2Cor. 6, 1-10;
Sal. 97;
Mt. 5, 38-42
Retomamos el tiempo ordinario una vez que hemos concluido el tiempo pascual, y volvemos al ritmo de las lecturas de la Palabra de Dios propias de este tiempo. Por una parte en la primera lectura estamos leyendo la segunda carta de san Pablo a los Corintios, y en el evangelio estamos propiamente concluyendo el sermón del Monte que habíamos estado escuchando antes de la Cuaresma.
Nos ha comenzado diciendo hoy san Pablo ‘os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios… en el tiempo de la gracia te escucho, en el día de la salvación te ayudo… es tiempo de gracia… es día de salvación’.
Esta exhortación del apóstol nos viene bien escucharla en todo momento. No podemos desaprovechar la gracia que el Señor nos da. Es una riqueza de vida que el Señor nos concede. Es gracia, es regalo del Señor al que correspondemos siguiendo los caminos del Señor, no apartándonos nunca de Dios y su gracia.
Ahora mismo hemos concluido el tiempo de la Pascua con la celebración ayer de Pentecostés. Grande es la gracia que hemos recibido del Señor; maravilloso el misterio de Dios que hemos celebrado; allá en lo hondo del corazón si de verdad nos hemos metido en la celebración del misterio de Cristo cuántas cosas habremos sentido y experimentado, cuánta es la gracia del Señor que hemos recibido. No lo podemos echar en saco roto. No podemos decir, bueno eso ya paso, ahora a otra cosa. De ninguna manera.
Toda esa gracia recibida del Señor ha tenido que hacernos crecer espiritualmente. Han sido llamadas que hemos recibido del Señor para ser cada día mejores, para ser más santos, a las que seguramente hemos ido intentando responder. Sigamos en ese camino de gracia. Sigamos sintiendo toda esa llamada del Señor.
El apóstol nos dice cuánto ha querido él comportarse como un fiel servidor del Señor en el anuncio de la Palabra y cuánto ha pasado por esa causa. Pero todo eso, ‘luchas, infortunios, apuros, golpes, cárceles, motines, fatigas, noches sin dormir y días sin comer’ son como dones del Espíritu que le fortalecen para seguir llevando el mensaje de la verdad y la fuerza de Dios.
Nos está resumiento cuánto ha sido lo que ha tenido que sufrir por la causa del evangelio; en los Hechos de los Apóstoles hemos visto muchas de esas cosas y en sus cartas lo recuerda. Pero no olvidemos lo que decíamos de la grandeza de su fe y de su espíritualidad que le hacen así entregarse por el evangelio. Ojalá nosotros supiéramos ver en cuanto nos sucede también una gracia del Señor que nos llama por caminos de fidelidad.
Finalmente una palabra en torno al evangelio que hoy se nos ha proclamado, como decíamos, parte del Sermón del Monte iniciado con las Bienaventuranzas. Jesús nos enseña algo muy hermoso, aunque no siempre nos sea fácil. Como consecuencia del sentido y estilo de amor que hemos de vivir en todo momento, nos está enseñando cómo hemos de responder siempre con amor frente al mal o la violencia que podamos recibir.
Queda abolida la ley del talión porque nunca nuestro actuar puede ser el ojo por ojo y diente por diente, sino el camino del bien, del perdón y del amor. Sea cual sea el mal que podamos recibir de los demás nunca nuestra respuesta puede ser la venganza, el resentimiento o el rencor. Siempre el amor y el perdón. Jesús nos lo enseña y no sólo con sus palabras sino con su propia vida. ‘Padre, perdónales porque no saben lo que hacen’, dirá cuando está siendo clavado en la cruz. ¿Seremos capaces de dar una respuesta así? No olvidemos que el amor es nuestro distintivo.
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