1Tes. 5, 1-6.9-11;
Sal. 26;
Lc. 4, 31-37
‘¿Qué tiene su palabra?... comentaban estupefactos’ en la sinagoga de Cafarnaún tras escuchar sus enseñanzas y contemplar los signos maravillosos que hacía.
En la lectura continuada de los días feriales hemos comenzado a leer ahora el evangelio de san Lucas. Ayer, si no hubiera sido la fiesta del martirio de Juan, hubiéramos leído el texto de Jesús en la Sinagoga de Nazaret, con el que comienza la actividad pública de Jesús en este evangelio de Lucas. Ahora lo vemos que baja a ‘Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente en la sinagoga’. Como comenta el evangelista, ‘se quedaban asombrados de su enseñanza, porque hablaba con autoridad’.
Había hambre de Dios en aquellos corazones y con la presencia y la palabra de Jesús renacía en ellos la esperanza. Muchos eran los sufrimientos que había en aquellos corazones, estaban como desorientado, como ovejas sin pastor, como se nos dirá en otros momentos del evangelio. Y llegaba Jesús con una Palabra de vida y salvación. Pero había también capacidad de asombro en sus corazones para descubrir en verdad lo que Jesús les estaba ofreciendo.
Pero aún más le vemos hacer un milagro. ‘Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo…’ Se rebela contra Jesús y Jesús con autoridad lo expulsa de aquel hombre. ‘Cierra la boca y sal de él’. Es lo que la gente se pregunta ‘¿qué tiene su palabra?’ No es para menos que se hagan esa pregunta.
Veían llegar la salvación a sus vidas en aquel signo que Jesús estaba realizando. Les enseñaba hablándoles del Reino de Dios, y el Reino de Dios llegaba a ellos, porque Jesús con su presencia hacía desaparecer el mal, como liberaba a aquel hombre del demonio que le poseía. La Palabra de Jesús es siempre palabra que nos salva, palabra que nos transforma, palabra que arranca el mal de nuestra vida.
Nos lo podemos preguntar nosotros también, si con fe nos acercamos a escucharle; si con fe abrimos nuestro corazón para escucharle allá en lo más hondo de nosotros mismos; si con fe nos ponemos ante El sin ningun prejuicio dejando que esa palabra cale hondo en nosotros y nos haga descubrir de verdad todo el misterio de Dios, pero al mismo tiempo nos haga descubrir lo que es la realidad de nuestra vida que necesita esa palabra que nos sane, esa palabra de salvación, esa palabra que nos llene de vida, esa palabra que nos resucita.
Algunas veces parece como que hemos perdido la capacidad de asombrarnos ante la Palabra de Dios; nos hemos acostumbrado a esa Palabra y aunque la oímos realmente no la escuchamos de verdad dentro de nosotros. Siempre la Palabra de Dios tiene que ser Buena Noticia, Evangelio, para nosotros, porque sintamos esa novedad de vida y de salvación que el Señor continuamente nos está ofreciendo. Si con esa fe nosotros escucháramos la Palabra que el Señor nos ofrece nos daríamos cuenta cómo nuestra vida va cambiando, se va transformando por la fuerza de la gracia de Dios.
Pidámosle al Señor que nos haga descubrir y comprender la maravilla que nos ofrece en su Palabra cada día. Pidámosle que se nos abran nuestros oídos y nuestro corazón. Que se despierte esa hambre de Dios en nuestros corazones y sintamos ese deseo hondo de escuchar la Palabra de vida que nos ofrece Jesús. Que no nos acostumbremos nunca ni caigamos en rutinas a la hora de escuchar su Palabra. Démosle gracias porque cada día, cada máñana tenemos la oportunidad de escuchar su Palabra. Pidámosle que sintamos la fuerza y presencia del Espíritu en nosotros que nos la ayude a comprender, que nos la ayude a vivir, que nos ayude a plantarla en nuestro corazón y nuestra vida.
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