ‘¡Ay de la ciudad rebelde, manchada y opresora! No obedecía a tu voz, no aceptaba la instrucción, no confiaba en el Señor, no se acercaba a su Dios…’
El pecado es la huída de Dios, la desobediencia, la desconfianza, la falta de fe, rebeldía, hipocresía, mentira; todo nacido de un corazón soberbio y rebelde que no quiere reconocer al Señor ni poner su confianza en El; un corazón lleno de orgullo y autosuficiente que cree que se puede valer sólo por sí mismo. Miremos nuestra vida y examinemos nuestro corazón que tantas veces caemos en esas redes del mal, rechazando los caminos de Dios.
El cambio de corazón comienza por el reconocimiento de Dios, de su amor, de su presencia; es poner toda nuestra confianza en Dios porque sabemos que su amor nunca nos fallará; es reconocer que los caminos del Señor son los verdaderos y los que siguiéndolos me van a llevar a la plenitud y a la gracia; sí, reconocer también que hemos equivocado el camino cuando sólo pretendíamos hacer lo que a nosotros nos parecía olvidando la Palabra del Señor; es llenar nuestro corazón de humildad porque en verdad nos sentimos no sólo pequeños sino también osados pecadores.
Ese cambio del corazón es comenzar a abrir los oídos, sí, del corazón para escuchar a Dios, escuchar su Palabra y querer plantarla de verdad en nuestra vida; es ese experimentar en nosotros la dicha del amor del Señor, de su misericordia, de su compasión, sabiendo que El siempre me está esperando para darme el abrazo de su perdón; es responder a ese perdón que me ofrece queriendo acogerlo y sentirlo dentro de mi para llenarme de paz.
Jesús nos propone una pequeña parábola. Los dos hijos que son enviados a trabajar en su viña y mientras uno promete y promete que irá, pronto se olvidará marchándose a sus cosas y no obedeciendo al fin a su padre; mientras quien en principio había dicho no, negándose a ir, al recapacitar se da cuenta de su error y marchará a realizar lo que le pide su padre.
Y Jesús les dice a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo a los que dirige la parábola: ‘Os aseguro que los publicanos y prostitutas os llevarán la delantera en el camino del Reino de los cielos’. Eran pecadores, pero supieron escuchar la voz del bautista que les invitaba a la conversión. ‘Y aún después de ver esto, les dice, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis’.
¿Nos sucederá a nosotros lo mismo? Escuchemos la llamada del Señor y démosle la vuelta al corazón convirtiéndonos a Dios.
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