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jueves, 1 de septiembre de 2011

Nos agolpamos nosotros también alrededor de Jesús


Col. 1, 9-14;

Sal. 97;

Lc. 5, 1-11

‘La gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios…’ Tienen deseos de estar con Jesús y escucharle. Muchas esperanzas se iban despertando en su corazón. Algo nuevo estaba sucediendo y se aviva la fe de aquellas gentes. Jesús les habla del Reino de Dios y están sintiendo que algo nuevo está surgiendo. Por eso se agolpan a su alrededor a orillas del lago porque no quieren perder una palabra.

Como nos dice el evangelista había allí unas barcas en la orilla porque los pescadores están lavando las redes después de una noche de pesca que no había sido muy fructuosa y Jesús aprovecha para subirse en ellas y, como si desde un púlpito se tratara, desde allí poder dirigirse a todos. ‘Subió a una de las barcas, la de Simón, le pidió que la apartara un poco de la orilla, para que todos le vieran y pudieran escucharle y desde la barca, sentado, enseñaba a la gente’. Hermosa imagen hemos de reconocer.

Poniendo toda nuestra fe en estos momentos hemos de sentirnos como aquella gente que se agolpaba alrededor de Jesús allá en la orilla del lago. En torno a Jesús estamos reunidos en nuestra celebración. Hasta El venimos con fe también con deseos de escucharle, de escuchar su Palabra. Algunas veces necesitamos detenernos un poco para hacernos como una composición de lugar y situarnos nosotros en medio de la escena para escuchar esa Palabra que se nos proclama. Un poco de imaginación no nos vendría mal para trasladar la escena del evangelio a este momento en que estamos reunidos y, como si hubiéramos estado allí en el lago, escuchar esa Palabra de Jesús como dirigida de verdad a nosotros.

Podemos detenernos aquí o podemos seguir meditando todo el texto del evangelio proclamado. Jesús que le pide a Simón que reme hacia el centro del lago para echar las redes para pescar. Como hemos escuchado la noche había sido infructuosa porque habían intentado pescar pero no habían cogido nada, sin embargo en todo aquello nuevo que está surgiendo en el corazón de los discípulos con la palabra y la presencia de Jesús hará que Simón con toda su fe puesta en Jesús eche de nuevo las redes. ‘Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada, pero, por tu palabra, echaré las redes’.

El milagro fue aquella pesca maravillosa, pero el milagro había sido la pesca que Jesús había hecho en el corazón de Pedro que se había abierto a la fe. La red reventaba, fue necesario llamar a otros compañeros que ayudaran, pero lo importante es lo que Pedro estaba sintiendo en su corazón. Fe, para reconocer a Jesús. Humildad, para reconocerse a si mismo como pecador. ‘Al ver esto Simón Pedro se arrojó a sus pies, diciendo: Apártate de mí, Señor, que soy un pecador’.

Pongámonos también nosotros en la barca con todos estos acontecimientos. Como Pedro intentemos poner también toda nuestra fe y nuestra confianza en Jesús para que en todo momento de nuestra vida podamos decir lo mismo: ‘En tu nombre, por tu palabra, echaré las redes’, quiero seguir caminando, quiero seguir buscando tu voluntad.

Seamos capaces también de abrir los ojos y asombrarnos de las maravillas que el Señor sigue haciendo en nuestra vida o a través de nosotros también en los demás. Con humildad sintámonos, sí, pequeños en su presencia, pero al tiempo que le damos gracias por tantas maravillas pidámosle que siga junto a nosotros, que no nos deje, que nos dé siempre la fuerza de su gracia, la fuerza de su Espíritu.

A Simón Pedro Jesús le dijo ‘no temas, desde ahora serás pescador de hombres’. Escuchemos allá en lo hondo de corazón lo que el Señor ahora nos estará pidiendo, o la misión que nos está confiando. Seamos capaces también de ponernos en camino para seguirle, para vivir nuestra fe, para conocerle cada vez más, para llevar su anuncio de paz a los demás. Como le decia san Pablo a los Colosenses que consigamos ‘un conocimiento perfecto de su voluntad con toda sabiduría e inteligencia espiritual’.

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