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viernes, 15 de abril de 2011

El Señor está conmigo como fuerte soldado


Jer. 20, 10-13;

Sal. 17;

Jn. 10, 31-42

Los oráculos de los profetas, que parten normalmente de la propia experiencia de lo que van viviendo y sufriendo, se convierte en imagen profética de lo que iba a ser el Mesías, pero también puede ser imagen y tipo de lo que de alguna manera nos puede suceder a nosotros.

Expresa el dolor de sentirse acosado y perseguido, pues la vida del profeta Jeremías fue muy dura, pero sabe por encima de todo poner su confianza en el Señor. ‘El Señor está conmigo como fuerte soldado’, dice. ‘Oigo el cuchicheo de la gente… mis amigos acechaban mi traspiés…’ es la persecusión que está sufriendo el profeta por ser fiel a su misión profética.

En nuestro acercarnos día a día a la celebración de la Pascua, de la pasión y muerte del Señor, vamos contemplando en el evangelio la oposición que Jesús encuentra entre los judíos que le van a llevar a la pasión y muerte. Hoy vemos de nuevo que intentan apedrearle. ‘Os he hecho muchas cosas buenas por encargo de mi Padre, ¿por cuál de ellas me apedreáis?’, es la queja y la pregunta de Jesús.

No terminan de aceptar a Jesús y que se presente como Hijo de Dios. No quieren interpretar las obras que hace Jesús como las obras de Dios que se realizan en El. intentan detenerlo, pero no serán capaces, porque como ya hemos reflexionado, no ha llegado su hora. Marchará de nuevo al otro lado del Jordán, en donde estará cuando le avisen de la muerte de su amigo Lázaro como hemos ya escuchado el pasado domingo.

Pero decíamos que el oráculo del profeta es imagen también de lo que a nosotros nos sucede cuando queremos vivir nuestra vida en fidelidad total al Señor. Pero de la misma manera hemos de saber poner toda nuestra confianza en el Señor. Como hemos recitado en el salmo ‘en el peligro invoqué al Señor, y me escuchó’. Tentaciones, peligros, incomprensiones, oposición del mal. Como decía el salmista: ‘me cercaban olas mortales, torrentes destructores, me envolvían las redes del abismo, me alcanzaban los lazos de la muerte’. Cuando leemos los salmos, o cuando oramos con los salmos, tenemos que saber ver reflejada nuestra vida en ellos y las situaciones que describen. Porque así además los rezaremos con mayor profundidad y nos servirán bien para hacer crecer nuestra fe y nuestra confianza en el Señor. El es la roca en la que nos apoyamos, que nos da fortaleza, que nos acompaña siempre con su gracia.

Y en este viernes de la ultima semana de cuaresma, aunque la liturgia no hace ninguna mención especial, quiero sentir la presencia de María en nuestro camino cuaresmal. En la devoción popular es Viernes de Dolores, o sea, día de la Virgen de Dolores. Cómo no sentir la presencia de la Madre cuando vamos a iniciar ya la contemplación y la vivencia de la pasión de Jesús.

Ella es la que su alma fue atravesada por una espada de dolor, como le anunciara el anciano Simeón. Ella es la Madre del dolor que camina al lado de su Hijo y a cuyo lado queremos nosotros hacer también este camino de pasión. Pero contemplemos el dolor sereno y maduro de María, que es un dolor lleno de esperanza. ¿Os habéis fijado que en algunos lugares llaman a la Virgen de los Dolores, la Virgen de la Esperanza? Y ¿cómo no? Aunque María lleva atravesada en su alma esa espada de dolor ella tenía la certeza de la resurrección.

La acompañamos nosotros en silencio en su camino, porque las palabras sobran junto a la madre que ha perdido un hijo, como le sucede a María, pero nuestro silencio queremos perfumarlo con el amor. En la compañía de la Virgen de los dolores no es un perfume de muerte el que aspiramos sino un perfume de resurrección, porque el corazón de María está lleno de esa esperanza con la certeza de la resurrección de Jesús.

No queremos acompañar a María para quedarnos tras la piedra que cierra la entrada de un sepulcro que guarde un cuerpo muerto, sino que queremos vislumbrar, aspirar el perfume nuevo de la resurrección que brotará cuando en la mañana del primer día la piedra salte por los aires, porque no encontraremos allí el cuerpo muerto del Crucificado, sino que nos encontraremos con el Señor que vive, con el Señor que victorioso ha resucitado para llenarnos a nosotros de esa esperanza y de esa vida.

Que María de los Dolores siembre esa esperanza en nuestro corazón que nos ayude a caminar hacia la Pascua.

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