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miércoles, 15 de junio de 2011

Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres

2Cor. 9, 6-11;

Sal. 111;

Mt. 5, 43-48

La vanidad es una tentación que nos acecha fácilmente. Nos gusta ser considerados y valorados, que reconozcan lo que somos y valemos, y no nos echamos para detrás si nos dedican algunas alabanzas por lo que hacemos.

Hoy se nos habla mucho de la autoestima y de que nosotros hemos de saber valorar lo que somos. Algunas veces hay quien lo contrapone a la humildad como si esta virtud fuera algo que nos dañara nuestra propia dignidad y valor. Creo que pensar esto no es comprender debidamente lo que es la virtud de la humildad. Pues el que reconozcamos nuestros valores y nuestra propia dignidad no significa que hagamos las cosas simplemente buscando la complacencia y los halagos que los demás puedan hacernos, o queremos que nos hagan.

Cuando no hacemos las cosas por la autenticidad de lo que son, incluso como un desarrollo de nuestras cualidades y valores, sino buscando esos reconocimientos y alabanzas estamos entrando en ese camino de la vanidad. Necesitamos más autenticidad en nuestra vida y esa autenticidad e incluso el desarrollo de nuestros valores y talentos no está reñido con la humildad sino que son muy hermanas, podríamos decir. Porque además los talentos no los podemos enterrar porque los desvirtuaríamos.

Es de lo que quiere prevenirnos hoy Jesús con lo que nos dice en el evangelio. Ante Jesús están las posturas hipócritas de los fariseos y de tantos que hacen las cosas, incluso lo bueno, solamente buscando la alabanza y el reconocimiento. Y como nos dice Jesús, ya tienen su premio que será en consecuencia bien caduco.

‘Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial’. Y nos habla de las posturas concretas de los fariseos enseñándonos esa autenticidad con que hemos de vivir nuestra vida. ‘Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha’, viene a decirles en referencia por ejemplo a la limosna o al bien que puedas hacer al otro. Y lo mismo de la oración y del ayuno.

No hay que buscar apariencias sino autenticidad. No es necesario que repitamos lo concreto que nos dice Jesús en referencia a todo eso. ‘Tu Padre que ve en lo secreto… que ve en lo escondido, te lo pagará’, terminará diciendo Jesús. Porque con nuestro ayuno pretendemos un sacrificio y la gloria del Señor, con nuestra oración vivir el encuentro con el Señor para gozarnos en El y llenarnos de su fuerza y de su gracia. No es nuestra gloria, sino la gloria del Señor, no es la alabanza de los hombres, sino la gracia del encuentro con el Señor.

Eso no quita para que desde nuestras buenas obras nosotros podamos ser motivo para que otros den gloria también al Señor. En este sentido podemos decir o recordar dos cosas. Hoy san Pablo en la carta a los Corintios que sigue motivándolos para que sean generosos en el compartir para la colecta que hace a favor de los pobres de la Iglesia de Jerusalén, termina diciendo: ‘Siempre seréis ricos para ser generosos y así, por medio vuestro, se dará gracias a Dios’. Por la generosidad del compartir de aquellos que colaboran en la colecta, los cristianos de Jerusalén darán gracias a Dios; eso motivará su oración de acción de gracias y de gloria al Señor.

Y en ese mismo sentido podemos recordar cuando Jesús nos dice que tenemos que ser luz para los demás con el testimonio de nuestra vida ‘para que viendo vuestras buenas obras, glorifiquen al Padre del cielo’. Damos testimonio de nuestra fe, de nuestro amor, con nuestra generosidad, con el compromiso de nuestra vida o con nuestras buenas obras, no buscando nuestra gloria, sino que todos puedan reconocer la acción de Dios y así den gloria también al Señor.

‘Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos…’ pero los que vean vuestras buenas obras den gloria al Padre del cielo.

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